LLEGAR A LA MECA
Hay películas de apariencia pequeña y con pretensiones que parecen modestas. Sin embargo, el cine, como arte total con un lenguaje y una estética propia es capaz de imitar y transmitir, en su evolución, trozos de realidad certeros. Y cuando se representan estas realidades con fidelidad y emoción, lo que parecía pequeño y sin grandes ambiciones termina albergando valores humanos y artísticos de largo alcance.
Tal es el caso de “El largo viaje” (2004) del cineasta marroquí Ismael Ferroukhi. La crónica real y sentimental del largo viaje que emprenden un padre y su hijo menor desde Francia hasta La Meca en un viejo y destartalado coche. Un viaje que supone, a su manera, un verdadero tour de force cinematográfico.
Las razones son varias. Primeramente, Ferroukhi es capaz de optimizar todos los recursos técnicos y humanos a su alcance y convertirnos en partícipes de un viaje que rompe con todas las convenciones de la modernidad. Terminamos siendo, por obra y arte de una puesta en escena estupenda (muchas escenas en el coche, plano-contraplano, etc.) un peregrino más fuera de este tiempo. Viajeros anacrónicos, como cruzados del siglo XXI en busca de la fe perdida por todas las civilizaciones.
Por otro lado, “El largo viaje” es, de alguna manera, deudor de ciertos subgéneros como las road-movie. Deudas que se reflejan en un guión que nos va definiendo psicológicamente a los dos personajes protagonistas conforme avanza su travesía. Asistimos a una evolución vital de ambos, a la resolución de ciertos conflictos y a la intensidad de ciertas diferencias. Los antagonismos clásicos de siempre y que siempre convienen recordar. Lo viejo frente a lo nuevo. Padre e hijo. La senectud frente a la juventud. Vida y muerte, Dios y nada. Ciclos que vienen y van. El viaje es movimiento (físico y espiritual) y metáfora de una metamorfosis existencial que habrá de ser implacable y decisiva para el futuro. Después del viaje se quebrarán ciertas convicciones previas y nada volverá a ser igual.
En conclusión, y después de todo lo dicho, “El largo viaje” va abriéndose progresivamente ante nosotros. Lo que parecía insulso y trivial termina adquiriendo una significación máxima. Ya quisieran una lucidez parecida muchas películas que al final se producen y se ven para el olvido. Con este filme uno, al final del peregrinaje y más allá de la fe, con La Meca en el horizonte (podría ser Jerusalén, Roma, Tombuctú o Pekín), determina que es posible ir contracorriente. No es fácil pero es posible defender la diversidad y tener derecho a que se respeten esas diferencias. Y la coherencia indica, como en los personajes queridos de este filme de Ismael Ferroukih, que hay que hacer todo lo que se pueda para no rendirse jamás. Eso y que las cosas realmente importantes son aquellas que no lo parecen. ¿Alguien da más?
Hay películas de apariencia pequeña y con pretensiones que parecen modestas. Sin embargo, el cine, como arte total con un lenguaje y una estética propia es capaz de imitar y transmitir, en su evolución, trozos de realidad certeros. Y cuando se representan estas realidades con fidelidad y emoción, lo que parecía pequeño y sin grandes ambiciones termina albergando valores humanos y artísticos de largo alcance.
Tal es el caso de “El largo viaje” (2004) del cineasta marroquí Ismael Ferroukhi. La crónica real y sentimental del largo viaje que emprenden un padre y su hijo menor desde Francia hasta La Meca en un viejo y destartalado coche. Un viaje que supone, a su manera, un verdadero tour de force cinematográfico.
Las razones son varias. Primeramente, Ferroukhi es capaz de optimizar todos los recursos técnicos y humanos a su alcance y convertirnos en partícipes de un viaje que rompe con todas las convenciones de la modernidad. Terminamos siendo, por obra y arte de una puesta en escena estupenda (muchas escenas en el coche, plano-contraplano, etc.) un peregrino más fuera de este tiempo. Viajeros anacrónicos, como cruzados del siglo XXI en busca de la fe perdida por todas las civilizaciones.
Por otro lado, “El largo viaje” es, de alguna manera, deudor de ciertos subgéneros como las road-movie. Deudas que se reflejan en un guión que nos va definiendo psicológicamente a los dos personajes protagonistas conforme avanza su travesía. Asistimos a una evolución vital de ambos, a la resolución de ciertos conflictos y a la intensidad de ciertas diferencias. Los antagonismos clásicos de siempre y que siempre convienen recordar. Lo viejo frente a lo nuevo. Padre e hijo. La senectud frente a la juventud. Vida y muerte, Dios y nada. Ciclos que vienen y van. El viaje es movimiento (físico y espiritual) y metáfora de una metamorfosis existencial que habrá de ser implacable y decisiva para el futuro. Después del viaje se quebrarán ciertas convicciones previas y nada volverá a ser igual.
En conclusión, y después de todo lo dicho, “El largo viaje” va abriéndose progresivamente ante nosotros. Lo que parecía insulso y trivial termina adquiriendo una significación máxima. Ya quisieran una lucidez parecida muchas películas que al final se producen y se ven para el olvido. Con este filme uno, al final del peregrinaje y más allá de la fe, con La Meca en el horizonte (podría ser Jerusalén, Roma, Tombuctú o Pekín), determina que es posible ir contracorriente. No es fácil pero es posible defender la diversidad y tener derecho a que se respeten esas diferencias. Y la coherencia indica, como en los personajes queridos de este filme de Ismael Ferroukih, que hay que hacer todo lo que se pueda para no rendirse jamás. Eso y que las cosas realmente importantes son aquellas que no lo parecen. ¿Alguien da más?
FICHA TÉCNICA:
Dirección y guión: Ismäel Ferroukhi. Países: Francia y Marruecos. Año: 2004.Duración: 108 min. Género: Drama. Interpretación: Nicolas Cazalé (Réda), Mohamed Majd (El padre), Jacky Nercessian (Mustapha), Ghina Ognianova (Mujer anciana), Kamel Belghazi (Khalid), Atik Mohamed (Viajero Ahmad), Malika Mesrar El Hadaoui (La madre), François Baroni (Aduanero italiano), Krassi Kpacu (Aduanero serbio), Kiril Kavadarkov (Camarero yugoslavo), Nihat Nikebel (Jefe policía). Producción: Humbert Balsan. Música: Fowzi Guerdjou. Fotografía: Katell Djian. Montaje: Tina Baz. Vestuario: Christine Brottes.
Dirección y guión: Ismäel Ferroukhi. Países: Francia y Marruecos. Año: 2004.Duración: 108 min. Género: Drama. Interpretación: Nicolas Cazalé (Réda), Mohamed Majd (El padre), Jacky Nercessian (Mustapha), Ghina Ognianova (Mujer anciana), Kamel Belghazi (Khalid), Atik Mohamed (Viajero Ahmad), Malika Mesrar El Hadaoui (La madre), François Baroni (Aduanero italiano), Krassi Kpacu (Aduanero serbio), Kiril Kavadarkov (Camarero yugoslavo), Nihat Nikebel (Jefe policía). Producción: Humbert Balsan. Música: Fowzi Guerdjou. Fotografía: Katell Djian. Montaje: Tina Baz. Vestuario: Christine Brottes.
2 comentarios:
con lo bien que la ha puesto habrá que darle una oportunidad
Estoy con Koichi. Por lo que leo debe ser una obra que hay que ver sí o sí, más si no deja indiferente al espectador.
Salu2!
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