LA DIGNIDAD DE UNA MUJER
¿Supone un drama ser mujer? Seguramente que sí. ¿Cuántas realidades tremendas asolan cada día nuestra realidad protagonizadas por mujeres desgraciadas? ¿Cuántas ficciones se habrán pergeñado en busca del grito definitivo? Se dice, y con mucha razón, que la realidad supera ampliamente la ficción. Por tanto, el cine de ayer y de hoy no puede, ni siquiera de lejos, acometer la posibilidad de representar la crueldad, la marginación y la violencia que a lo largo de la Historia muchas culturas han ejercido sobre las mujeres.
Japón es un ejemplo. Tan lejos y tan cerca. Aunque la estética, las pautas y conductas sean lejanas, las motivaciones y las razones siempre serán más terrenales y más cercanas de lo que pensamos. Uno de los cineastas que más ha estudiado estos procesos culturales haciendo de ellos ficciones melodramáticas efectivas es Kenji Mizoguchi. Maestro entre maestros, el japonés indagó a lo largo de su filmografía en los avatares y desventuras de las geishas de su país con un estilo tan propio como trascendente. Su estilo es el de la denuncia social amarga. Amarga por pasiva. Tanto es así que Mizoguchi en el cine es tan amargo como inmortal.
¿Supone un drama ser mujer? Seguramente que sí. ¿Cuántas realidades tremendas asolan cada día nuestra realidad protagonizadas por mujeres desgraciadas? ¿Cuántas ficciones se habrán pergeñado en busca del grito definitivo? Se dice, y con mucha razón, que la realidad supera ampliamente la ficción. Por tanto, el cine de ayer y de hoy no puede, ni siquiera de lejos, acometer la posibilidad de representar la crueldad, la marginación y la violencia que a lo largo de la Historia muchas culturas han ejercido sobre las mujeres.
Japón es un ejemplo. Tan lejos y tan cerca. Aunque la estética, las pautas y conductas sean lejanas, las motivaciones y las razones siempre serán más terrenales y más cercanas de lo que pensamos. Uno de los cineastas que más ha estudiado estos procesos culturales haciendo de ellos ficciones melodramáticas efectivas es Kenji Mizoguchi. Maestro entre maestros, el japonés indagó a lo largo de su filmografía en los avatares y desventuras de las geishas de su país con un estilo tan propio como trascendente. Su estilo es el de la denuncia social amarga. Amarga por pasiva. Tanto es así que Mizoguchi en el cine es tan amargo como inmortal.
¿Mujeres de mala vida? ¿Esclavas del placer? ¿Qué inquietudes llevan a un artista a hacer de una causa la razón total de su obra? La respuesta subyace en su biografía: su hermana fue vendida por sus padres como geisha cuando Mizoguchi aún era un niño. Vida y arte se confunden en el dolor y en la ausencia.
Así, “Vida de Oharu...” (1952) representa una de las obras cumbre de Kenji Mizoguchi por dignificar el rol de la mujer en el seno de la sociedad japonesa. Aunque el filme se sitúa lejos del silo XX, las razones beben de la contemporaneidad y Oharu (la celebérrima diva del cine nipón Kinuyo Tanaka) es una mujer moderna. Una mujer prisionera de los convencionalismos sociales, de las estrecheces morales, de las pasiones que desbordan los márgenes de lo permitido. Como Madame Bovary o Anna Karenina en la literatura, Oharu tiene que pagar cara la osadía de la trasgresión.
Para que esta dramaturgia hecha de la carne y la experiencia cobre vida, Mizoguchi la dota de su peculiar modo de ver el cine. Esos largos y complicados travellings dominando la escena. Esa serenidad desde la distancia representando todo sin implicarse más de lo necesario, sin caer en sentimentalismos baratos. Y finalmente, esa puesta en escena magistral que nos coloca en el cine pero con la autenticidad de la vida y sus suspiros. Es decir, la emoción de unas imágenes inolvidables y el calado de un mensaje que no borrará el tiempo aún sabiendo que la ficción puede (y debe) dignificar la existencia de los seres humanos.
Así, “Vida de Oharu...” (1952) representa una de las obras cumbre de Kenji Mizoguchi por dignificar el rol de la mujer en el seno de la sociedad japonesa. Aunque el filme se sitúa lejos del silo XX, las razones beben de la contemporaneidad y Oharu (la celebérrima diva del cine nipón Kinuyo Tanaka) es una mujer moderna. Una mujer prisionera de los convencionalismos sociales, de las estrecheces morales, de las pasiones que desbordan los márgenes de lo permitido. Como Madame Bovary o Anna Karenina en la literatura, Oharu tiene que pagar cara la osadía de la trasgresión.
Para que esta dramaturgia hecha de la carne y la experiencia cobre vida, Mizoguchi la dota de su peculiar modo de ver el cine. Esos largos y complicados travellings dominando la escena. Esa serenidad desde la distancia representando todo sin implicarse más de lo necesario, sin caer en sentimentalismos baratos. Y finalmente, esa puesta en escena magistral que nos coloca en el cine pero con la autenticidad de la vida y sus suspiros. Es decir, la emoción de unas imágenes inolvidables y el calado de un mensaje que no borrará el tiempo aún sabiendo que la ficción puede (y debe) dignificar la existencia de los seres humanos.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: Saikaku ichidai onna Año: 1952 Duración: 148 min. Director: Kenji Mizoguchi Guión: Yoshikata Yoda (Novela: Saikaku Ihara)Música: Ichiro Saito Fotografía:
Yoshimi Hirano Reparto: Kinuyo Tanaka, Toshiro Mifune, Masao Shimizu, Ichiro Sugai, Tsukue Matsuura, Kiyoko Tsuji, Toshiaki Chikae
Yoshimi Hirano Reparto: Kinuyo Tanaka, Toshiro Mifune, Masao Shimizu, Ichiro Sugai, Tsukue Matsuura, Kiyoko Tsuji, Toshiaki Chikae
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