TESTAMENTO DE AZAR Y PREDESTINACIÓN
“Quiero contar historias y temas universales, pero con trazos particulares que distingan un ser humano del otro. Hay un mundo interno, extremadamente rico, más interesante que el exterior. Cuando se mira a alguien de cerca no se sabe si es su mundo real o su imaginación, sus aspiraciones o sus impresiones”. Esta opinión de Krzystof Kieslowski resulta ser toda una declaración de principios sobre como ve el cine y la vida. Acaso sean lo mismo para este cineasta polaco.
En el año 1994, un año después de haber estrenado “Azul” (1992) y “Blanco” (1994), Kieslowski presentaba “Rojo” (1994). Culminación de su ambicioso tríptico que se convertiría en su testamento cinematográfico (el director moriría prematuramente poco tiempo después).
“Rojo” cuenta el encuentro casual entre Valentina, una chica que trabaja como modelo, y un juez jubilado después de que ésta atropellara al perro de él. Rodada con gran minuciosidad en la ciudad de Ginebra, tiene como concepto inspirador la Fraternidad. Hay un punto de partida interesante en el que el autor se pregunta: “¿qué pasaría si dos personas completamente opuestas pudieran interactuar y que de esa interacción nacieran sentimientos nobles como la solidaridad?”. Básicamente, los 96 minutos de metraje de este filme son la respuesta.
La expresividad y el simbolismo del color rojo es magnifica, logra una composición cromática (todos los objetos que aparecen en el filme, desde los coches a los libros, desde la manta al pañuelo, son rojos). Esto se da en mayor medida al principio aunque se mantiene hasta el final. Éstos interiores tienen unas vistas al exterior muy amplias gracias a los amplios ventanales. Se ve la vida de la calle, a veces se adivina, otras veces son los personajes los que se asoman a las ventanas. La cámara se mueve con una soltura tremenda en travellings de profundidad, verticales u horizontales para ofrecernos una visión exterior-interior o viceversa. Esta forma de narración quiere expresar, que de alguna manera, no estamos solos. Fuera, en la ciudad, puede haber alguien con nuestros mismos sueños e inquietudes, con nuestras penas y sufrimientos. Alguien a quien podríamos conocer, alguien a quien amar. Para Kieslowski, alguien vive una vida igual a la nuestra y no lo sospechamos.
El filme se articula mediante un gran montaje sincopado en torno a la relación Valentina-juez, por un lado, y a la cotidianidad del joven abogado que estudia para ser juez, por el otro. Existe una interrelación entre ambos. En cuanto al primer aspecto, descubrimos las diferencias importantes de cada personaje. Aún así la relación es posible. La atracción también. Frente a la juventud y los pequeños problemas sentimentales y laborales de Valentina, encontramos el personaje decadente del viejo juez torturado por gigantescos y complejos dilemas morales. El hombre derrotado a quien los fracasos le han empujado al espionaje de las vidas ajenas.
La relación pasa de un enfrentamiento y rechazo inicial a la solidaridad que la fraternidad exige. Ésto solo es posible aceptando al “otro”. El desarrollo de la relación se realiza en planos cortos para comunicar una mayor empatía y cercanía entre los personajes y de éstos con el público.
En segundo lugar, aunque no por ello menos importante, tenemos al joven abogado que estudia para ser juez. Se trata de un personaje reflejado desde una distancia lejana, al menos en la primera mitad del filme, para ir acercándose y hacernos comprender de su existencia. Sus actividades cotidianas y normales se van cruzando en la vida de Valentina y el juez. La cámara se mueve, en muchas escenas, para buscarlo. Difícilmente comprendemos su presencia en el filme. Sin embargo, Kieslowski, maestro de este arte, nos va mostrando a medida que avanza el film y vamos conociendo al viejo juez el paralelismo que le liga al joven abogado. De alguna manera, ambos están unidos por un cordón umbilical invisible. Como en aquella deliciosa “La doble vida de Verónica” (1991) , hay un paralelismo de sus vidas: son idénticas. Se trata de una Historia que se repite por designio divino. Pero, ¿son la misma persona?, ¿azar?, ¿predestinación?, ¿dimensiones espacio-temporales diferentes?.
Borges aseguraba en La Historia de la Eternidad que “si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikingos, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino- el único destino posible-, la historia universal es la de un solo hombre” . “Rojo” plantea cuestiones de un hondo calado espiritual: juicio, pecado, traición, perdón, curación, etc… siempre, y como no podía ser de otra forma en Kieslowski, en escenarios seculares. Los temas son complejos, se intenta buscar una opción para el hombre en la sociedad contemporánea. El dilema entre la moralidad y la legalidad que atormentan al juez: “ ¿quién soy yo para decidir el destino de un hombre?”-se pregunta. El demiurgo omnisciente se ha cansado de jugar a ser Dios y ha tomado conciencia de su paso fugaz por este mundo.
A reseñar con fuerza el epílogo final en el que Kieslowski, en un acto de amor, salva a sus personajes (todos los de la trilogía) de perecer ahogados. Con ello, lanza un mensaje de esperanza, de fraternidad.
En el año 1994, un año después de haber estrenado “Azul” (1992) y “Blanco” (1994), Kieslowski presentaba “Rojo” (1994). Culminación de su ambicioso tríptico que se convertiría en su testamento cinematográfico (el director moriría prematuramente poco tiempo después).
“Rojo” cuenta el encuentro casual entre Valentina, una chica que trabaja como modelo, y un juez jubilado después de que ésta atropellara al perro de él. Rodada con gran minuciosidad en la ciudad de Ginebra, tiene como concepto inspirador la Fraternidad. Hay un punto de partida interesante en el que el autor se pregunta: “¿qué pasaría si dos personas completamente opuestas pudieran interactuar y que de esa interacción nacieran sentimientos nobles como la solidaridad?”. Básicamente, los 96 minutos de metraje de este filme son la respuesta.
La expresividad y el simbolismo del color rojo es magnifica, logra una composición cromática (todos los objetos que aparecen en el filme, desde los coches a los libros, desde la manta al pañuelo, son rojos). Esto se da en mayor medida al principio aunque se mantiene hasta el final. Éstos interiores tienen unas vistas al exterior muy amplias gracias a los amplios ventanales. Se ve la vida de la calle, a veces se adivina, otras veces son los personajes los que se asoman a las ventanas. La cámara se mueve con una soltura tremenda en travellings de profundidad, verticales u horizontales para ofrecernos una visión exterior-interior o viceversa. Esta forma de narración quiere expresar, que de alguna manera, no estamos solos. Fuera, en la ciudad, puede haber alguien con nuestros mismos sueños e inquietudes, con nuestras penas y sufrimientos. Alguien a quien podríamos conocer, alguien a quien amar. Para Kieslowski, alguien vive una vida igual a la nuestra y no lo sospechamos.
El filme se articula mediante un gran montaje sincopado en torno a la relación Valentina-juez, por un lado, y a la cotidianidad del joven abogado que estudia para ser juez, por el otro. Existe una interrelación entre ambos. En cuanto al primer aspecto, descubrimos las diferencias importantes de cada personaje. Aún así la relación es posible. La atracción también. Frente a la juventud y los pequeños problemas sentimentales y laborales de Valentina, encontramos el personaje decadente del viejo juez torturado por gigantescos y complejos dilemas morales. El hombre derrotado a quien los fracasos le han empujado al espionaje de las vidas ajenas.
La relación pasa de un enfrentamiento y rechazo inicial a la solidaridad que la fraternidad exige. Ésto solo es posible aceptando al “otro”. El desarrollo de la relación se realiza en planos cortos para comunicar una mayor empatía y cercanía entre los personajes y de éstos con el público.
En segundo lugar, aunque no por ello menos importante, tenemos al joven abogado que estudia para ser juez. Se trata de un personaje reflejado desde una distancia lejana, al menos en la primera mitad del filme, para ir acercándose y hacernos comprender de su existencia. Sus actividades cotidianas y normales se van cruzando en la vida de Valentina y el juez. La cámara se mueve, en muchas escenas, para buscarlo. Difícilmente comprendemos su presencia en el filme. Sin embargo, Kieslowski, maestro de este arte, nos va mostrando a medida que avanza el film y vamos conociendo al viejo juez el paralelismo que le liga al joven abogado. De alguna manera, ambos están unidos por un cordón umbilical invisible. Como en aquella deliciosa “La doble vida de Verónica” (1991) , hay un paralelismo de sus vidas: son idénticas. Se trata de una Historia que se repite por designio divino. Pero, ¿son la misma persona?, ¿azar?, ¿predestinación?, ¿dimensiones espacio-temporales diferentes?.
Borges aseguraba en La Historia de la Eternidad que “si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikingos, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino- el único destino posible-, la historia universal es la de un solo hombre” . “Rojo” plantea cuestiones de un hondo calado espiritual: juicio, pecado, traición, perdón, curación, etc… siempre, y como no podía ser de otra forma en Kieslowski, en escenarios seculares. Los temas son complejos, se intenta buscar una opción para el hombre en la sociedad contemporánea. El dilema entre la moralidad y la legalidad que atormentan al juez: “ ¿quién soy yo para decidir el destino de un hombre?”-se pregunta. El demiurgo omnisciente se ha cansado de jugar a ser Dios y ha tomado conciencia de su paso fugaz por este mundo.
A reseñar con fuerza el epílogo final en el que Kieslowski, en un acto de amor, salva a sus personajes (todos los de la trilogía) de perecer ahogados. Con ello, lanza un mensaje de esperanza, de fraternidad.
Valga, como último aspecto significativo el momento en que la imagen se congela en un primer plano de Valentina (Irene Jacob). Este plano es absolutamente idéntico al de la foto del anuncio publicitario del principio del filme, en circunstancias y estados de ánimo diferentes. Esta maravilla que nos regala Kieslowski, nos hace reflexionar sobre la maravilla del arte fotográfico y la necesidad de indagar más allá de de lo que la obra de arte pueda decirnos externamente, y cómo el azar puede determinar su destino. Es aquí que este film adquiere un lenguaje que “no es el de la conversación sino el de el poema”. Se confunden los tiempos, es decir, aquel gesto surgido del pasado resucita al presente, y aquella frase que dice que “toda foto es una representación anticipada de la muerte” no termina de cumplirse porque el cine despoja ese halo de muerte y le da vida eterna.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: Trois couleurs: Rouge Año: 1994 Duración: 99 min. Director:Krzysztof Kieslowski Guión: Krzysztof Piesiewicz & Krzysztof Kieslowski Música: Zbigniew Preisner Fotografía: Piotr Sobocinski Reparto: Irène Jacob, Jean-Louis Trintignant, Jean Pierre Lorit, Fréderick Feder, Samuel Le Bihan, Marion Stalens, Cécile Tanner
1 comentario:
vuelve usted a sus más sanas costumbres y convicciones
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