¿Una cultura del siglo XXI?

Tratar de situar y delimitar un concepto de cultura en la sociedad contemporánea es algo tremendamente difícil. Y lo es por dos causas fundamentales. Primeramente, porque el concepto de cultura ha sido definido por las diferentes disciplinas científicas según su ámbito de actuación y esto ha producido que la cultura englobara prácticamente cualquier aspecto de la vida humana. Hasta tal punto es así que podemos encontrar hasta en un diccionario de estética (1998:65) la siguiente definición: “es la totalidad de las capacidades, producciones, organizaciones, etc., mediante las cuales se diferencia el ser humano del animal, o es aquello que le permite a lo largo de la historia ir más allá de su estado natural”. Evidentemente, se trata de una explicación demasiado global aquejada de esas concepciones antropológicas surgidas en el siglo XIX, para las cuales todo es cultura.
En segundo lugar, porque la historia del mundo actual ha adquirido un nivel de complejidad que ningún hombre había experimentado en el pasado. Paradójicamente, esas definiciones globales no sirven en un mundo globalizado y acelerado sustentado “en la supremacía de los mercados y la impotencia de los políticos” (I. Ramonet 1997:1). Tiempos por tanto en los que la faceta cultural puede y debe erigirse en faro y brújula que guié los designios de la humanidad en medio de estas crisis, no solo económicas sino de valores políticos (el hundimiento de las ideologías, fundamentalmente de izquierdas o de carácter más progresista-reformista, con la caída del muro de Berlín, no han encontrado una renovación acorde con los nuevos tiempos si exceptuamos la incógnita, latente aún, de la administración Obama en los EEUU) y de convivencia pacífica entre los diferentes pueblos de la tierra.
Así que “si todo es cultura, nada lo es y la disciplina se queda sin objeto” (T. Coelho 2009:6) diseñar políticas culturales adecuadas sería imposible. ¿Cuáles son las características primordiales que transversalmente debe tener todo concepto de cultura y por ende toda política cultural para poder afrontar los retos de este siglo XXI con garantías de transformación?
Se parte de la base de que cualquier concepción que se haga debe determinar la cultura no como un estado o un ente fosilizado, sino como un proceso en continua evolución. De esta manera, la Declaración de México sobre políticas culturales (Mundiacult) de 1982 rompe con la tradición y señala (entre otras muchas cosas) tres aspectos que sientan las bases futuras y que, al menos en mi opinión, podríamos calificar de revolucionarios. Por un lado entender como bien se refleja en su preámbulo que la cultura “da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo” (1982:8). Por tanto, aporta a la cultura una dimensión metacognitiva y trascendente en la que el hombre se reconoce conscientemente en sus realizaciones y actos. Se inicia asimismo un camino en el que la cultura debe enmarcarse en valores éticos que incluso profundicen en la esfera del espíritu humano (puntos éstos que entiendo son intrínsecos a la cultura y que las distinguen de otros fenómenos o sectores que buscan solo la rentabilidad económica, el rédito propagandístico o la pura evasión existencial).
En segundo lugar, Mundiacult 1982 constata claramente que la cultura habrá de estar siempre y sin discusión íntimamente ligada al desarrollo humano y a la democracia (no debemos olvidar que estamos aún en el final de la Guerra Fría con todo lo que suponía la bipolaridad del mundo y los conflictos impulsados por las dos potencias. Sin olvidar las consecuencias de ambas en guerras largas y traumáticas como las de Vietnam y Afganistán). En este contexto finalmente, el documento también es pionero en la intención de que los países cooperen a todos los niveles a través de la cultura para la resolución de conflictos junto a la búsqueda y establecimiento de paz (desarme nuclear).


Si México puso las bases, será en París, en la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales del año 2005 donde se reflexione plenamente sobre la cultura en un mundo plenamente globalizado (post 11-S). Aquí se van a aportar cuestiones interesantes, tanto en su artículo 2 referente a principios rectores como en su artículo 4 de definiciones. Entre los principios destacan elementos tan importantes como la igualdad y el respeto a todas las culturas, incluyendo aquellas que sean autóctonas o minoritarias. Así como el principio de complementariedad entre lo económico y lo cultural estimulando el uso y no tanto el consumo (lo que convertía a la cultura en un campo económicamente viable en el que era posible la profesionalización y el rigor formal frente a la experimentación y la espontaneidad). Y finalmente el desarrollo sostenible (por primera vez se tiene conciencia palpable desde lo cultural de los problemas medioambientales y las limitaciones de los recursos naturales así como de la responsabilidad ética de dejar un mundo digno a las generaciones futuras). Desde las definiciones hay un concepto tremendamente interesante que es el de interculturalidad. Es decir, la posibilidad de interacción entre culturas diferentes así como “la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una actitud de respeto mutuo” (2005:6). Concepto o estadio éste último absolutamente vital y que no debe confundirse con el multiculturalismo (básicamente la presencia de muchas culturas que se toleran en un mismo espacio) que “ni es un problema ni es un ideal. Es simplemente un proceso” (Zapata-Barrero, R. 2003:15). Un proceso intermedio hacia esa ansiada interculturalidad.

Finalmente, París también contemplará en su articulado cuestiones que superando lo expuesto en Mundiacult 82 serán mucho más elaborados en la Declaración de Friburgo del año 2007. Destacan aspectos como los de Cooperación Cultural (Art. 8) dejando claro que los ciudadanos tienen en su mano “el desarrollo cultural de las sociedades a las que pertenecen” así como “la elaboración, puesta en práctica y evaluación de las decisiones que conciernen y afectan al ejercicio de sus derechos culturales” (2007:8). Este concepto asume que es necesario que progresivamente la sociedad vaya creando un tejido social adecuado para la interacción e iniciativa de los diferentes agentes culturales para “articular una participación diversa y variada que la cultura contemporánea reclama” (Martinell, Alfons 2009:18).
En conclusión, estos tiempos reclaman una cultura que pese a las características básicas que siempre ha tenido, no debe renunciar ni claudicar y sí debe reivindicar constantemente elementos de:
• Trascendencia que cultive y estimule al hombre espiritualmente.
• Búsqueda del desarrollo humano.
• Desarrollo en un contexto democrático de libertades.
• Resolución de conflictos o situaciones de injusticia en el que la finalidad sea siempre la paz.
• Interculturalidad como referencia y signo de diversidad y pluralismo.
• Compatibilidad con criterios económicos.
• Desarrollo sostenible.
• Cooperación cultural y participación ciudadana.

Sin embargo, a pesar de todos estos análisis y estudios que tan bien han diagnosticado la realidad en el tiempo, queda la sensación de que aún falta camino por recorrer y que el panorama actual es más bien pesimista. Porque “cuanto más aumenta el saber, más aumenta lo desconocido (…) esa impasibilidad científica que hace que cuanto más informado está el hombre, tanto más se extienda a su alrededor el desierto del mundo” (Virilio, P. 50-51). Si el desarrollo de todo ese conocimiento no va acompañado de las correspondientes acciones, la incertidumbre, el desequilibrio y la injusticia permanecen inalterables. Es desalentador como nuestras sociedades, cada vez más heterogéneas y diversas, han avanzado poco o muy poco en muchas de las características fundamentales arriba mencionadas (tal es el caso de la interculturalidad por ejemplo). Urge, por tanto, sistematizar acciones y procesos que nos encaminen hacia esa cultura de acción constantemente dinámica y transformadora cuyas finalidades irrenunciables sean la cohesión social y el bien común. Afrontar con esperanza el futuro debe hacer de la cultura, entre otros aspectos de la vida humana (como la educación), algo más importante de lo que es hoy.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
COELHO, Teixeira: (2009). El concepto de cultura en la política cultural. Barcelona: UOC.
HENCKMANN, W. y LOTTER, K. (EDS.): (1998). Diccionario de Estética. Barcelona: Crítica.
MARTINELL, Alfons: (2009). Iniciación a la gestión de la cultura. Barcelona:UOC.
RAMONET, Ignacio: (1997). “Regímenes globalitarios”. Le Monde Diplomatique Nº15. Enero.P.1 UNESCO: (1982).Declaración de México sobre políticas culturales. México:UNESCO.
UNESCO: (2005). Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales. París: UNESCO.
UNESCO: (2007). Los derechos culturales. Declaración de Friburgo. Friburgo: UNESCO.
VIRILIO, Paul: (). Estética de la desaparición. Madrid: Anagrama.
ZAPATA-BARRERO, Ricard: (2003). “Usos de un término polémico”. El País [Madrid] (11 de mayo de 2003), núm. P.15.