HONORABLE MISERABLE
Solamente cuando vemos filmes tan buenos como “Il divo” (2008) de Paolo Sorrentino podemos entender la realidad política italiana desde la Guerra Fría hasta nuestros días. Dicha realidad es, lisa y llanamente, lamentable y surrealista a partes iguales. No hay más que echar un vistazo a su actualidad: corrupción, politiqueo barato, banalidades, guerra de medios, mafia y una ciudadanía cada vez más descreída del Estado y sus representantes. Dicho esto y pensándolo bien, males todos éstos que se propagan como la peste y nos alcanzan ya sin remedio. Para muestra cualquier telediario.
Más allá de relatos más o menos hilvanados, “Il divo” es, antes que nada y sobre todo, el retrato (¿veraz?) de Giulio Andreotti. Figura política del más alto nivel, emblema y estandarte de la Democracia Cristiana, siete veces Presidente del Consejo de Estado, veinticinco ministro y también siniestro manipulador del destino de todos los italianos y protagonista miserable de algunos episodios negros de la reciente historia de aquella nación entre otros dudosos honores. Tales son los ejemplos ilustrativos del asesinato de Aldo Moro o del periodista Mino Pecorelli. Además de sus clarísimos y probados vínculos con La Cosa Nostra y de la multitud de asesinatos perpetrados por ésta a políticos, periodistas y jueces. Un personaje tenebroso sin duda, capaz de las más inmensas crueldades.
¿Qué aporta el filme de Sorrentino a este retrato? Fundamentalmente una revisión que sitúa a Andreotti en su verdadera dimensión negando así viejas evidencias de historiografías más placenteras o interesadas. Es un enfoque nuevo y vívido. Sorrentino aboga por ramalazos narrativos. Fácil perderse entre toda la galería de políticos, aduladores, mafiosos y demás fauna que rodea al “honorable” Andreotti si no se conoce, aunque sea de soslayo, los acontecimientos que se están recreando. Como decía, son ramalazos, flash-backs, información dispersa, situaciones, monólogos, estampas y fotos que definen la personalidad del personaje. En el fondo, entre la densidad de la información, el objetivo es mostrar el rostro del político, del hombre apegado al poder, de un miserable que ha pervertido el espacio público apropiándoselo para sí mismo y para sus execrables acólitos.
Sorrentino (ojito a la interesante filmografía de este realizador) hace una película importante aunque el envoltorio es de pura parodia, de opereta rimbombante recargada hasta el paroxismo. Este Andreotti cinematográfico es magistralmente interpretado por el actor Toni Servillo. Y a juego con el conjunto general, Servillo pone en liza todo un amplio catálogo de muecas, tics nerviosos, además de hipocondría e ingenio a raudales. Su interpretación roza el surrealismo, lo carnavalesco, lo caricaturesco. Entre el rostro y la careta, el filme vomita espeluznantemente lo segundo. Y es ahí, entre tanto recargamiento donde nacen ciertas escenas, las más importantes, en las que Andreotti se nos muestra en la oscuridad tal cual es: un deshecho con delirios de grandeza.
En conclusión, habrá que convenir que “Il divo” es un filme indispensable que habla, alto y claro, sobre los males que incuban las democracias. Sobre la personificación del mal y el descrédito de lo comunitario, de lo que nos pertenece a todos y por lo que todos deberíamos luchar. Es, y se puede decir sin dudar, un tratado magnífico sobre los abusos del poder y la megalomanía. Lastima que el telediario de mañana muestre una vez más que no vemos películas como ésta ni aprendemos de errores propios o ajenos.
Solamente cuando vemos filmes tan buenos como “Il divo” (2008) de Paolo Sorrentino podemos entender la realidad política italiana desde la Guerra Fría hasta nuestros días. Dicha realidad es, lisa y llanamente, lamentable y surrealista a partes iguales. No hay más que echar un vistazo a su actualidad: corrupción, politiqueo barato, banalidades, guerra de medios, mafia y una ciudadanía cada vez más descreída del Estado y sus representantes. Dicho esto y pensándolo bien, males todos éstos que se propagan como la peste y nos alcanzan ya sin remedio. Para muestra cualquier telediario.
Más allá de relatos más o menos hilvanados, “Il divo” es, antes que nada y sobre todo, el retrato (¿veraz?) de Giulio Andreotti. Figura política del más alto nivel, emblema y estandarte de la Democracia Cristiana, siete veces Presidente del Consejo de Estado, veinticinco ministro y también siniestro manipulador del destino de todos los italianos y protagonista miserable de algunos episodios negros de la reciente historia de aquella nación entre otros dudosos honores. Tales son los ejemplos ilustrativos del asesinato de Aldo Moro o del periodista Mino Pecorelli. Además de sus clarísimos y probados vínculos con La Cosa Nostra y de la multitud de asesinatos perpetrados por ésta a políticos, periodistas y jueces. Un personaje tenebroso sin duda, capaz de las más inmensas crueldades.
¿Qué aporta el filme de Sorrentino a este retrato? Fundamentalmente una revisión que sitúa a Andreotti en su verdadera dimensión negando así viejas evidencias de historiografías más placenteras o interesadas. Es un enfoque nuevo y vívido. Sorrentino aboga por ramalazos narrativos. Fácil perderse entre toda la galería de políticos, aduladores, mafiosos y demás fauna que rodea al “honorable” Andreotti si no se conoce, aunque sea de soslayo, los acontecimientos que se están recreando. Como decía, son ramalazos, flash-backs, información dispersa, situaciones, monólogos, estampas y fotos que definen la personalidad del personaje. En el fondo, entre la densidad de la información, el objetivo es mostrar el rostro del político, del hombre apegado al poder, de un miserable que ha pervertido el espacio público apropiándoselo para sí mismo y para sus execrables acólitos.
Sorrentino (ojito a la interesante filmografía de este realizador) hace una película importante aunque el envoltorio es de pura parodia, de opereta rimbombante recargada hasta el paroxismo. Este Andreotti cinematográfico es magistralmente interpretado por el actor Toni Servillo. Y a juego con el conjunto general, Servillo pone en liza todo un amplio catálogo de muecas, tics nerviosos, además de hipocondría e ingenio a raudales. Su interpretación roza el surrealismo, lo carnavalesco, lo caricaturesco. Entre el rostro y la careta, el filme vomita espeluznantemente lo segundo. Y es ahí, entre tanto recargamiento donde nacen ciertas escenas, las más importantes, en las que Andreotti se nos muestra en la oscuridad tal cual es: un deshecho con delirios de grandeza.
En conclusión, habrá que convenir que “Il divo” es un filme indispensable que habla, alto y claro, sobre los males que incuban las democracias. Sobre la personificación del mal y el descrédito de lo comunitario, de lo que nos pertenece a todos y por lo que todos deberíamos luchar. Es, y se puede decir sin dudar, un tratado magnífico sobre los abusos del poder y la megalomanía. Lastima que el telediario de mañana muestre una vez más que no vemos películas como ésta ni aprendemos de errores propios o ajenos.
FICHA TÉCNICA:
Dirección y guión: Paolo Sorrentino.País: Italia.Año: 2008.Duración: 110 min.Género: Biopic, drama.Interpretación: Toni Servillo (Giulio Andreotti), Anna Bonaiuto (Livia Andreotti), Giulio Bosetti (Eugenio Scalfari), Flavio Bucci (Franco Evangelisti), Carlo Buccirosso (Paolo Cirino Pomicino), Giorgio Colangeli (Salvo Lima), Alberto Cracco (don Mario), Piera Degli Esposti (Sra. Enea), Lorenzo Gioielli (Mino Pecorelli), Paolo Graziosi (Aldo Moro).Producción: Nicola Giuliano, Francesca Cima, Andrea Occhipinti y Maurizio Coppolecchia.Música: Teho Teardo.Fotografía: Luca Bigazzi.Montaje: Cristiano Travaglioli.Diseño de producción: Lino Fiorito.Vestuario: Daniela Ciancio.
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