GDANSK: Ámbar medieval y sueños de libertad

Gdansk es, al margen de consideraciones históricas, un rincón del mundo que no tiene igual. Perla medieval del Báltico, patrimonio de la humanidad por la Unesco, disputada por polacos y alemanes hasta "ayer", sus calles supuran ese especie de libertad y cultura que solamente se encuentra en los puertos de mar. Esa suerte de amplitud de miras, de extralimitación física y mental que otorgan solamente los horizontes infinitos.

En Gdansk se encuentra gente de todo el mundo, no en vano mantiene aquella ancestral herencia de las ferias medievales. Hay locales comerciales y puestos callejeros por doquier. Y hay ámbar, preciosa piedra que en aquellas latitudes es como el oro. Su belleza y sus formas pueden ser muy variadas pero bastará decir que muchas de las estancias de los palacios rusos que pertenecieron a los zares están decorados, forrados y tapizados de ámbar.

Gdansk posee el irregular trazado que ansían los enamorados, esquina a esquina tras cada beso, sorprendiéndose que lo que aguarda en cada plaza hasta llegar al estuario del Vístula. Agua dulce que ha de morir en el mar, grúa medieval que movieron cientos de vidas, gigantesca catedral en la que llegaron a celebrarse simultaneamente veinte misas, graneros hanseáticos... En fin, el sueño del foráneo hecho carne, el paraíso del Este.

A pesar de la dicha, Gdansk alberga desdichas en su seno. Es Polonia y por tanto, Historia viva hecha nación. Gdansk son los astilleros, Gdansk es "Solidaridad". Impulso y movimiento inigualable que unió a un país en busca de un mejor destino. Por el camino, la sangre y las vidas de muchos trabajadores, la indiferencia de los tiranos, la crueldad de los verdugos. Decir Gdansk es decir también Lech Walesa. Decir Lech Walesa es soñar con la libertad del pueblo. Y Walesa es Gdansk, Y Gdansk es Polonia, Europa, un lugar en el mundo, un punto del universo que no se parece a cualquier otro.