"El pasado nunca se muere
ni siquiera es pasado"
WILLIAM FAULKNER
Conocí a Ahmed en la sala de urgencias del hospital. Y a pesar de ser un encuentro grato la ocasión no lo era. El lugar tampoco. En la sala de urgencias, justo en el centro de la estancia estábamos los dos. Lo recuerdo porque a nuestra izquierda había un hombre joven acompañado de un niño pequeño. Quizás su hijo al que consolaba constantemente. Éste estaba sentado en una desvencijada sillita de ruedas aguantando los dolores que le producía una fractura interna en su pierna. A nuestra derecha, una mujer con la cara hinchada mascullaba una historia trágica cuya fatal protagonista era ella misma. Ahmed y yo en el centro. Así por dos horas sin que nadie saliera de la puerta blanca que teníamos enfrente. Ese resquicio de salvación donde suponíamos que estaban los profesionales que nos atenderían.
Ambos nos encontrábamos allí en aquel lúgubre lugar por razones distintas. A él la debilidad de sus pulmones y su diabetes crónica. A mí, una nariz rota que no paraba de manar sangre. Así de simple. Ahmed había nacido en el Sahara y tenía, más o menos, la misma edad que yo. Vivía en la ciudad desde hacía tres o cuatro años. Era alto, delgado, bien parecido a pesar de su tez blanquecina, limpio y aseado, bien peinado. Vestía un polo azul marino y unos vaqueros también azules acompañados de un par de zapatos negros con cordones. Se mostró desde el primer instante como una persona sensible y afectada por las circunstancias terribles que nos rodeaban. Era capaz de colocarse, pese a sus problemas de salud, en el lugar de todos los que allí esperábamos asistencia. Se le veía y sentía muy dolorido aunque a nadie parecía importarle.
Ahmed me habló sobre muchas cosas durante nuestro encuentro. Tuvo tiempo, gracias a los médicos y enfermeras de aquel lugar llamado hospital, de sincerarse y extenderse con cierto dolor sobre el abandono histórico de unos, las humillaciones y vejaciones racistas a manos de los otros, la falta de libertad, la presencia de dioses justicieros iguales a otros dioses injustos y la evocación temible de los monstruos de la posmodernidad. Y no era raro, porque nadie salía de la puerta blanca a informarnos de nada ni tan siquiera a animarnos en la espera eterna.
También me habló con entusiasmo y nostalgia del amanecer en el desierto, del horizonte infinito, de la patria que quedó atrás, de Mamá, Papá y el te verde y del amor imposible: Marianne. La chica del desierto quedó en el rincón de los olvidos, la memoria en la arena, la arena en el viento. En el patio trasero de aquello que antes los españoles, y ahora los marroquíes, llaman con desprecio Colonia. O tal vez se hayan inventado un nuevo eufemismo que responda mejor a su cinismo y ambición. Ahmed razonó con emocionados ojos de diamante sobre una emigración que no cesa ni lo hará, de una aventura individual, la suya, de los sueños y promesas de un futuro más prospero y de la felicidad que se avecina aunque en los hospitales de su nuevo país no le den ni agua con que soportar la agónica espera.
Y así, cuando el tiempo se diluyó en la espesura de la madrugada, en medio de los gritos, la desesperación y la sangre. Ahmed y los demás, incluido yo mismo, fuimos recibidos por gente malhumorada. Al parecer, personal médico, aunque a juzgar por sus rostros y formas… Aquella noche amarga, en la que Ahmed contó su vida con la misma pasión con la que se cuenta un cuento, yo me quedé con una nariz torcida y él sin una pierna.
Y ahora, en medio del fragor de palabras que nada valen al lado de un hombre quebrado, yo podría contarle a Ahmed otro cuento de justicia, compromiso y responsabilidad cuyos protagonistas podrían ser políticos avariciosos y médicos que se creen dioses. Pero sería amargo y al final me perdería en dolorosos detalles. No sería un cuento. Solo promesas que nunca se cumplieron.
5 comentarios:
es duro y crúel. Pero a la vez lúcido y cabal. ¿Ocurrió de verdad?
joderrrrr, durillo aunque emotivo
Estoy segura que una parte del cuento es real porque a Silverman le partieron una vez la nariz y estuvo varias horas en urgencias hasta que le atendieron. Lo que no sé es cuánto de real y de ficción hay en el resto. Da igual si es realidad o ficción, lo importante es que es literatura
increible
Y todavía estamos en esa "espera eterna", esperando entrar por esa blanca y lúcida puerta.
Desconocía el cuento pero me ha gustado mucho. Y la nueva sección de "cuentitos" también, ojo !
Salu2 !
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