MODERNIDAD Y PASADO
La revisión de una película tan relevante como "El enemigo público" (1931) de William A. Wellman, aunque tal vez no tan conocida en nuestro entorno, puede resultar controvertida o cuando menos fascinante. Sin embargo, es un acto de justicia reconocer las aportaciones que este título aportó en su momento, no solo al naciente género de gangsters, sino al cine en su plena totalidad.
El filme de Wellman es, desde sus inicios, un prodigio narrativo que muestra con claridad y concisión rotundas cómo se cuentan las historias. Y lo que es más importante. Cómo se cuentan historias magníficas sobre vidas que expresan autenticidad, repletas todas ellas de detalles inolvidables. Se hilvana desde los títulos de crédito un relato exento de romanticismo con mucho vigor, en el que los personajes van mostrando sus complejidades psicológicas y sus sueños en la América floreciente de inicios del siglo XX. Asímismo se recoge con verismo el nacimiento del crimen organizado en las grandes ciudades de USA. Unas organizaciones que aún tendrían que alcanzar su pleno apogeo tras la Ley Seca y la Gran Depresión.
"El enemigo público", más de 70 años después de su estreno, no ha envejecido un ápice desde la vertiente estrictamente cinematografica. Casi convendría decir que asistimos a un filme moderno en toda su extensión. Moderno, porque se instala con sus imágenes en la Historia (con mayúsculas), con un anhelo por permanecer, no solo como clamoroso artefacto narrativo sino como fuente para el conocimiento del pasado. Y es por eso que Wellman llega a mover la cámara en panorámico sobre un eje de 180 grados o diseña cuidadosas elipsis para mostrar (o mejor imaginar) la violencia fuera del cuadro. O incluso plantear un final antológico en el que el personaje mira fijamente a la cámara, y en definitiva a los espectadores, interrogándoles. Casi se diría, y ojo a la blasfemia, que Wiilliam Wellman se adelanta al Truffaut de "Los cuatrocientos golpes" (1959). Las señas de la virtud y el precio de la inmortalidad en el séptimo arte.
Si a todo esto añadimos la repercusión social que supuso para el público de la época "mirarse al espejo" y sentir que el cine les despojaba de su inocencia. Que el cine denunciaba abiertamente ciertos actos delictivos de su cotidianidad y avisaba de las graves consecuencias que ésto le podía ocasionar a quién osaba burlar a los respetables ciudadanos. Entonces, "El enemigo público" trasciende su propia identidad de arte para convertirse en objeto de servicioo público. Y todo en los años 30.
¿Qué más se puede pedir? Desde el ayer nada. Aparte de un James Cagney y una Jean Harlow en estado de gracia, un pulso y una juventud inusitada para un argumento (auge y caida de un delincuente) que posteriormente sería imitado hasta el agotamiento y la actualidad (no siempre con similar fortuna). Desde el hoy (y aunque suene paradójico) este filme ofrece novedades y posibilidades a cada visión. A modo de conclusión se apuntan éstas: la posibilidad de indagar en las obras primigenias de un género clave en el desarrollo del séptimo arte y por supuesto, profundizar en la excelente filmografía de un director nunca citado al lado de los más grandes. Motivos sobran. Más vale tarde que nunca.
FICHA TÉCNICA:
TÍTULO ORIGINAL The Public Enemy AÑO 1931 DURACIÓN 84 min. DIRECCIÓN: William A. Wellman GUIÓN Harvey Thew, Kubec Glasman, John Bright MÚSICA David Mendoza
FOTOGRAFÍA Dev Jennings (B&W) REPARTO James Cagney, Jean Harlow, Edward Woods, Joan Blondell, Donald Cook, Mae Clarke, Beryl Mercer
FOTOGRAFÍA Dev Jennings (B&W) REPARTO James Cagney, Jean Harlow, Edward Woods, Joan Blondell, Donald Cook, Mae Clarke, Beryl Mercer
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