INMIGRANTES NOSTÁLGICOS
Como ya he asegurado en multitud de ocasiones, es necesario reivindicar la revisión del cine del pasado para poder tener una visión más aproximada, no solo de la Historia (con mayúsculas) sino de las tendencias cinematográficas del presente. Y es a partir de ese hábito tan sano cómo el cinéfilo puede degustar con deleite ciertas obras que merecen un reconocimiento perpetuo y la transmisión de su existencia a las nuevas generaciones.
“Rocco y sus hermanos” (1960) de Luchino Visconti es una de esas películas que a pesar de ser indiscutiblemente una Obra maestra, muestra en cada una de sus imágenes una densidad excepcional. Una anhelo impenitente por reflejar la realidad deteniéndose en cada detalle emocional, social, psicológico y hasta espiritual, lo cual lo hace un filme espléndido (por todos sus valores) para los nuevos cinéfilos.
El filme de Luchino Visconti, a medio camino entre el melodrama social de corte neorrealista y la fabula religiosa, cuenta las andanzas de una familia de la Italia meridional hacia una gran ciudad como Milán. La odisea de la inmigración, las dificultades de los comienzos en un lugar desconocido, la dureza de la integración social y los sueños de progreso aunque sea vendiendo su alma al diablo, son solo sus aspectos principales. Quizás en manos de otros directores contemporáneos (el propio Vittorio de Sica), “Rocco y sus hermanos” no hubiera pasado de ser un filme memorable de denuncia de las injusticias sociales en esa Italia de los 60. Pero de la mano de Visconti, se convierte en un fresco gigante en el que se conjugan todas sus inquietudes. Su pasión por desafiar las convenciones narrativas de los géneros cinematográficos, trufando cada escena de referencias artísticas y literarias que tendrá como consecuencia una suerte de cadáver exquisito inolvidable. Visconti nunca ha negado su atracción por las sagas familiares de Thomas Mann (“Los Buddenbrook” o “Joseph y sus hermanos”) o Dostoievski (“El idiota”) que junto a ese esteticismo tan suyo le hace ver en la Biblia la fuente de todos los dramas humanos.
Cinematográficamente, asistimos a una película impecablemente filmada. Dividida en cinco capítulos, uno para cada hermano, que retratan el pensamiento diverso de la Italia de aquel tiempo, con sus filias y fobias, las de nuestro tiempo, las de cinco maneras de ver el mundo. La fotografía de Rotunno retrata el invierno milanés acorralando a cada uno de sus protagonistas con su gran angular. Transmitiendo esa psicología de la esperanza y la miseria que, hoy como ayer, sigue siendo tan auténtica. Como mencionábamos al inicio, narración fluida en sus 2/3 partes desafiando las convenciones y mostrando en cada escena dónde es más adecuado colocar la cámara para captar el guiño que define el gozo y los sufrimientos de cada personaje. Aunque en su última parte, Visconti se olvida de todo, y siendo fiel a ese barroquismo que caracterizará toda su filmografía, acentúa el dramatismo para mostrar un filme claramente diferente. Uno que se expresa a gritos, mostrando los excesos de la pasión y llevando a algunos de sus personajes al infierno y a otros retocándolos con pinceladas sobrenaturales. Casi santificándolos con una bondad sobrenatural.
Es, en conclusión, y a pesar de esos desequilibrios, un filme antológico que no ha envejecido ni un ápice. Incluso se ha rejuvenecido por causa de fenómenos como el de la inmigración, tratados con tanta honestidad y verismo. Y porque deja bien claro en su puesta en escena y en su simbolismo (la foto familiar, los rituales cotidianos), que aunque la inmigración es lícita, necesaria y consustancial a los seres humanos, no es fácil abandonar la tierra en que se nace. Tanto Rocco como sus hermanos, suspiran nostálgicos, cada uno a su manera, por ese retorno al hogar que los vio nacer. El hogar, que con el tiempo, se volverá ese paraíso imaginario al que volver eternamente en los sueños huyendo de las miserias de la realidad.
“Rocco y sus hermanos” (1960) de Luchino Visconti es una de esas películas que a pesar de ser indiscutiblemente una Obra maestra, muestra en cada una de sus imágenes una densidad excepcional. Una anhelo impenitente por reflejar la realidad deteniéndose en cada detalle emocional, social, psicológico y hasta espiritual, lo cual lo hace un filme espléndido (por todos sus valores) para los nuevos cinéfilos.
El filme de Luchino Visconti, a medio camino entre el melodrama social de corte neorrealista y la fabula religiosa, cuenta las andanzas de una familia de la Italia meridional hacia una gran ciudad como Milán. La odisea de la inmigración, las dificultades de los comienzos en un lugar desconocido, la dureza de la integración social y los sueños de progreso aunque sea vendiendo su alma al diablo, son solo sus aspectos principales. Quizás en manos de otros directores contemporáneos (el propio Vittorio de Sica), “Rocco y sus hermanos” no hubiera pasado de ser un filme memorable de denuncia de las injusticias sociales en esa Italia de los 60. Pero de la mano de Visconti, se convierte en un fresco gigante en el que se conjugan todas sus inquietudes. Su pasión por desafiar las convenciones narrativas de los géneros cinematográficos, trufando cada escena de referencias artísticas y literarias que tendrá como consecuencia una suerte de cadáver exquisito inolvidable. Visconti nunca ha negado su atracción por las sagas familiares de Thomas Mann (“Los Buddenbrook” o “Joseph y sus hermanos”) o Dostoievski (“El idiota”) que junto a ese esteticismo tan suyo le hace ver en la Biblia la fuente de todos los dramas humanos.
Cinematográficamente, asistimos a una película impecablemente filmada. Dividida en cinco capítulos, uno para cada hermano, que retratan el pensamiento diverso de la Italia de aquel tiempo, con sus filias y fobias, las de nuestro tiempo, las de cinco maneras de ver el mundo. La fotografía de Rotunno retrata el invierno milanés acorralando a cada uno de sus protagonistas con su gran angular. Transmitiendo esa psicología de la esperanza y la miseria que, hoy como ayer, sigue siendo tan auténtica. Como mencionábamos al inicio, narración fluida en sus 2/3 partes desafiando las convenciones y mostrando en cada escena dónde es más adecuado colocar la cámara para captar el guiño que define el gozo y los sufrimientos de cada personaje. Aunque en su última parte, Visconti se olvida de todo, y siendo fiel a ese barroquismo que caracterizará toda su filmografía, acentúa el dramatismo para mostrar un filme claramente diferente. Uno que se expresa a gritos, mostrando los excesos de la pasión y llevando a algunos de sus personajes al infierno y a otros retocándolos con pinceladas sobrenaturales. Casi santificándolos con una bondad sobrenatural.
Es, en conclusión, y a pesar de esos desequilibrios, un filme antológico que no ha envejecido ni un ápice. Incluso se ha rejuvenecido por causa de fenómenos como el de la inmigración, tratados con tanta honestidad y verismo. Y porque deja bien claro en su puesta en escena y en su simbolismo (la foto familiar, los rituales cotidianos), que aunque la inmigración es lícita, necesaria y consustancial a los seres humanos, no es fácil abandonar la tierra en que se nace. Tanto Rocco como sus hermanos, suspiran nostálgicos, cada uno a su manera, por ese retorno al hogar que los vio nacer. El hogar, que con el tiempo, se volverá ese paraíso imaginario al que volver eternamente en los sueños huyendo de las miserias de la realidad.
FICHA TÉCNICA:
TÍTULO ORIGINAL Rocco e i suoi fratelli AÑO 1960 DURACIÓN 170 min. DIRECTOR Luchino Visconti GUIÓN Suso Cecchi d'Amico, Pasquale Festa Campanile, Massimo Franciosa, Enrico Medioli (Relato: Giovanni Testori) MÚSICA Nino Rota FOTOGRAFÍA Giuseppe Rotunno (B&W) REPARTO Alain Delon, Renato Salvatori, Annie Girardot, Katina Paxinau, Claudia Cardinale, Spiros Focas, Max Cartier, Rocco Vidolazzi, Roger Hanin, Paolo Stoppa, Suzy Delair
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