SOBRE POSESIONES Y ABSTRACCIONES
Decidir si “Posesión infernal” (1982) de Sam Raimi es uno de los filmes de terror más influyentes de todos los tiempos podría ser un debate más que atractivo, aunque en el fondo, todo depende del gusto propio. Indudablemente se trata de un título fundamental que aportó frescura al género y exploró nuevos caminos en lo estético y en lo narrativo. Caminos que sirvieron a otros cineastas, la mayoría de ellos instalados en el mainstream cinematográfico como Peter Jackson con aquella brutalidad titulada “Braindead” (1992), Alexandre Aja con el brillante remake de “Las colinas tienen ojos” (2006 ) o incluso los españoles Nacho Vigalondo en su inquietante debut “Los cronocrímenes” (2007) y Juan Antonio Bayona con la más previsible “El orfanato”(2007) . A pesar de tan amplia fama e influencia nunca sabremos si aquel éxito temprano y fulgurante (al que continuaron dos secuelas más) se debía más a su talento o a la pura casualidad. El caso es que Sam Raimi abandonó aquellos derroteros juveniles para mudarse a un cine de corte más comercial o alimenticio. Filmes como “Spiderman” (2002) y sus dos secuelas son una muestra palpable de esto. El cine que decida hacer a partir de ahora solamente lo conoce el futuro.
El filme que ahora nos ocupa, desde la perspectiva del tiempo (más de veinticinco años) es un elemento de arqueología cinematográfica cuya singularidad la hace una obra de características únicas, en tanto su creador no se repitió más de lo necesario en la formula que lo convirtió en un cineasta de intenso culto. En “Posesión infernal” todo huele a panda de amigos y amateurismo. A locura imberbe y rebeldía para frikis.
El planteamiento inicial es ingenuo y trillado: espíritus demoníacos que poseen locamente a un grupo de amigos dentro de una pequeña cabaña perdida en el campo. Nada que no hubiésemos visto en el cine de serie B de Roger Corman o del Wes Craven primigenio, con elementos del propio Alfred Hitchcock, de “El exorcista” (1973) de Wiliam Friedkin o “La profecía” (1976) de Richard Donner. ¿Se puede reinventar el género a partir de un collage? Probablemente si. Tan seguro como que la obra de Picasso no podría ser comprendida ni concebida sin las pinturas de Degas. Raimi compone un cadáver exquisito absolutamente frenético, trufado de guiños cinéfilos y trasgresión juvenil. Sin embargo, la trama es de trazo grueso. Tanto, que el terror teórico se disfraza de parodia inédita e irreverente. O lo que es lo mismo, se desdibujan las situaciones en una suerte de abstracciones imposibles salpicadas de sangre y vísceras. Un carnaval sangriento medio en broma que no busca indagar en los miedos del espectador sino provocar reacciones diversas. Desde el asco hasta la risa. Metafóricamente, si hablásemos de un parque de atracciones, “Posesión infernal” estaría lejos de ser la Casa Encantada. Sería indudablemente la Montaña Rusa.
En conclusión, es un filme que inició el subgénero del gore y que demostró, mucho antes de que se hablase de Cine Independiente, que era posible hacer películas con escasez de medios, poco dinero, una pizca de locura y mucho ingenio. Cabe preguntarse por la relevancia de sus imágenes. Lo cierto es que todos recordamos aquellos cadáveres danzando desmembrados supurando ketchup y leche espesa. Podríamos preguntarnos dónde quedó la trascendencia. O también, preguntarse verdaderamente quién se acuerda de algo importante cuando está subido a una montaña rusa. A pesar de todo, lo que queda es el recuerdo de estar vivo y el deseo de atrapar en un frasco todos esos momentos de suprema felicidad.
Decidir si “Posesión infernal” (1982) de Sam Raimi es uno de los filmes de terror más influyentes de todos los tiempos podría ser un debate más que atractivo, aunque en el fondo, todo depende del gusto propio. Indudablemente se trata de un título fundamental que aportó frescura al género y exploró nuevos caminos en lo estético y en lo narrativo. Caminos que sirvieron a otros cineastas, la mayoría de ellos instalados en el mainstream cinematográfico como Peter Jackson con aquella brutalidad titulada “Braindead” (1992), Alexandre Aja con el brillante remake de “Las colinas tienen ojos” (2006 ) o incluso los españoles Nacho Vigalondo en su inquietante debut “Los cronocrímenes” (2007) y Juan Antonio Bayona con la más previsible “El orfanato”(2007) . A pesar de tan amplia fama e influencia nunca sabremos si aquel éxito temprano y fulgurante (al que continuaron dos secuelas más) se debía más a su talento o a la pura casualidad. El caso es que Sam Raimi abandonó aquellos derroteros juveniles para mudarse a un cine de corte más comercial o alimenticio. Filmes como “Spiderman” (2002) y sus dos secuelas son una muestra palpable de esto. El cine que decida hacer a partir de ahora solamente lo conoce el futuro.
El filme que ahora nos ocupa, desde la perspectiva del tiempo (más de veinticinco años) es un elemento de arqueología cinematográfica cuya singularidad la hace una obra de características únicas, en tanto su creador no se repitió más de lo necesario en la formula que lo convirtió en un cineasta de intenso culto. En “Posesión infernal” todo huele a panda de amigos y amateurismo. A locura imberbe y rebeldía para frikis.
El planteamiento inicial es ingenuo y trillado: espíritus demoníacos que poseen locamente a un grupo de amigos dentro de una pequeña cabaña perdida en el campo. Nada que no hubiésemos visto en el cine de serie B de Roger Corman o del Wes Craven primigenio, con elementos del propio Alfred Hitchcock, de “El exorcista” (1973) de Wiliam Friedkin o “La profecía” (1976) de Richard Donner. ¿Se puede reinventar el género a partir de un collage? Probablemente si. Tan seguro como que la obra de Picasso no podría ser comprendida ni concebida sin las pinturas de Degas. Raimi compone un cadáver exquisito absolutamente frenético, trufado de guiños cinéfilos y trasgresión juvenil. Sin embargo, la trama es de trazo grueso. Tanto, que el terror teórico se disfraza de parodia inédita e irreverente. O lo que es lo mismo, se desdibujan las situaciones en una suerte de abstracciones imposibles salpicadas de sangre y vísceras. Un carnaval sangriento medio en broma que no busca indagar en los miedos del espectador sino provocar reacciones diversas. Desde el asco hasta la risa. Metafóricamente, si hablásemos de un parque de atracciones, “Posesión infernal” estaría lejos de ser la Casa Encantada. Sería indudablemente la Montaña Rusa.
En conclusión, es un filme que inició el subgénero del gore y que demostró, mucho antes de que se hablase de Cine Independiente, que era posible hacer películas con escasez de medios, poco dinero, una pizca de locura y mucho ingenio. Cabe preguntarse por la relevancia de sus imágenes. Lo cierto es que todos recordamos aquellos cadáveres danzando desmembrados supurando ketchup y leche espesa. Podríamos preguntarnos dónde quedó la trascendencia. O también, preguntarse verdaderamente quién se acuerda de algo importante cuando está subido a una montaña rusa. A pesar de todo, lo que queda es el recuerdo de estar vivo y el deseo de atrapar en un frasco todos esos momentos de suprema felicidad.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: The Evil Dead Año: 1982 Duración: 86 min. Director: Sam Raimi Guión: Sam Raimi Música: Joseph LoDuca Fotografía: Tom Philo Reparto: Bruce Campbell, Ellen Sandweiss, Betsy Baker, Hal Delrich, Sarah York
1 comentario:
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