09 marzo 2008

Crítica de Cine (LXVII): Disparando a perros (2005)


DONDE LA MEMORIA NO ALCANZA

Después de la Revolución Rusa de 1917 el cine ya existía. Muy pronto los “popes” de aquel movimiento vieron que aquel medio de expresión nuevo, que utilizaba las imágenes como vehículo de comunicación, tenía un poder increíble. La imagen podía transmitir ciertos mensajes con velocidad y precisión. Por tanto, podía educar, adoctrinar en su sentido más amplio e indeseable. El cine se consagraba (para bien y para mal) como el arte con mayor potencial educativo de todos los tiempos. ¿ Y por qué esta introducción? Porque hay un cine tremendamente útil cuya calidad, tal vez sea discutible, pero no así su tremendo poder pedagógico.
Tal es el caso de “Disparando a perros” (2005) de Michael Caton-Jones . Filme ilustrativo sobre una de las grandes catástrofes humanas del siglo XX: el genocidio perpetrado por los Hutus a los Tutsis en Rwanda. Este contenido resulta valiosísimo por cuanto se trata de uno de los episodios más infames que la raza humana haya conocido. Con el agravante además, del olvido inexorable al que ha sido sometido por parte de la opinión pública europea occidental (no hay más que mirar a países directamente responsables como Bélgica). Ante esta aplastante verdad que la memoria frágil de los hombres no alcanza, el cine se erige en garante de la memoria y en testimonio de lo que nunca debió ser.
Ahora bien, situándonos en términos estrictamente cinematográficos, “Disparando a perros” no pasa de una corrección caligráfica mínima. A una puesta en escena muy simple, casi de telefilme barato, se contrapone un trabajo actoral meritorio (resaltar el trabajo una vez más del siempre impresionante John Hurt). A un guión muy encorsetado y con la percepción inacabada (sobre todo en lo que se refiere a la psicología de los personajes), se cruza un contundente mensaje pedagógico, aparentemente simplón y moralista, pero de incalculable valor ético. Podríamos hablar de un filme ideal para la escuela, sobre todo destinado a las nuevas generaciones de jóvenes (mal) criados en el consumo de imágenes banales e intrascendentes (¿para cuándo el cine en la escuela, el cine en la vida?).
Y es que más allá del color de la piel y de las tradiciones tribales hay una comunidad que solo mediante la fe y el amor superará la injusticia y la violencia a la que es sometida. Suerte de igualitarismo cristiano primordial para la convivencia y la tolerancia que, desgraciadamente, desemboca en un martirio innecesario por cuanto no se justifica en las razones más profundas del personaje principal. Idealismo admirable pero ingenuo. Cabe pensar (esto sí, para los más viejos y con el corazón más curtido) que hay mensajes bienintencionados que no calan en todas las audiencias y que demandan un cine intachable en lo ético y en lo estético. ¿La causa del desengaño? Que en el fragor y las piruetas del siglo XX la figura del hombre se ha quebrado dando lugar a una gigantesca montaña de cadáveres. Triste metáfora que no solo tiene en el genocidio rwandés su más claro ejemplo. Acuden al pensamiento nombres como Verdún, Stalingrado, Auchwitz, Hiroshima, Guernica, Saigón, Srebrenica, Gaza, Kandahar, Beirut, Darfur, y así… el horror interminable y tangible con nombres propios y razones profundas para peliculas y mundos mejores.

FICHA TÉCNICA:

Dirección: Michael Caton-Jones.Países: Reino Unido y Alemania.Año: 2005.Duración: 115 min.Género: Drama.Interpretación: John Hurt (padre Christopher), Hugh Dancy (Joe Connor), Dominique Horwitz (capitán Charles Delon), Clare-Hope Ashitey (Marie), Nicola Walker (Rachel), Louis Mahoney (Sibomana), David Gyasi (François), Jack Pierce (Mark), Steve Toussaint (Roland), Victor Power (Julius).Guión: David Wolstencroft; basado en un argumento de Richard Alwyn y David Belton.Producción: David Belton, Pippa Cross y Jens Meurer.Música: Dario Marianelli.Fotografía: Ivan Strasburg.Montaje: Christian Lonk.Diseño de producción: Bertram Strauss.Vestuario: Dinah Collin.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ciertamente necesaria y dura, durísima