BUSCANDO DESESPERADAMENTE SER FELIZ
“Los hermanos Mcmullen” (1995) son el claro ejemplo de que una ópera prima interesante como ésta no convirtió a su director en un consumado cineasta. Ganadora del prestigioso Festival de Sundance, el filme situó a Edward Burns como un prometedor cineasta ávido de contar historias propias, con inquietudes formales y estéticas particulares. Sin embargo, esa efervescencia inicial se consumió con el paso del tiempo y ha terminado configurando una atropellada filmografía en la cual el declive ha sido su exponente principal.
Queda esta obra inicial en la que Burns, con pulsión cinéfila, descaro irlandés y esa espontaneidad y soltura propia del cine “indie”, realizaba una película sencilla pero simpática. Aparentemente sin pretensiones pero fresca en sus mensajes (aunque no original).
La historia de los tres hermanos Mcmullen, irlandeses emigrados a New York, es la inmortal búsqueda de la felicidad en la megalópolis moderna. Burns pone de manifiesto con ingenio y humor una forma de ser en los tiempos modernos. Esto es la dificultad del individuo para establecer relaciones sinceras, el miedo a comprometerse, la honestidad de nuestros sentimientos y nuestra incapacidad para expresarlos en un momento determinado, la posibilidad de ir a la contra y encontrar nuestro lugar en el mundo (no el que la sociedad nos imponga) y por supuesto la contradicción de unos seres húmanos que anhelan “ser” aunque vivamos en un sistema donde solo importa “tener”.
Por supuesto, en esta última cuestión Burns no se abstrae de su propia condición irlandesa y pone de manifiesto la percepción vital que en aquella vieja y castigada nación se tiene de Dios y la noción del pecado.
En conclusión, un filme fluido, de gran ebullición verbal, no en vano las palabras cuentan tanto como el amor. Un filme que lamentablemente no tuvo continuidad aunque su director intentó repetirse ( “Ella es única” (1996) es un claro ejemplo del mismo filme pero con más medios) y en el que permanece intacta esa suerte de feliz acontecimiento que consiste en conversar placidamente en un rincón cotidiano de nuestro entorno sin preocuparnos del tiempo, descubriendo con maravilla cómo las pequeñas cosas representan más de lo que creemos. ¿Quizás todo?.
“Los hermanos Mcmullen” (1995) son el claro ejemplo de que una ópera prima interesante como ésta no convirtió a su director en un consumado cineasta. Ganadora del prestigioso Festival de Sundance, el filme situó a Edward Burns como un prometedor cineasta ávido de contar historias propias, con inquietudes formales y estéticas particulares. Sin embargo, esa efervescencia inicial se consumió con el paso del tiempo y ha terminado configurando una atropellada filmografía en la cual el declive ha sido su exponente principal.
Queda esta obra inicial en la que Burns, con pulsión cinéfila, descaro irlandés y esa espontaneidad y soltura propia del cine “indie”, realizaba una película sencilla pero simpática. Aparentemente sin pretensiones pero fresca en sus mensajes (aunque no original).
La historia de los tres hermanos Mcmullen, irlandeses emigrados a New York, es la inmortal búsqueda de la felicidad en la megalópolis moderna. Burns pone de manifiesto con ingenio y humor una forma de ser en los tiempos modernos. Esto es la dificultad del individuo para establecer relaciones sinceras, el miedo a comprometerse, la honestidad de nuestros sentimientos y nuestra incapacidad para expresarlos en un momento determinado, la posibilidad de ir a la contra y encontrar nuestro lugar en el mundo (no el que la sociedad nos imponga) y por supuesto la contradicción de unos seres húmanos que anhelan “ser” aunque vivamos en un sistema donde solo importa “tener”.
Por supuesto, en esta última cuestión Burns no se abstrae de su propia condición irlandesa y pone de manifiesto la percepción vital que en aquella vieja y castigada nación se tiene de Dios y la noción del pecado.
En conclusión, un filme fluido, de gran ebullición verbal, no en vano las palabras cuentan tanto como el amor. Un filme que lamentablemente no tuvo continuidad aunque su director intentó repetirse ( “Ella es única” (1996) es un claro ejemplo del mismo filme pero con más medios) y en el que permanece intacta esa suerte de feliz acontecimiento que consiste en conversar placidamente en un rincón cotidiano de nuestro entorno sin preocuparnos del tiempo, descubriendo con maravilla cómo las pequeñas cosas representan más de lo que creemos. ¿Quizás todo?.
FICHA TÉCNICA:
TítuloOríginal: The Brothers McMullen Año: 1995 Duración: 98 min. Director: Edward Burns Guión: Edward Burns Música: Seamus Egan Fotografía: Dick Fisher
Reparto: Jack Mulcahy, Mike McGlone, Edward Burns, Shari Albert, Maxine Bahns, Connie Britton, Elizabeth P. McKay, Jennifer Jostyn
Reparto: Jack Mulcahy, Mike McGlone, Edward Burns, Shari Albert, Maxine Bahns, Connie Britton, Elizabeth P. McKay, Jennifer Jostyn
4 comentarios:
en su día me pareció bastante buena
qué casualidad! la revisé hace muy poco! Que bien escribe usted Sr. Silverman!
Qué pena de E. Burns! Prometía en todos los sentidos
Pues si... se hace lo que se puede y a veces no es mucho
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