TENTACIONES DE LA GRAN CIUDAD
La ciudad fascina y aterra por igual. Quizás más por lo que no vemos, ya que la vista no alcanza la inmensidad del horizonte, que por todo lo que vemos. La sensación que llega, la confusión, la pérdida, los rincones y callejones, los edificios y avenidas, los latidos infinitos y anónimos configurando aquel Leviatán extraordinario y monstruoso de luces de neón. Escenario de cemento y cristal, en fin, de todos nuestros sueños y aflicciones. ¿Cómo afrontar el reto de recorrer el alma de esa criatura que llamamos “ciudad”? That´s the question.
Un reto cinematográfico de este calibre solo se encuentra al alcance de genios como Martin Scorsese que con “¡Jo, qué noche!” (1985) transgredió el concepto de aventura urbana en una suerte exquísita de crónica ultramoderna salpicada de tintes sagrados. Esto es, la elección dramatúrgica de la comedia negra, alejada del realismo, confeccionada narrativa y conscientemente en los lugares precisos y con los personajes clave. Todo en el arco temporal acotado y significativo de una noche. La noche de Nueva York que es lo mismo que decir que la noche inventada por Scorsese.
Estas opciones no son baladíes. Obedecen al intento de transfigurar el recorrido físico de Paul Hackett (inmenso Griffin Dunne en uno de los escasos papeles de su carrera) por la noche neoyorquina que es, a la vez, un recorrido espiritual en el que se ponen de relieve todas las tentaciones y debilidades a los que el ser humano debe enfrentarse en la jungla de los rascacielos. Muchos han querido ver la concepción de un Vía Crucis de finales de siglo, de cómo el hombre se relaciona con lo sagrado, de cómo se transforman las hierofanías en otras hierofanías. Collage del laberinto megaurbano, puzzle de los sentimientos hechos añicos por la fuerza de una profunda soledad
“¡Jo, qué noche!” es una película cinematográficamente impecable. Podríamos decir que es muy de Scorsese. De largos y complicados planos, con una cámara moviéndose con un barroquismo y una delicadeza que delatan una puesta en escena terriblemente arriesgada. No deberíamos olvidar su memorable fotografía, igual o mejor que otros títulos del cineasta como “Taxi Driver”(1976) o “Al límite”(1999) por poner solamente dos ejemplos que han indagado en el lado oscuro (o nocturno) de las grandes ciudades y sus demonios.
Si Jesucristo dijo no al demonio en el desierto y superó las tentaciones de su tiempo de acuerdo con los Evangelios. ¿Qué tentaciones podremos superar nosotros tan confusos como estamos en estos tiempos de la aceleración y la inmediatez? ¿Dónde está el límite? ¿Dónde la meta? Son preguntas tan importantes que suenan a broma. Aunque más allá de respuestas y razonamientos, lo cierto es que nunca estuvimos tan rodeados de semejantes en espacios grandiosos que nunca duermen. Al mismo tiempo, y esa es la paradoja, nunca estuvimos más solos y desconcertados.
Un reto cinematográfico de este calibre solo se encuentra al alcance de genios como Martin Scorsese que con “¡Jo, qué noche!” (1985) transgredió el concepto de aventura urbana en una suerte exquísita de crónica ultramoderna salpicada de tintes sagrados. Esto es, la elección dramatúrgica de la comedia negra, alejada del realismo, confeccionada narrativa y conscientemente en los lugares precisos y con los personajes clave. Todo en el arco temporal acotado y significativo de una noche. La noche de Nueva York que es lo mismo que decir que la noche inventada por Scorsese.
Estas opciones no son baladíes. Obedecen al intento de transfigurar el recorrido físico de Paul Hackett (inmenso Griffin Dunne en uno de los escasos papeles de su carrera) por la noche neoyorquina que es, a la vez, un recorrido espiritual en el que se ponen de relieve todas las tentaciones y debilidades a los que el ser humano debe enfrentarse en la jungla de los rascacielos. Muchos han querido ver la concepción de un Vía Crucis de finales de siglo, de cómo el hombre se relaciona con lo sagrado, de cómo se transforman las hierofanías en otras hierofanías. Collage del laberinto megaurbano, puzzle de los sentimientos hechos añicos por la fuerza de una profunda soledad
“¡Jo, qué noche!” es una película cinematográficamente impecable. Podríamos decir que es muy de Scorsese. De largos y complicados planos, con una cámara moviéndose con un barroquismo y una delicadeza que delatan una puesta en escena terriblemente arriesgada. No deberíamos olvidar su memorable fotografía, igual o mejor que otros títulos del cineasta como “Taxi Driver”(1976) o “Al límite”(1999) por poner solamente dos ejemplos que han indagado en el lado oscuro (o nocturno) de las grandes ciudades y sus demonios.
Si Jesucristo dijo no al demonio en el desierto y superó las tentaciones de su tiempo de acuerdo con los Evangelios. ¿Qué tentaciones podremos superar nosotros tan confusos como estamos en estos tiempos de la aceleración y la inmediatez? ¿Dónde está el límite? ¿Dónde la meta? Son preguntas tan importantes que suenan a broma. Aunque más allá de respuestas y razonamientos, lo cierto es que nunca estuvimos tan rodeados de semejantes en espacios grandiosos que nunca duermen. Al mismo tiempo, y esa es la paradoja, nunca estuvimos más solos y desconcertados.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: After Hours Año: 1985 Duración: 94 min. Director: Martin Scorsese Guión: Joseph Minion Música: Howard Shore Fotografía: Michael Ballhaus
Reparto: Griffin Dunne, Rosanna Arquette, Linda Fiorentino, Bronson Pinchot, John Heard, Verna Bloom, Martin Scorsese, Teri Garr, Cheech Marin, Tommy Chong
Reparto: Griffin Dunne, Rosanna Arquette, Linda Fiorentino, Bronson Pinchot, John Heard, Verna Bloom, Martin Scorsese, Teri Garr, Cheech Marin, Tommy Chong
4 comentarios:
pasote de peli
ya sera menos, algo aburrida y lejana de lo mejor del cineasta italoamericano
pues si hab´ra que recordarla pero para quien haya estado en NUeva York es una peli apetecible. Servidor es un ejemplo
eres tan bueno que tiemblo
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