08 octubre 2008

POSTALES USA: Falso Culpable (II)


Silencio. Noche cerrada desde mi celda (la número 666) en la comisaría de la calle 23. No se distinguen luces desde el ventanuco enrejado, tan solo el flamante edificio del FBI. Silencio. Solo acierto a escuchar la leve respiración de mis dos compañeros de celda. Quizás duermen. Mejor así. Silencio. Finalmente me duermo también resignado a mi suerte y rendido a mis incertidumbres. Silencio.
Me llaman. Me esposan. Me escoltan por el pasillo. No se adonde vamos y no quiero preguntar por temor al castigo que me puedan infringir. Miro al suelo. Escucho cada paso que damos hacia la nada. Solamente acierto a alcanzar el latir frenético de mi corazón. Todo da igual. Entramos en un cuarto. Hay algunas personas más dentro, tanto policías como detenidos. Me armo de valor. Pregunto qué hago allí, qué clase de pantomima o pesadilla estoy viviendo. La respuesta es contundente y además eficaz. A los dos segundos comienzo a sangrar por la nariz y la boca. Escucho risas y susurros, llanto a borbotones. Me lavan la cara. Grito de puro miedo. Sudor frío. Lagrimas como ríos de diamante. Escupo un diente. Escupo sangre. Vomito el almuerzo. Me duele todo pero no siento nada. Solo un vacío. Todo es mentira. Absurdo. “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Al rato, entro en una rueda de sospechosos de haber traficado con sustancias prohibidas. Vuelvo a recordar el camino que me ha conducido hasta aquí. Lloro por lo perdido. Las cosas que no puedo tener. La libertad, algo de lo que alguna vez presumí. Después de haber estado expuesto como si fuera mera mercancía, me conducen a la celda. Allí me duermo y olvido mi suerte.
Cuando parece que era más feliz inmerso en la realidad de mis sueños me despiertan. El embajador me visita. Me dice que todo es un gran error. Que soy inocente. Nada nuevo bajo el sol. No hay disculpas. Solo reproches por encontrarme en el lugar equivocado en la hora fatal. Estas son las cosas que uno tiene que estar dispuesto a soportar para reivindicar vejaciones y atropellos. Me digo que he de luchar para que nadie sufra lo que yo. Que esta experiencia pasajera no sea vivida por nadie, ni siquiera por los más indeseables de mis semejantes. Pienso lo lejos que estamos de la convivencia perfecta y de aquellas utopías olvidadas que arrastraron tantas vidas. Aunque la anestesia invada mi mundo nada podrá hundirme. ¡Sigo vivo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues si que está dura la cuestión