20 septiembre 2008

POSTALES USA: Con Connie en Lafayette Park



No la conocía ni sabía de su drama. Nunca había leído nada sobre las motivaciones que la mantienen acampada, en vigilia permanente, frente a la Casa Blanca. Sin embargo, durante mi estancia en Washington tuve la suerte de conocerla.
Conocer a Concepción Martín. Conchita, o Connie como cariñosamente es conocida por todos los vecinos de Lafayette Park. Es una gallega de nacimiento (ahora ciudadana norteamericana) cuya historia personal la empujó a instalarse a escasos 50 metros de la verja de la Casa Blanca el 1 de agosto de 1981. ¿Cuál es esa historia de desesperación?
Según me cuenta la propia Conchita y lo que yo mismo pude deducir de sus palabras, su matrimonio con un norteamericano, su posterior divorcio y la perdida de la custodia de su hija, la empujaron hacia una cruzada sin retorno que ya dura más de 27 años. Una cruzada contra lo que ella entiende es una injusticia irreparable. Así de duras son las leyes de la más vieja democracia del mundo.
Connie comparte vigilia y caseta de campaña con Thomas Doubting (otro pacifista). Ambos forman parte ya del paisaje cotidiano. Son una atracción turística más que otra cosa. Al hablar con ella diviso un contraste terrible. Por un lado una lucidez encomiable y una capacidad crítica y de análisis impropia de alguien tan castigado por la vida. Por otro, observo con lastima un cuerpo que ha traspasado todas las líneas posibles de la realidad para convertirse en una especie de sombra. Avejentada, curtida, dolorida y delirante refleja cien años de vida y aún no tiene 60.
Ante todos los atónitos turistas que llegan hasta la Casa Blanca, Connie protesta por todos los crímenes cometidos por la administración Bush, por Blair, por Aznar, la proliferación de armas nucleares, la guerra de Irak y la dramática situación en Oriente Medio. La hija perdida parece haber quedado atrás. Su obsesión son los políticos a los que llama terroristas y asesinos. Tal vez no le falte razón. Me entrega una copia de la carta que le envió al entonces presidente Felipe González denunciando la situación de los derechos humanos en el mundo. Me regala artículos de los mejores periódicos del mundo hablando sobre ella.
Tras un breve lapsus me llama aparte, me confiesa secretamente, a medio camino entre lo dramático y lo surrealista, que los dientes que le faltan fueron arrancados por agentes de la CIA en uno de los numerosos secuestros que ha sufrido. También me asegura que lleva un casco para protegerse de los francotiradores que la apuntan permanentemente desde la azotea de la Casa Blanca. Le sugieres con cariño la idea, factible, de volver a España. Te dice sin dudarlo que aquello es mucho peor que los EEUU. Que aún vivimos en una especie de simulacro de democracia. Cuando la escuchas no sabes si está loca o es una santa. Tal vez las dos cosas.
Después de un buen rato de conversación me despido de Connie. Podrías pasarte hablando todo el día con ella, o una semana entera. Le sobra conversación e historias que contar. Sobrecogido y a la vez admirado por su determinación y el martirio diario que ha decidido infringirse en público cruzo la calle hacia la Avenida Pennsylvania perseguido por las ardillas de Lafayette Park. ¿Qué democracia puede permitir la inmolación de uno de sus ciudadanos sin la intención de intervenir o la voluntad de escuchar? ¿Cuándo perdieron la política y la ética su razón de ser para convertirnos en seres inmunizados contra las injusticias? ¿Tan engañados estamos?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Conozco a la tal Conchita y su situación y supongo que la experiencia, tal y cómo usted la refleja, tuvo que ser al menos pintoresca

Anónimo dijo...

lamentable su escrito

Anónimo dijo...

la libertad de prensa está garantizada así que si al anónimo no le gusta el post...