
DOCTRINAS DE UN PASADO GRIS
La reciente película ganadora del festival de San Sebastián “City of life and death” (2009) del cineasta chino Lu Chuan, ponía de manifiesto los desconocidos y fatales episodios (sobre todo en occidente) de la ocupación japonesa en la península de Manchuria. Sin extendernos demasiado, podríamos hablar de un filme de denuncia y realista bordeando la objetividad de los acontecimientos y tratando de denunciar las atrocidades históricas del ejército japonés.
Pues bien, el filme que nos ocupa en este texto podría ser indudablemente la antítesis de esta reciente obra: “El adiós de un hijo” (1944) de Keisuke Kinoshita. Siendo uno de los grandes clásicos japoneses rodados durante la contienda, responde claramente a los postulados propios del tiempo y el contexto que le tocó vivir. Es decir, una subordinación temática y argumental al servicio del Estado y sus intereses, un exacerbado nacionalismo cuyo máximo interés residía en mantener la moral alta de la población civil y por último, aunque no por ello menos importante, la confección de un mensaje claro y directo que adoctrina y convence. No importa lo dramático que pueda ser o lo enraizado que pueda estar en las más viscerales emociones.
Cinematográficamente “El adiós de un hijo” es un grandísimo filme porque es capaz de expresarse claramente (como ya habían hecho los soviéticos antes y en aquellos momentos los propios nazis con el Comité de Propaganda de Goebbels a la cabeza) mediante un lenguaje claro y eficaz que utiliza el montaje y hace uso de las imágenes en pos de un objetivo de corte político. No en vano, hablamos de una de las cinematografías (la nipona) más poderosas y desarrolladas de todos los tiempos. Su mensaje es cuestionable desde unos mínimos éticos (la historia de una familia que entrega felizmente a su primogénito al decadente y derrotado régimen ultranacionalista y bélico que reinaba en Japón durante la II Guerra Mundial) pero también lo eran Obras Maestras del cine las realizadas por Leni Riefensthal u otros afamados amantes del totalitarismo cinematográfico. A pesar de todo, Kinoshita trata de preservar el alma pura de sus personajes de la locura a los que la Historia los dirige.
Aún con estas espinosas cuestiones, nadie negará su valor como testimonio veraz y lacrimógeno sobre la inmolación incondicional por causas ideológicas. Algo que a buen seguro chocará a los nuevos cinéfilos criados en climas políticos más vacuos. Y aunque al filme de Shinoshita se le intuye cierta aura de la derrota que vendría poco después (las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki son el archiconocido colofón de lo que jamás debería ocurrir). Aquellos desenlaces mortales producirían (a Dios gracias) un número importante de filmes que ahora sí cuestionarán la contienda de arriba y abajo tratando de limpiar aquellas sucias conciencias. Cito solo dos obras maestras que a diferencia de la que nos ocupa aporta no solo cine de calidad sino dosis de humanismo y reconciliación a raudales: la trilogía de “La condición humana” (1959-61) de Masaki Kobayashi o “La lluvia negra” (1989) de Shohei Imamura. El cine de doctrinas grises dio lugar a cierto colorido. Sin embargo y como en otros aspectos humanos el camino aún no ha finalizado.
La reciente película ganadora del festival de San Sebastián “City of life and death” (2009) del cineasta chino Lu Chuan, ponía de manifiesto los desconocidos y fatales episodios (sobre todo en occidente) de la ocupación japonesa en la península de Manchuria. Sin extendernos demasiado, podríamos hablar de un filme de denuncia y realista bordeando la objetividad de los acontecimientos y tratando de denunciar las atrocidades históricas del ejército japonés.
Pues bien, el filme que nos ocupa en este texto podría ser indudablemente la antítesis de esta reciente obra: “El adiós de un hijo” (1944) de Keisuke Kinoshita. Siendo uno de los grandes clásicos japoneses rodados durante la contienda, responde claramente a los postulados propios del tiempo y el contexto que le tocó vivir. Es decir, una subordinación temática y argumental al servicio del Estado y sus intereses, un exacerbado nacionalismo cuyo máximo interés residía en mantener la moral alta de la población civil y por último, aunque no por ello menos importante, la confección de un mensaje claro y directo que adoctrina y convence. No importa lo dramático que pueda ser o lo enraizado que pueda estar en las más viscerales emociones.
Cinematográficamente “El adiós de un hijo” es un grandísimo filme porque es capaz de expresarse claramente (como ya habían hecho los soviéticos antes y en aquellos momentos los propios nazis con el Comité de Propaganda de Goebbels a la cabeza) mediante un lenguaje claro y eficaz que utiliza el montaje y hace uso de las imágenes en pos de un objetivo de corte político. No en vano, hablamos de una de las cinematografías (la nipona) más poderosas y desarrolladas de todos los tiempos. Su mensaje es cuestionable desde unos mínimos éticos (la historia de una familia que entrega felizmente a su primogénito al decadente y derrotado régimen ultranacionalista y bélico que reinaba en Japón durante la II Guerra Mundial) pero también lo eran Obras Maestras del cine las realizadas por Leni Riefensthal u otros afamados amantes del totalitarismo cinematográfico. A pesar de todo, Kinoshita trata de preservar el alma pura de sus personajes de la locura a los que la Historia los dirige.
Aún con estas espinosas cuestiones, nadie negará su valor como testimonio veraz y lacrimógeno sobre la inmolación incondicional por causas ideológicas. Algo que a buen seguro chocará a los nuevos cinéfilos criados en climas políticos más vacuos. Y aunque al filme de Shinoshita se le intuye cierta aura de la derrota que vendría poco después (las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki son el archiconocido colofón de lo que jamás debería ocurrir). Aquellos desenlaces mortales producirían (a Dios gracias) un número importante de filmes que ahora sí cuestionarán la contienda de arriba y abajo tratando de limpiar aquellas sucias conciencias. Cito solo dos obras maestras que a diferencia de la que nos ocupa aporta no solo cine de calidad sino dosis de humanismo y reconciliación a raudales: la trilogía de “La condición humana” (1959-61) de Masaki Kobayashi o “La lluvia negra” (1989) de Shohei Imamura. El cine de doctrinas grises dio lugar a cierto colorido. Sin embargo y como en otros aspectos humanos el camino aún no ha finalizado.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: Rikugun (The Army) Año: 1944 Duración: 87 min.Director: Keisuke Kinoshita Guión: Shohei Hino, Tadao Ikeda Fotografía: Yoshio Taketomi (B&N) Reparto:
Chishu Ryu, Ken Mitsuda, Kazumasa Hoshino, Kinuyo Tanaka, Ken Uehara, Haruko Sugimura, Shin Saburi, Shûji Sano, Eijirô Tono
Chishu Ryu, Ken Mitsuda, Kazumasa Hoshino, Kinuyo Tanaka, Ken Uehara, Haruko Sugimura, Shin Saburi, Shûji Sano, Eijirô Tono
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