20 octubre 2007

Cinema Revival (LVI): Peter Pan (1953)



DESESPERADAMENTE WENDY

La revisión de un clásico del cine de animación Disney como "Peter Pan" (1953) más de cincuenta años después de su estreno supone una oportunidad excelente sobre las relecturas posibles y las aportaciones que pudiera (aún hoy) ofrecer el filme sobre aquel muchacho-héroe que no quería crecer.
Es cierto que la animación Disney ha apostado básicamente por la emoción, por la apelación directa hacia lo sentimental como punto de enganche con un espectador ávido de historias extraordinarias en las que la fuerza del corazón imponía casi a la fuerza el happy end de rigor. No nos engañemos, "Peter Pan" a pesar de los denodados esfuerzos de su protagonista de dibujos animados, ha envejecido. Y mucho. ¿Razones?, citemos unas cuantas de peso.
En primer lugar una ingenuidad cruda poco acorde con nuestros tiempos y una narración basada en la aventura típica y los estereotipos maniqueos (tanto físicos como psíquicos) de la imagen en movimiento narrativa de los pioneros. En segundo lugar, aunque no por ello menos importante, subyace en este filme como en muchos otros de la factoría Disney, la acuciante necesidad de adoctrinar sobre la vida deseable y las conductas mejor consideradas (la lista es numerosa y merecería un artículo exclusivo sobre la cuestión). Se erige, en fin, en un manual en toda regla sobre cómo soportar con sacrificio la existencia en este valle de lágrimas y obviar los matices intrinsecos a toda convivencia. Todo ello incluso superando al propio héroe.
Cincuenta años después, el héroe concebido para la literatura por James M. Barrie debe ahondar en aquellas lecturas que lo dignifican para bien o para mal y que lo sitúan en el panteón de los mitos del imaginario colectivo de la humanidad. Peter Pan no sería quién es sin esa pulsión extrema y exagerada por sobrevivir al tiempo siempre jóven, forever young, siempre héroe en acción dispuesto a salvar a los desvalidos. Feliz y consciente en su quehacer, no conoce el desaliento ni el cansancio. Si, en cambio, debió beber del elixir del desengaño, y es que su misión, de carácter sagrado, lleva implícita su penitencia: la imposibilidad de vivir el amor verdadero. Por más que el asexuado Pan rebusque en todos los rincones de la city londinense, por más que explore en los recovecos y senderos del país de Nunca Jamás, la sombra del ser amado no podrá ser hallada. Tal es el precio de la inmortalidad. Este aliento trágico, poco desarrollado en la película, configura un héroe de profundo calado. No es posible el amor en el lugar en el que todos son felices para siempre. En Nunca Jamás Wendy no podría ser féliz porque Peter Pan no habrá de descansar nunca mientras el mal reine en la tierra. Y así, Wendy volverá a Londres, como Dorothy a Kansas desde Oz, porque tal vez, no haya mejor lugar como el hogar en el que nacimos (curioso mensaje típico del más rancio conservadurismo).
Todos soñamos (la menos alguna vez) con ser Peter Pan, revivir los instantes de nuestra añorada juventud, resucitar el instante de aquella invencibilidad, correr las mismas aventuras junto a la adorable Campanilla (la única mujer de verdad de la película), derrotar al villano. Y por supuesto, pasear interminablemente sobre el cielo estrellado de la mano de Wendy. Siempre Wendy. Y ciertamente Wendy es un espejismo. Abandonó Nunca Jamás, traicionó a Peter Pan haciéndose mayor. Wendy es indudablemente, la proyección de los deseos, el inalcanzable ideal que nos hará adultos desengañados y realistas. Seres de carne y hueso con el corazón roto viviendo la mentira de una cotidianidad impuesta que no buscamos ni merecemos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

admirable su reflexión

Anónimo dijo...

¿para cuando en Cahiers?, ¿para cuando su libro? ¿su columna?