Si tuviera que vivir en algún lugar diferente a todo, creo que la opción sería Brooklyn. Hablamos de uno de los distritos más populares y densos de la ciudad de Nueva York. Y sin embargo, Brooklyn se expresa en cada calle, en cada esquina con el sosiego y la tranquilidad del que carece Manhattan.
No hay duda, viviría gustosamente en Brooklyn porque me gustan las fachadas de sus casas, cuidadas al detalle, de colores rojizos y suaves contrastando con sus verdes y frescos jardines, perros ladrando a los coches y ventanas entreabiertas de las que salen dulces melodías y el destello irresistible de una luz tenue en torno a la cual, cena una familia y en la que se cuentan, al final de cada jornada, las penas e ilusiones que pueblan su existencia.
Desde Brooklyn Heights y sus aceras salidas de cuento hasta Brighton Beach y Coney Island a través de Flatbush Avenue (su arteria principal) o cruzando el mágico e incomparable puente de Brooklyn. Si tuviera que elegir me quedaría en Grand Army Plaza, un enorme arco del triunfo adornado de alegorías sobre la Guerra de Secesión. La grandeza del arte choca frontalmente con la modestia de las casas circundantes y la humildad de sus gentes. Aquí no hay apartamentos lujosos, ni yuppies, ni grandes estrellas del cine, el teatro o del showbusiness. Gente obrera y trabajadora de clase media que desempeñan labores en el sector de los servicios. Eso es lo que hay. Desde profesores hasta administrativos, desde albañiles a bomberos. Un amplio espectro de oficios al que le ponen rostro muchas mujeres y hombres que en las tardes, deciden ir a relajarse a Prospect Park.
Prospect Park como su propio nombre indica, es un gigantesco parque, un espacio masivo de esparcimiento para ciudadanos cansados ávidos de evasión. Un lujo que derrocha salud y bienestar a raudales del que bien podrían aprender los políticos avariciosos que no entienden o no quieren entender, que la ciudad como espacio, debe albergar zonas verdes. En Prospect Park se pueden reunir cada tarde miles de personas en las horas punta. Blancos, negros, chinos, mulatos, sanos o enfermos. Todos juntos, cada uno a su ritmo. El parque se amolda a cada uno. Muchas toman el sol o juegan al fútbol (soccer) o simplemente caminan. Pero también en Prospect Park ha llegado la fiebre del running y por sus diferentes, sinuosos y largos caminos se puede ver a todo tipo de corredores. Desde los novatos más esforzados hasta individuos convalecientes (lisiados o limitados) entregados a su propia fatiga hasta llegar a gente más experimentada y curtida en las batallas de la agonía física. A pesar de sus diferencias, se mezclan y conversan animadamente sobre la posibilidad de coincidir en el próximo y multitudinario (35.000 corredores) maratón de Nueva York (cada principio de noviembre).
Sigo adentrándome en Brooklyn. Continúo hacia el sur buscando los límites, divisando las tripas del monstruo. Casi sin querer llego a Coney Island, un lugar de playa bien conocido por su entorno lúdico y su legendario parque de atracciones. Paseo por la playa, descubro asombrado que hay una comunidad georgiana muy fuerte protestando por la guerra en el Cáucaso. Me solidarizo con ellos aunque no termino de comprender sus reivindicaciones aunque no soy indiferente a la injusticia de la guerra. Visito el parque de atracciones famoso por ser el escenario de infinidad de películas y series de televisión. Desde “Los Soprano” pasando por “Big”. Lo que no me esperaba eran atracciones de tan mal gusto como una especie de observatorio, en el que pagando un dólar, se puede mirar cómo se tortura a un hombre al "estilo Guantánamo". Obviaré cualquier descripción o detalle al respecto. Solo diré que era deleznable. Me digo que esta gente tiene la violencia muy banalizada y es algo grave. Para olvidar el incidente decido bañarme. El agua está fría pero limpia, el fondo es arenoso y tiene un color verde intenso, como si de un pantano se tratara. En esos instantes de calma reflexiono y retrocedo mentalmente sobre mis pasos. Pienso que tengo suerte y que en aquel lugar que empiezo a amar y sentir como propio y al que indudablemente he de volver, se esconden los resortes mágicos que me hacen valorar las cosas que tengo. Mi país, mi casa, mi lugar, mi familia, mis amigos, mi trabajo…y así hasta el infinito y más allá.
No hay duda, viviría gustosamente en Brooklyn porque me gustan las fachadas de sus casas, cuidadas al detalle, de colores rojizos y suaves contrastando con sus verdes y frescos jardines, perros ladrando a los coches y ventanas entreabiertas de las que salen dulces melodías y el destello irresistible de una luz tenue en torno a la cual, cena una familia y en la que se cuentan, al final de cada jornada, las penas e ilusiones que pueblan su existencia.
Desde Brooklyn Heights y sus aceras salidas de cuento hasta Brighton Beach y Coney Island a través de Flatbush Avenue (su arteria principal) o cruzando el mágico e incomparable puente de Brooklyn. Si tuviera que elegir me quedaría en Grand Army Plaza, un enorme arco del triunfo adornado de alegorías sobre la Guerra de Secesión. La grandeza del arte choca frontalmente con la modestia de las casas circundantes y la humildad de sus gentes. Aquí no hay apartamentos lujosos, ni yuppies, ni grandes estrellas del cine, el teatro o del showbusiness. Gente obrera y trabajadora de clase media que desempeñan labores en el sector de los servicios. Eso es lo que hay. Desde profesores hasta administrativos, desde albañiles a bomberos. Un amplio espectro de oficios al que le ponen rostro muchas mujeres y hombres que en las tardes, deciden ir a relajarse a Prospect Park.
Prospect Park como su propio nombre indica, es un gigantesco parque, un espacio masivo de esparcimiento para ciudadanos cansados ávidos de evasión. Un lujo que derrocha salud y bienestar a raudales del que bien podrían aprender los políticos avariciosos que no entienden o no quieren entender, que la ciudad como espacio, debe albergar zonas verdes. En Prospect Park se pueden reunir cada tarde miles de personas en las horas punta. Blancos, negros, chinos, mulatos, sanos o enfermos. Todos juntos, cada uno a su ritmo. El parque se amolda a cada uno. Muchas toman el sol o juegan al fútbol (soccer) o simplemente caminan. Pero también en Prospect Park ha llegado la fiebre del running y por sus diferentes, sinuosos y largos caminos se puede ver a todo tipo de corredores. Desde los novatos más esforzados hasta individuos convalecientes (lisiados o limitados) entregados a su propia fatiga hasta llegar a gente más experimentada y curtida en las batallas de la agonía física. A pesar de sus diferencias, se mezclan y conversan animadamente sobre la posibilidad de coincidir en el próximo y multitudinario (35.000 corredores) maratón de Nueva York (cada principio de noviembre).
Sigo adentrándome en Brooklyn. Continúo hacia el sur buscando los límites, divisando las tripas del monstruo. Casi sin querer llego a Coney Island, un lugar de playa bien conocido por su entorno lúdico y su legendario parque de atracciones. Paseo por la playa, descubro asombrado que hay una comunidad georgiana muy fuerte protestando por la guerra en el Cáucaso. Me solidarizo con ellos aunque no termino de comprender sus reivindicaciones aunque no soy indiferente a la injusticia de la guerra. Visito el parque de atracciones famoso por ser el escenario de infinidad de películas y series de televisión. Desde “Los Soprano” pasando por “Big”. Lo que no me esperaba eran atracciones de tan mal gusto como una especie de observatorio, en el que pagando un dólar, se puede mirar cómo se tortura a un hombre al "estilo Guantánamo". Obviaré cualquier descripción o detalle al respecto. Solo diré que era deleznable. Me digo que esta gente tiene la violencia muy banalizada y es algo grave. Para olvidar el incidente decido bañarme. El agua está fría pero limpia, el fondo es arenoso y tiene un color verde intenso, como si de un pantano se tratara. En esos instantes de calma reflexiono y retrocedo mentalmente sobre mis pasos. Pienso que tengo suerte y que en aquel lugar que empiezo a amar y sentir como propio y al que indudablemente he de volver, se esconden los resortes mágicos que me hacen valorar las cosas que tengo. Mi país, mi casa, mi lugar, mi familia, mis amigos, mi trabajo…y así hasta el infinito y más allá.
5 comentarios:
Gracias por compartir tu experiencia de este viaje tan importante para ti. Sé que has disfrutado un monton y que lo has preparado con mucha ilusión. Sé que volveras.
Ahora a empezar un nuevo curso que sé que lo vas hacer muy bien. Eres el mejor
lo es, y lo que es una pena que un tipo como éste no esté escribiendo por ahí aunque sea en una columna de mala muerte aunque sea para hacer felices a unos cuantos mortales
un lujo de viaje, nos hace ver a través de sus ojos esas experiencias únicas que usted ha vivido
seamos comedidos que el Sr. Silverman sabe lo que hace. El destino decidirá...
Me gusta mucho leer tus "aventuras" por New York. Solo un pero, me gustaría que colgaras más fotos. El sitio lo merece
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