CUANDO NADA IMPORTE
Con frecuencia reflexionamos sobre nuestra naturaleza mortal. La certidumbre aplastante de que algún día desapareceremos del mapa se hace tangible en nuestros pensamientos. La idea de un futuro sin nosotros, sin nuestra propia figura, con toda nuestra ausencia, es distinta según la persona y el prisma con el que se mira. Francois Ozón, da una vuelta de tuerca a su filmografía y expone todas estas reflexiones en su última película “El tiempo que queda”(2005).
Román (Melvil Poupaud) es un fotógrafo de moda treintañero que aparentemente lo tiene todo: belleza, fama, dinero. Lleva una especie de existencia hedonista y materialista en las que se vive rápidamente gracias a un trabajo prestigioso y un ocio desenfrenado, promiscuo e irreflexivo. Un buen día es diagnosticado de una enfermedad incurable. Y justo ahí, las cosas cambian. Mencionaremos, así de soslayo, que solamente han transcurrido diez minutos de película.
Y es que Ozón cuenta mucho en muy poco. El filme apenas dura una hora y cuarto (lo breve si bueno…). Sin embargo, el cineasta galo exhibe una concisión narrativa ejemplar y un manejo de los resortes dramáticos poco habitual. No en vano el protagonista sabe que va a morir en un breve plazo de tiempo. Incluso ha renunciado a cualquier tipo de tratamiento. Da la lucha por perdida, una estadística despiadada le ha derrotado. Sería fácil, demasiado fácil convertir el filme en un melodrama de niveles lacrimógenos pantagruélicos. Pero Ozón encuentra el justo equilibrio, la calma necesaria para mostrar lo que pretende. Un asunto nada sencillo. Y sorprendentemente te mantiene atrapado en la butaca, con un nudo marinero en la garganta y los ojos supurando una especie de cristal líquido. Tal es la virtud de sus imágenes.
Aún así no debemos engañarnos, la película es incómoda por principios, como la propia muerte lo es en nuestra psicología e imaginación. La película es un itinerario existencialista que como un río desembocará finalmente en el mar, un viaje final de reencuentros y reconciliaciones, una ansiosa búsqueda de la redención, del deseo trascendente y del amor perdido en la infancia, aquel amor inocente que tanto había sublimado.
Concluiremos afirmando sin ningún rubor que “El tiempo que queda” es un ejercicio cinematográfico más que correcto, y supera con creces lo realizado hasta la fecha por este joven director. Y es que no son numerosos, al menos con calidad cinematográfica, los filmes que ahondan en temáticas tan duras pero necesarias. Creo, desde mi modesto entender, que es muy sano que el arte nos permita tomar conciencia sobre los momentos clave de la existencia. ¿Y qué hay más importante que el instante en que nacimos y aquel que representa el final de todo?.
Con frecuencia reflexionamos sobre nuestra naturaleza mortal. La certidumbre aplastante de que algún día desapareceremos del mapa se hace tangible en nuestros pensamientos. La idea de un futuro sin nosotros, sin nuestra propia figura, con toda nuestra ausencia, es distinta según la persona y el prisma con el que se mira. Francois Ozón, da una vuelta de tuerca a su filmografía y expone todas estas reflexiones en su última película “El tiempo que queda”(2005).
Román (Melvil Poupaud) es un fotógrafo de moda treintañero que aparentemente lo tiene todo: belleza, fama, dinero. Lleva una especie de existencia hedonista y materialista en las que se vive rápidamente gracias a un trabajo prestigioso y un ocio desenfrenado, promiscuo e irreflexivo. Un buen día es diagnosticado de una enfermedad incurable. Y justo ahí, las cosas cambian. Mencionaremos, así de soslayo, que solamente han transcurrido diez minutos de película.
Y es que Ozón cuenta mucho en muy poco. El filme apenas dura una hora y cuarto (lo breve si bueno…). Sin embargo, el cineasta galo exhibe una concisión narrativa ejemplar y un manejo de los resortes dramáticos poco habitual. No en vano el protagonista sabe que va a morir en un breve plazo de tiempo. Incluso ha renunciado a cualquier tipo de tratamiento. Da la lucha por perdida, una estadística despiadada le ha derrotado. Sería fácil, demasiado fácil convertir el filme en un melodrama de niveles lacrimógenos pantagruélicos. Pero Ozón encuentra el justo equilibrio, la calma necesaria para mostrar lo que pretende. Un asunto nada sencillo. Y sorprendentemente te mantiene atrapado en la butaca, con un nudo marinero en la garganta y los ojos supurando una especie de cristal líquido. Tal es la virtud de sus imágenes.
Aún así no debemos engañarnos, la película es incómoda por principios, como la propia muerte lo es en nuestra psicología e imaginación. La película es un itinerario existencialista que como un río desembocará finalmente en el mar, un viaje final de reencuentros y reconciliaciones, una ansiosa búsqueda de la redención, del deseo trascendente y del amor perdido en la infancia, aquel amor inocente que tanto había sublimado.
Concluiremos afirmando sin ningún rubor que “El tiempo que queda” es un ejercicio cinematográfico más que correcto, y supera con creces lo realizado hasta la fecha por este joven director. Y es que no son numerosos, al menos con calidad cinematográfica, los filmes que ahondan en temáticas tan duras pero necesarias. Creo, desde mi modesto entender, que es muy sano que el arte nos permita tomar conciencia sobre los momentos clave de la existencia. ¿Y qué hay más importante que el instante en que nacimos y aquel que representa el final de todo?.
FICHA TÉCNICA:
Dirección y guión: François Ozon.País: Francia.Año: 2005.Duración: 90 min.Género: Drama.Interpretación: Melvil Poupaud (Romain), Jeanne Moreau (Laura), Valeria Bruni-Tedeschi (Jany), Daniel Duval (Padre), Marie Rivière (Madre), Christian Sengewald (Sasha), Louise-Anne Hippeau (Sophie), Henri de Lorme (Doctor), Walter Pagano (Bruno), Ugo Soussan Trabelsi (Romain [Niño]).Producción: Olivier Delbosc y Marc Missonnier.Música: Marc-Antoine Charpentier, Arvo Pärt y Valentin Silvestrov.Fotografía: Jeanne Lapoirie.Montaje: Monica Coleman.Diseño de producción: katia Wyszkop.Vestuario: Pascaline Chavanne.
5 comentarios:
Me pasé llorando toda la pelicula. No creo que sea bueno visionar tanto dolor.
Y añadiría... tanta esperanza...
Más bien floja, como siempre sus palabras engrandecen un producto mediocre...
No puedo opinar porque no la he visto, pero si Joseph ha hecho un comentario se´r por algo. Anque también creo que el tema ya está bastante trilado en el cine. Supongo que lo enfocará desde un punto de vista diferente.
That´s right girl!!!!
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