SOLILOQUIOS DE LOS NO-LUGARES
Comenzaré por el fin. “Keane” (2005) de Lodge Kerrigan, a pesar de su estreno tardío en nuestro país, es un descubrimiento más que agradable. Es una suerte de oasis en el desierto de un cine norteamericano poco dado a experiencias formales y narrativas fuera de los convencionalismos filmicos del “mainstream” hollywoodiense.
Kerrigan plantea los conflictos internos de William Keane (Damian Lewis), un hombre que parece haber perdido a su hija en la estación neoyorquina de Port Authority y que no para de deambular por la maldita estación y sus alrededores tratando de encontrar el rastro de la niña desaparecida. Y decimos “parece” porque el filme desde su inicio bascula entre el realismo extremo y la ilusión. El individuo en cuestión, cuyo nombre da título al filme, es además un hombre golpeado, enfermo esquizofrénico, incapaz de comprender su trauma brutal. Un hombre que ha decidido abdicar de las miserias rutinarias de la sociedad actual para adentrarse en la marginalidad, la locura y la soledad en un proceso suicida cuyo final solo puede culminarse de dos maneras: la del alma en tinieblas o la de la santidad posmoderna.
Cinematográficamente asistimos a una propuesta que, como la dureza de lo que se cuenta, es absolutamente estremecedora. La cámara se sitúa siempre muy cerca de la espalda y el rostro del atormentado protagonista. El campo visual es siempre muy cerrado. Casi claustrofóbico. La planificación de los planos, larguisimos muchos de ellos, roza casi la perfección. El ritmo no decae porque la interpretación de Damian Lewis transmite sin matices ni complejos la desgracia de su personaje en la forma excepcional y variada de gestos, monólogos y soliloquios del dolor.
“Keane” no es un filme cualquiera. Se trata de una película que habrá de sobrevivir irremediablemente a la aceleración de estos tiempos. ¿Causas?. Porque trata de la universal agonía de un padre que anhela encontrar a su hija, y de alguna manera también, y esa es su mayor virtud, es capaz de mostrar el dolor y la soledad del hombre moderno en medio de la multitud. Multitud indiferente de los no-lugares. O sea, aquellos espacios de transito propios de la modernidad en los que el individuo pierde su identidad más intima. Y poco importa que este ser humano sea un demente cuyas experiencias se nos antojen irreales. La única verdad es que desde la perspectiva del abismo se aportan visiones que no por descorazonadoras son menos brillantes.
Comenzaré por el fin. “Keane” (2005) de Lodge Kerrigan, a pesar de su estreno tardío en nuestro país, es un descubrimiento más que agradable. Es una suerte de oasis en el desierto de un cine norteamericano poco dado a experiencias formales y narrativas fuera de los convencionalismos filmicos del “mainstream” hollywoodiense.
Kerrigan plantea los conflictos internos de William Keane (Damian Lewis), un hombre que parece haber perdido a su hija en la estación neoyorquina de Port Authority y que no para de deambular por la maldita estación y sus alrededores tratando de encontrar el rastro de la niña desaparecida. Y decimos “parece” porque el filme desde su inicio bascula entre el realismo extremo y la ilusión. El individuo en cuestión, cuyo nombre da título al filme, es además un hombre golpeado, enfermo esquizofrénico, incapaz de comprender su trauma brutal. Un hombre que ha decidido abdicar de las miserias rutinarias de la sociedad actual para adentrarse en la marginalidad, la locura y la soledad en un proceso suicida cuyo final solo puede culminarse de dos maneras: la del alma en tinieblas o la de la santidad posmoderna.
Cinematográficamente asistimos a una propuesta que, como la dureza de lo que se cuenta, es absolutamente estremecedora. La cámara se sitúa siempre muy cerca de la espalda y el rostro del atormentado protagonista. El campo visual es siempre muy cerrado. Casi claustrofóbico. La planificación de los planos, larguisimos muchos de ellos, roza casi la perfección. El ritmo no decae porque la interpretación de Damian Lewis transmite sin matices ni complejos la desgracia de su personaje en la forma excepcional y variada de gestos, monólogos y soliloquios del dolor.
“Keane” no es un filme cualquiera. Se trata de una película que habrá de sobrevivir irremediablemente a la aceleración de estos tiempos. ¿Causas?. Porque trata de la universal agonía de un padre que anhela encontrar a su hija, y de alguna manera también, y esa es su mayor virtud, es capaz de mostrar el dolor y la soledad del hombre moderno en medio de la multitud. Multitud indiferente de los no-lugares. O sea, aquellos espacios de transito propios de la modernidad en los que el individuo pierde su identidad más intima. Y poco importa que este ser humano sea un demente cuyas experiencias se nos antojen irreales. La única verdad es que desde la perspectiva del abismo se aportan visiones que no por descorazonadoras son menos brillantes.
FICHA TÉCNICA:
Dirección y guión: Lodge Kerrigan.País: USA.Año: 2004.Duración: 93 min.Género: Drama.Interpretación: Damian Lewis (William Keane), Abigail Breslin (Kira Bedik), Amy Ryan (Lynn Bedik), Tina Holmes (Michelle), Christopher Evan Welch, Liza Colon-Zayas, John Tormey, Brenda Denmark, Ed Wheeler, Yvette Mercedes, Chris Bauer, Lev Gorn, Frank Wood.Producción: Andrew Fierberg.Producción ejecutiva: Steven Soderbergh.Fotografía: John Foster.Montaje: Andrew Hafitz.Diseño de producción: Petra Barchi.Vestuario: Catherine George.
4 comentarios:
bravísimo!!!!!!! para cuando en CAHIERS????
impresionante
Koichi, tú de qué vas? No se puede ser más pelota!!!!!!!!!!!!!
Discúlpeme Sr. Siverman pero alguno de los que inetrvienen en el blog creo que se toman a coña sus comentarios. A parte de esto, he de decir que parece por sus palabras que puede ser una película bastante interesante. Muy bien explicada.
paz...
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