
EN UN CINE DE PARÍS
El pasado es desconocido. La verdadera Historia (con mayúsculas) es absolutamente indescifrable. Incluso hay algunos episodios estudiados y documentados en todas sus vertientes que, siendo capaces de arrojar luz sobre los acontecimientos, no terminan de resucitar los hechos y sus motivaciones tal y como realmente fueron. ¿Cómo entonces negarle al cine la facultad de elucubrar sobre la Historia, de reinventarla, de manipularla a su antojo? El último filme de Quentin Tarantino, aunque pueda ser increíble, ha cambiado la Historia (con mayúsculas) de toda la II Guerra Mundial y todo lo que eso conlleva. Y lo mejor de todo es que no se ha sonrojado ni por un instante. Todo lo contrario, su apoteosis final puede calificarse de antológica e inusitada y hace soñar a todos los cinéfilos con las celebraciones imposibles y los mundos idealizados. Un regalo para los ojos.
Sobre estas apasionantes cuestiones hay que añadir además dos puntos importantes sobre las que cualquier cinéfilo puede reflexionar tras el visionado de “Malditos bastardos” (2009). En primer lugar, con este filme magnífico, Tarantino sigue profundizando y dando a conocer cierto cine de género de bajo presupuesto y desconocido para el público. Tremenda paradoja teniendo en cuenta que sus filmes intentan emular un cine barato con más dinero, más medios y también (todo hay que decirlo) más inteligencia, ingenio y brillantez. Es una búsqueda definitiva que intenta desentrañar ciertos elementos del cine de culto. No nos engañemos, Tarantino es el cronista de la Historia del Cine no oficial. Retornan fulgurantes los guiños al spaghetti-western y al bélico de serie B (las tarantelas de Ennio Morricone nos trasladan a contextos lejanos al París de la Ocupación Nazi). No pasan desapercibidos los homenajes, más que merecidos, a títulos espléndidos como “Aquel maldito tren blindado” (1977) de Enzo Castelari (principal fuente de inspiración del filme según su director), “Los doce del patíbulo” (1967) de Robert Aldrich o “Los violentos de Kelly” (1970) de Brian G. Hutton por citar tres ejemplos sobre el género bélico trufado de aventuras muchas veces inverosímiles.
En segundo lugar, “Malditos bastardos” sigue la estela de todos los filmes anteriores de su autor. Es decir, la capacidad de establecer esa originalidad narrativa impropia del cine (casi siempre estructurando el filme en episodios), el establecimiento de situaciones, en apariencia triviales, que nos desvelan cuestiones psicológicas de todos y cada uno de los personajes por medio de un uso desmesurado de la palabra. A lo que habría que añadir esas dosis de humor paródico, de no tomarse en serio a sí mismo, lo cual, aderezado con esa cinefilia compulsiva y esa violencia de tebeos, sitúa el filme en una especie de montaña rusa en el que los niveles dramáticos fluctúan alocadamente.
Solo así se pueden entender las claves de un filme que es más serio de lo que parece y que habrá de aparecer como referencia ineludible en la filmografía de su autor (junto al díptico de “Kill Bill”) en un futuro no muy lejano. Cabe cuestionarse sin reparos, ¿cuántas veces nos brindó el cine la posibilidad de contemplar el asesinato del criminal más grande todos los tiempos en una sala de cine? Quién sabe, igual todo lo que nos han contado y todos los libros que hemos leído eran falsas versiones de unos hechos nunca ocurridos. La verdad estaba en el cine. Quizás, Hitler murió en un cine de París.
El pasado es desconocido. La verdadera Historia (con mayúsculas) es absolutamente indescifrable. Incluso hay algunos episodios estudiados y documentados en todas sus vertientes que, siendo capaces de arrojar luz sobre los acontecimientos, no terminan de resucitar los hechos y sus motivaciones tal y como realmente fueron. ¿Cómo entonces negarle al cine la facultad de elucubrar sobre la Historia, de reinventarla, de manipularla a su antojo? El último filme de Quentin Tarantino, aunque pueda ser increíble, ha cambiado la Historia (con mayúsculas) de toda la II Guerra Mundial y todo lo que eso conlleva. Y lo mejor de todo es que no se ha sonrojado ni por un instante. Todo lo contrario, su apoteosis final puede calificarse de antológica e inusitada y hace soñar a todos los cinéfilos con las celebraciones imposibles y los mundos idealizados. Un regalo para los ojos.
Sobre estas apasionantes cuestiones hay que añadir además dos puntos importantes sobre las que cualquier cinéfilo puede reflexionar tras el visionado de “Malditos bastardos” (2009). En primer lugar, con este filme magnífico, Tarantino sigue profundizando y dando a conocer cierto cine de género de bajo presupuesto y desconocido para el público. Tremenda paradoja teniendo en cuenta que sus filmes intentan emular un cine barato con más dinero, más medios y también (todo hay que decirlo) más inteligencia, ingenio y brillantez. Es una búsqueda definitiva que intenta desentrañar ciertos elementos del cine de culto. No nos engañemos, Tarantino es el cronista de la Historia del Cine no oficial. Retornan fulgurantes los guiños al spaghetti-western y al bélico de serie B (las tarantelas de Ennio Morricone nos trasladan a contextos lejanos al París de la Ocupación Nazi). No pasan desapercibidos los homenajes, más que merecidos, a títulos espléndidos como “Aquel maldito tren blindado” (1977) de Enzo Castelari (principal fuente de inspiración del filme según su director), “Los doce del patíbulo” (1967) de Robert Aldrich o “Los violentos de Kelly” (1970) de Brian G. Hutton por citar tres ejemplos sobre el género bélico trufado de aventuras muchas veces inverosímiles.
En segundo lugar, “Malditos bastardos” sigue la estela de todos los filmes anteriores de su autor. Es decir, la capacidad de establecer esa originalidad narrativa impropia del cine (casi siempre estructurando el filme en episodios), el establecimiento de situaciones, en apariencia triviales, que nos desvelan cuestiones psicológicas de todos y cada uno de los personajes por medio de un uso desmesurado de la palabra. A lo que habría que añadir esas dosis de humor paródico, de no tomarse en serio a sí mismo, lo cual, aderezado con esa cinefilia compulsiva y esa violencia de tebeos, sitúa el filme en una especie de montaña rusa en el que los niveles dramáticos fluctúan alocadamente.
Solo así se pueden entender las claves de un filme que es más serio de lo que parece y que habrá de aparecer como referencia ineludible en la filmografía de su autor (junto al díptico de “Kill Bill”) en un futuro no muy lejano. Cabe cuestionarse sin reparos, ¿cuántas veces nos brindó el cine la posibilidad de contemplar el asesinato del criminal más grande todos los tiempos en una sala de cine? Quién sabe, igual todo lo que nos han contado y todos los libros que hemos leído eran falsas versiones de unos hechos nunca ocurridos. La verdad estaba en el cine. Quizás, Hitler murió en un cine de París.
FICHA TÉCNICA:
Dirección y guión: Quentin Tarantino.Países: USA y Alemania.Año: 2009.Duración: 153 min.Género: Acción, bélico.Interpretación: Brad Pitt (teniente Aldo Raine), Diane Kruger (Bridget Von Hammersmark), Mélanie Laurent (Shosanna Dreyfus), Christoph Waltz (coronel Hans Landa), Michael Fassbender (Archie), Daniel Brühl (Frederick Zoller), Eli Roth (Donny), B.J. Novak (Smithson), Til Schweiger (Hugo Stiglitz), Gedeon Burkhard (Wilhelm Wicki), Julie Dreyfus (Francesca Mondino).Producción: Lawrence Bender.Fotografía: Bob Richardson.Montaje: Sally Menke.Diseño de producción: David Wasco.Vestuario: Anna B. Sheppard.
2 comentarios:
La secuencia del cine como culmen fue alucinante, solamente posible con Tarantino. Admito que la película me ha gustado, que tiene su sello tarantinesco como bien describes pero hay dos cosas que me hacen dudar: el primero,¿acertó con el escenario de la II.Guerra Mundial? Y otra cuestión es que noto un cierto estancamiento en el desarrollo de Tarantino. Aunque, en fin, igual hay que dejarle un tiempo...
Salu2
hay cierta razón... ligero estancamiento, un abuso de las mismas formas
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