DOS HOMBRES LIBRES
Se puede hablar largo y tendido de la libertad individual. Podemos leer todo lo que queramos sobre filosofía política y anhelar largamente esa abstracción. Sin embargo, cabe preguntarse si seríamos capaces de reconocer personas que intentan ser libres cuando se cruzan con nosotros. Reconocerlos y respetarlos. Al contrario que en “Easy Rider” (1969), no temerlos ni envidiarlos. Y tal vez sea ése el quid descorazonador de esta película de culto eterno dirigida por el no menos mítico Dennis Hopper: la libertad verdadera es imposible y no por causa de quién intenta ser libre (ya de por sí difícil) sino por la intolerancia de la sociedad alienada.
Revisar “Easy Rider” es hoy un placer inconmensurable porque mantiene intacta la frescura de unas imágenes que, aunque pertenecientes a otro tiempo (tal vez irrecuperable), comunican con poderío cuestiones atemporales. Si reflexionamos por un instante surgen preguntas como dónde ha ido a parar la América que Dennis Hopper retrata, y que con ese aliento lírico y profético, anuncia la llegada del Leviatán (el miedo) que coronará el fin del siglo XX (ultraconservadurismo de Reagan e intervencionismo militar masivo) y el inicio del XXI (el 11-S y la Guerra contra el Terrorismo Global).
Claro que en su momento, y ante la imposibilidad de conocer el futuro fatal, este filme impresionó por otros motivos. Para empezar, significaba convertir en imágenes todas las inquietudes de una generación que siempre fue joven y que soñó con un país más progresista, al margen de aventuras bélicas, que profundizara tal y como rezan sus credos fundacionales en las libertades básicas. Me refiero a todo lo que significó la Beat Generation, a Allen Ginsberg, a Jack Kerouac y su novela “En el camino” (1957), a la exaltación del viaje como pilar fundamental de la existencia, al movimiento como autoconocimiento, al paisaje americano como elemento narrativo y vital, al vivir por encima de todo sin ataduras y al margen de convencionalismos, a exprimir el tiempo y su fugacidad dolorosa ante la inmediatez de la muerte.
Ante toda esta relevancia resulta incómodo tomar distancia y ver cuáles son los valores estrictamente cinematográficos de “Easy Rider”. Pues los tiene aunque no sean numerosos ni relevantes para la Historia Oficial del Cine Mundial (ni falta que le hace). Hopper, con la inestimable ayuda de Peter Fonda (protagonista también, además de coautor del guión y productor) realizaron un filme algo irregular en su narración, probablemente porque ésta es insignificante. Si se piensa un poco, es probable que estemos asistiendo a una road-movie antinarrativa a medio camino entre la aventura psicológica y la alucinación en el que la carretera y el paisaje bien aderezados por una banda sonora poderosa (grupos como SteppenWolf, The Byrds o Bob Dylan) absorben al espectador hacia los paraísos que habitan en nosotros mismos. Una delicia.
A esto se puede añadir una ingeniosa forma de encadenar secuencias que no se mantiene durante todo el metraje, un guión irreverente y radical trufado de referencias explícitas sobre sexo (incluso homosexualidad), drogas y reivindicaciones y críticas sociales de toda índole. Entre ellas, la constancia de que hay una América salvaje e intolerante que no duda en usar la violencia con los que se atrevan a alzar la voz o a salirse de su lugar.
En definitiva, una joya brutal, un compendio de poesía en forma de imágenes en movimiento que, como no podría ser de otra manera, debería ser de obligada revisión en los centros educativos y sociales. Si viviéramos en otro mundo. Como el que se ve en “Easy Rider” y que irremediablemente va desapareciendo en los puntos de fuga del horizonte mientras aceleramos en nuestro camino.
Se puede hablar largo y tendido de la libertad individual. Podemos leer todo lo que queramos sobre filosofía política y anhelar largamente esa abstracción. Sin embargo, cabe preguntarse si seríamos capaces de reconocer personas que intentan ser libres cuando se cruzan con nosotros. Reconocerlos y respetarlos. Al contrario que en “Easy Rider” (1969), no temerlos ni envidiarlos. Y tal vez sea ése el quid descorazonador de esta película de culto eterno dirigida por el no menos mítico Dennis Hopper: la libertad verdadera es imposible y no por causa de quién intenta ser libre (ya de por sí difícil) sino por la intolerancia de la sociedad alienada.
Revisar “Easy Rider” es hoy un placer inconmensurable porque mantiene intacta la frescura de unas imágenes que, aunque pertenecientes a otro tiempo (tal vez irrecuperable), comunican con poderío cuestiones atemporales. Si reflexionamos por un instante surgen preguntas como dónde ha ido a parar la América que Dennis Hopper retrata, y que con ese aliento lírico y profético, anuncia la llegada del Leviatán (el miedo) que coronará el fin del siglo XX (ultraconservadurismo de Reagan e intervencionismo militar masivo) y el inicio del XXI (el 11-S y la Guerra contra el Terrorismo Global).
Claro que en su momento, y ante la imposibilidad de conocer el futuro fatal, este filme impresionó por otros motivos. Para empezar, significaba convertir en imágenes todas las inquietudes de una generación que siempre fue joven y que soñó con un país más progresista, al margen de aventuras bélicas, que profundizara tal y como rezan sus credos fundacionales en las libertades básicas. Me refiero a todo lo que significó la Beat Generation, a Allen Ginsberg, a Jack Kerouac y su novela “En el camino” (1957), a la exaltación del viaje como pilar fundamental de la existencia, al movimiento como autoconocimiento, al paisaje americano como elemento narrativo y vital, al vivir por encima de todo sin ataduras y al margen de convencionalismos, a exprimir el tiempo y su fugacidad dolorosa ante la inmediatez de la muerte.
Ante toda esta relevancia resulta incómodo tomar distancia y ver cuáles son los valores estrictamente cinematográficos de “Easy Rider”. Pues los tiene aunque no sean numerosos ni relevantes para la Historia Oficial del Cine Mundial (ni falta que le hace). Hopper, con la inestimable ayuda de Peter Fonda (protagonista también, además de coautor del guión y productor) realizaron un filme algo irregular en su narración, probablemente porque ésta es insignificante. Si se piensa un poco, es probable que estemos asistiendo a una road-movie antinarrativa a medio camino entre la aventura psicológica y la alucinación en el que la carretera y el paisaje bien aderezados por una banda sonora poderosa (grupos como SteppenWolf, The Byrds o Bob Dylan) absorben al espectador hacia los paraísos que habitan en nosotros mismos. Una delicia.
A esto se puede añadir una ingeniosa forma de encadenar secuencias que no se mantiene durante todo el metraje, un guión irreverente y radical trufado de referencias explícitas sobre sexo (incluso homosexualidad), drogas y reivindicaciones y críticas sociales de toda índole. Entre ellas, la constancia de que hay una América salvaje e intolerante que no duda en usar la violencia con los que se atrevan a alzar la voz o a salirse de su lugar.
En definitiva, una joya brutal, un compendio de poesía en forma de imágenes en movimiento que, como no podría ser de otra manera, debería ser de obligada revisión en los centros educativos y sociales. Si viviéramos en otro mundo. Como el que se ve en “Easy Rider” y que irremediablemente va desapareciendo en los puntos de fuga del horizonte mientras aceleramos en nuestro camino.
FICHA TÉCNICA:
TÍTULO ORIGINAL Easy Rider AÑO 1969 DURACIÓN 94 min. PAÍS: USA DIRECTOR Dennis Hopper GUIÓN Terry Southern, Peter Fonda, Dennis Hopper MÚSICA Steppenwolf, Mars Bonfire, Jimi Hendrix, The Byrds, Roger McGuinn FOTOGRAFÍA Laszlo Kovacs
REPARTO Peter Fonda, Dennis Hopper, Jack Nicholson, Karen Black PRODUCTORA Columbia Pictures
2 comentarios:
Un post excelente
Coincido plenamente , es un texto inspirado
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