Si algún lugar en este mundo en el que las barreras se rompieron definitivamente, por la buena costumbre de relacionarse y mezclarse con todo tipo de personas, ese lugar tal vez sea Nueva York. Si ha de existir, Dios quiera que sí, un rincón en la mente de cada persona en que la noción de extranjero (en que la absurda abstracción del llamado “forastero”) se difumine para siempre, será en la cabecita de los neoyorquinos.
Cabe entonces preguntarse: ¿quiénes son los neoyorquinos?, ¿los nacidos en el estado de Nueva York o en su ciudad?, ¿los que viven allí tal vez?, ¿los que allí forjaron sus sueños e ilusiones?, ¿quizás los que allí murieron? La respuesta a todas estas preguntas casi carece de sentido. Para quién ha tenido la fortuna de visitar, vivir, sentir y palpar las calles de NY y sus gentes sabe de sobra que neoyorquinos, lo que se dice neoyorquinos, somos todos los que alguna vez pisamos sus aceras y participamos de aquella grandeza multicolor.
Por tanto, todos neoyorquinos. Y ya se que este “paraíso” que estoy describiendo tiene luces y sombras, conflictos y violencia. Este lugar también conoce las lágrimas y la soledad. Sin embargo, subyace en cada habitante de esta ciudad la necesidad de acoger, la esperanza de dialogar, el imperativo de guiar al recién llegado y hacerlo sentir como en casa. Porque en el fondo NY es tu casa. Siempre lo será aunque no vuelvas nunca más (Dios no lo quiera y me de la oportunidad de retornar). No es algo baladí ni trivial. Es algo muy serio. Te da calma. ¿Qué puede haber más importante que sentirte acompañado en medio de aquella inmensidad de cemento y cristal?
Los empleados del metro te indican con pelos y señales. Si pudieran abandonarían gustosamente su puesto de trabajo. Todos te miran con ganas de agradarte, “you are welcome” te dicen mil veces. “Can I help you?”, otras cientos. Se solidarizan contigo en tu suerte y también en tus desgracias. Ya lo dije, conocen el dolor de las catástrofes porque las han vivido de todos los tipos. Se interesan por tu procedencia, tu cultura, tus inquietudes y aficiones. En NY el afán de conocer mundo es sincero e ilimitado. Y gracias a eso, intimar puede ser fácil, porque las casas están abiertas desde el espíritu de los que las habitan.
¿Cómo asegurar algo tan íntimo en tan breve lapso de tiempo? Bueno, porque quien esto escribe (si esto es escribir) tiene casas a las que volver y gente a la que visitar en la ciudad de los rascacielos. Porque el futuro habrá de depararle encuentros y conversaciones que quedaron inconclusas por la brevedad del momento y la dolorosa fugacidad del tiempo. Porque del origen de estos afectos habrá de recolectar duraderas amistades. A la sombra de una torre de apartamentos en Hell´s Kitchen o en Grand Central Terminal. Bebiendo un mojito al atardecer mientras se divisa el Empire State o soñando con coger el autobús hacia el Pacifico (Los Ángeles tal vez). Neoyorquino por siempre. Desde el momento en que todas esas personas con su calor y hospitalidad me acogieron en su seno. Neoyorquino forever.
Cabe entonces preguntarse: ¿quiénes son los neoyorquinos?, ¿los nacidos en el estado de Nueva York o en su ciudad?, ¿los que viven allí tal vez?, ¿los que allí forjaron sus sueños e ilusiones?, ¿quizás los que allí murieron? La respuesta a todas estas preguntas casi carece de sentido. Para quién ha tenido la fortuna de visitar, vivir, sentir y palpar las calles de NY y sus gentes sabe de sobra que neoyorquinos, lo que se dice neoyorquinos, somos todos los que alguna vez pisamos sus aceras y participamos de aquella grandeza multicolor.
Por tanto, todos neoyorquinos. Y ya se que este “paraíso” que estoy describiendo tiene luces y sombras, conflictos y violencia. Este lugar también conoce las lágrimas y la soledad. Sin embargo, subyace en cada habitante de esta ciudad la necesidad de acoger, la esperanza de dialogar, el imperativo de guiar al recién llegado y hacerlo sentir como en casa. Porque en el fondo NY es tu casa. Siempre lo será aunque no vuelvas nunca más (Dios no lo quiera y me de la oportunidad de retornar). No es algo baladí ni trivial. Es algo muy serio. Te da calma. ¿Qué puede haber más importante que sentirte acompañado en medio de aquella inmensidad de cemento y cristal?
Los empleados del metro te indican con pelos y señales. Si pudieran abandonarían gustosamente su puesto de trabajo. Todos te miran con ganas de agradarte, “you are welcome” te dicen mil veces. “Can I help you?”, otras cientos. Se solidarizan contigo en tu suerte y también en tus desgracias. Ya lo dije, conocen el dolor de las catástrofes porque las han vivido de todos los tipos. Se interesan por tu procedencia, tu cultura, tus inquietudes y aficiones. En NY el afán de conocer mundo es sincero e ilimitado. Y gracias a eso, intimar puede ser fácil, porque las casas están abiertas desde el espíritu de los que las habitan.
¿Cómo asegurar algo tan íntimo en tan breve lapso de tiempo? Bueno, porque quien esto escribe (si esto es escribir) tiene casas a las que volver y gente a la que visitar en la ciudad de los rascacielos. Porque el futuro habrá de depararle encuentros y conversaciones que quedaron inconclusas por la brevedad del momento y la dolorosa fugacidad del tiempo. Porque del origen de estos afectos habrá de recolectar duraderas amistades. A la sombra de una torre de apartamentos en Hell´s Kitchen o en Grand Central Terminal. Bebiendo un mojito al atardecer mientras se divisa el Empire State o soñando con coger el autobús hacia el Pacifico (Los Ángeles tal vez). Neoyorquino por siempre. Desde el momento en que todas esas personas con su calor y hospitalidad me acogieron en su seno. Neoyorquino forever.
3 comentarios:
Es maravilloso tener amistades de otros países y diferentes culturas, aunque a veces te lleves alguna pequeña decepción. Joseph sabe de lo que hablo.
vaya fotón y vaya amigo que se ha sacado de la manga en USA
Estás muy equivocado los yankees son unos hijos de ....
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