ODISEO VAGANDO POR EL MONUMENT VALLEY
Si Nicholas Ray es el cine hecho carne, John Ford es, sin ningún género de duda, la personificación tangible y palpable del más puro Western. Cineasta de leyenda y poeta de los páramos, Ford personifica el privilegio de haber sido testigo de excepción de la época histórica (llegó a conocer a Wyatt Earp o a Buffalo Bill) que luego inmortalizaría en su extensa y celebérrima filmografía. Así lo atestiguan títulos imprescindibles como “La Diligencia” (1939)o “La Pasión de las fuertes” (1946) además del título que nos ocupa: “Centauros del desierto” (1956).
Con “Centauros del desierto”, Ford llevó todas sus inquietudes a la máxima expresión logrando una Obra Maestra excepcional. La larga y angustiosa búsqueda de una niña blanca secuestrada por los indios se convierte en la razón de ser su tío carnal Ethan Edwards (un portentoso John Wayne en el mejor papel de su vida). Western de recorridos no solo físicos sino espirituales, encarna como pocos filmes de su género la hondura, la mística y el drama de un contexto tan bello y árido como podría serlo el mismo infierno. Ford establece una narración de una profundidad dramática inusitada en el que se reflejan las complejidades, contradicciones y ambigüedades de unos personajes enredados en ese salto mortal de vivir. Mención aparte merece el personaje central de John Wayne: derrotado de la Guerra Civil, pistolero vagabundo en el crepúsculo de su vida, ha visto cómo el amor de su vida es la esposa de su hermano, asiste a la masacre de sus seres queridos y el odio visceral hacia los indios se pone a prueba cuando su sobrina, carne de su carne y niña de sus ojos, se convierte en una “asimilada” por los pieles rojas, una más de la tribu. Por tanto, y sin que sirva de precedente habrá que convenir en que John Ford creó al “hombre del Oeste”. De ahí en adelante todo serían variaciones sobre este Odíseo (o Ulises) que como el de Homero, vaga doliente por el Monument Valley.
“Centauros del desierto” capta el paisaje americano con la lírica y la dimensión soñada y le sirve a Ford además para establecer una especie de escenario de emociones humanas, suerte de teatro de la vida en el que las obsesiones terrenales, como el horizonte geográfico, no parecen tener límites.
Así por tanto, reiteramos que es una Obra Maestra, inmortal obra del Párnaso cinematográfico porque, más allá del contexto y las convenciones del género al que pertenece, refleja de manera implacable el testimonio veraz del genocidio que el hombre blanco efectuó sobre los nativos. Porque muestra la condición humana sin ambages en cuanto a que desborda la inteligencia y la grandeza de los grandes relatos en imágenes, sin olvidar la dura emoción visceral del odio ilimitado a las diferencias y el poderoso amor que mueve las cruzadas humanas.
Si Nicholas Ray es el cine hecho carne, John Ford es, sin ningún género de duda, la personificación tangible y palpable del más puro Western. Cineasta de leyenda y poeta de los páramos, Ford personifica el privilegio de haber sido testigo de excepción de la época histórica (llegó a conocer a Wyatt Earp o a Buffalo Bill) que luego inmortalizaría en su extensa y celebérrima filmografía. Así lo atestiguan títulos imprescindibles como “La Diligencia” (1939)o “La Pasión de las fuertes” (1946) además del título que nos ocupa: “Centauros del desierto” (1956).
Con “Centauros del desierto”, Ford llevó todas sus inquietudes a la máxima expresión logrando una Obra Maestra excepcional. La larga y angustiosa búsqueda de una niña blanca secuestrada por los indios se convierte en la razón de ser su tío carnal Ethan Edwards (un portentoso John Wayne en el mejor papel de su vida). Western de recorridos no solo físicos sino espirituales, encarna como pocos filmes de su género la hondura, la mística y el drama de un contexto tan bello y árido como podría serlo el mismo infierno. Ford establece una narración de una profundidad dramática inusitada en el que se reflejan las complejidades, contradicciones y ambigüedades de unos personajes enredados en ese salto mortal de vivir. Mención aparte merece el personaje central de John Wayne: derrotado de la Guerra Civil, pistolero vagabundo en el crepúsculo de su vida, ha visto cómo el amor de su vida es la esposa de su hermano, asiste a la masacre de sus seres queridos y el odio visceral hacia los indios se pone a prueba cuando su sobrina, carne de su carne y niña de sus ojos, se convierte en una “asimilada” por los pieles rojas, una más de la tribu. Por tanto, y sin que sirva de precedente habrá que convenir en que John Ford creó al “hombre del Oeste”. De ahí en adelante todo serían variaciones sobre este Odíseo (o Ulises) que como el de Homero, vaga doliente por el Monument Valley.
“Centauros del desierto” capta el paisaje americano con la lírica y la dimensión soñada y le sirve a Ford además para establecer una especie de escenario de emociones humanas, suerte de teatro de la vida en el que las obsesiones terrenales, como el horizonte geográfico, no parecen tener límites.
Así por tanto, reiteramos que es una Obra Maestra, inmortal obra del Párnaso cinematográfico porque, más allá del contexto y las convenciones del género al que pertenece, refleja de manera implacable el testimonio veraz del genocidio que el hombre blanco efectuó sobre los nativos. Porque muestra la condición humana sin ambages en cuanto a que desborda la inteligencia y la grandeza de los grandes relatos en imágenes, sin olvidar la dura emoción visceral del odio ilimitado a las diferencias y el poderoso amor que mueve las cruzadas humanas.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: The Searchers Año: 1956 Duración: 119 min. Director: John Ford
Guión: Frank S. Nugent Música: Max Steiner Fotografía: Winton C. Hoch Reparto:
John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden
Guión: Frank S. Nugent Música: Max Steiner Fotografía: Winton C. Hoch Reparto:
John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden
3 comentarios:
lo más grande que ha parido madre. Estoy de acuerdo...
chapeau chapeau!!!!!!!
muchas gracias, comentaré que este es uno de los filmes de mi infancia. tal vez sea el que haya visto más visto. Las razones no las desvelaré pero tengo un vínculo muy profundo con ella.
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