CANCIONES PARA UNA VIDA
Habrá quién coincida con la opinión de que la vida está compuesta de una sucesión de detalles. Detalles que se superponen como estratos de la existencia esbozando los esqueletos terribles de un tiempo irrecuperable. La lluvia resonando en las ventanas, el sol alumbrándonos en la mañana, las fotos de familia, las viejas canciones, los cumpleaños, las bodas, los besos, las caricias, las palabras y así, hasta el infinito, la vida se ve desbordada por los detalles.
En “Voces distantes” (1988) el cineasta británico Terence Davies trasciende el relato cinematográfico adentrándose en los tortuosos senderos de la memoria. No podríamos decir que Davies haya filmado una película al uso. No, se evoca el Liverpool de posguerra, el de una infancia pobre en el seno de una familia obrera. Puro recuerdo. Por tanto, no hay un hilo narrativo que desarrolle la acción, todo se basa en atmósferas, momentos y sobre todo canciones. Canciones nostálgicas que recuerdan la fraternidad entre los hermanos y tristes baladas que exorcizan insistentemente la brutalidad del padre.
“Voces distantes” tiene la sensibilidad y la nostalgia propia de lo vivido y sentido física, mental y emocionalmente. Las imágenes se detienen en cada objeto, rincón o rostro. Los personajes van y vienen sobre el eje temporal de sus vidas hasta completar una suerte de puzzle evolutivo y vital de proporciones antológicas. Técnicamente impecable, Davies va acumulando sucesos encadenados en fundidos luminosos y largos y bellísimos planos-secuencia. No se requieren más explicaciones cuando de memoria se trata.
Bastará preguntarse qué puede aportar al corpus de la cinematografía mundial un puñado inconexo de recuerdos para darnos cuenta de la relevancia inusual de una obra singular. En primer lugar, el testimonio honesto de un autor con mayúsculas que a través del cine muestra el pasado en toda su esencia y sustancia. Seguidamente, la posibilidad extraordinaria de utilizar la memoria como excusa para plantear los límites del relato cinematográfico y de una puesta en escena ciertamente interesante. Y finalmente, la sensación cinéfila de que todo lo que verse sobre lugares transitados o amigos perdidos es un ejercicio de inmortalidad que debe ser útil a la fuerza. Quizás no ahora, pero si para las futuras generaciones que deseen conocer cómo vivieron, amaron y sufrieron aquellos que les precedieron.
Habrá quién coincida con la opinión de que la vida está compuesta de una sucesión de detalles. Detalles que se superponen como estratos de la existencia esbozando los esqueletos terribles de un tiempo irrecuperable. La lluvia resonando en las ventanas, el sol alumbrándonos en la mañana, las fotos de familia, las viejas canciones, los cumpleaños, las bodas, los besos, las caricias, las palabras y así, hasta el infinito, la vida se ve desbordada por los detalles.
En “Voces distantes” (1988) el cineasta británico Terence Davies trasciende el relato cinematográfico adentrándose en los tortuosos senderos de la memoria. No podríamos decir que Davies haya filmado una película al uso. No, se evoca el Liverpool de posguerra, el de una infancia pobre en el seno de una familia obrera. Puro recuerdo. Por tanto, no hay un hilo narrativo que desarrolle la acción, todo se basa en atmósferas, momentos y sobre todo canciones. Canciones nostálgicas que recuerdan la fraternidad entre los hermanos y tristes baladas que exorcizan insistentemente la brutalidad del padre.
“Voces distantes” tiene la sensibilidad y la nostalgia propia de lo vivido y sentido física, mental y emocionalmente. Las imágenes se detienen en cada objeto, rincón o rostro. Los personajes van y vienen sobre el eje temporal de sus vidas hasta completar una suerte de puzzle evolutivo y vital de proporciones antológicas. Técnicamente impecable, Davies va acumulando sucesos encadenados en fundidos luminosos y largos y bellísimos planos-secuencia. No se requieren más explicaciones cuando de memoria se trata.
Bastará preguntarse qué puede aportar al corpus de la cinematografía mundial un puñado inconexo de recuerdos para darnos cuenta de la relevancia inusual de una obra singular. En primer lugar, el testimonio honesto de un autor con mayúsculas que a través del cine muestra el pasado en toda su esencia y sustancia. Seguidamente, la posibilidad extraordinaria de utilizar la memoria como excusa para plantear los límites del relato cinematográfico y de una puesta en escena ciertamente interesante. Y finalmente, la sensación cinéfila de que todo lo que verse sobre lugares transitados o amigos perdidos es un ejercicio de inmortalidad que debe ser útil a la fuerza. Quizás no ahora, pero si para las futuras generaciones que deseen conocer cómo vivieron, amaron y sufrieron aquellos que les precedieron.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: Distant Voices, Still Lives Año: 1988 Duración: 85 min. Director: Terence Davies Guión: Terence Davies Música: Ella Fitzgerald, George Gershwin, Jessye Norman Fotografía: Patrick Duval Reparto: Freda Dowie, Pete Postlethwaite, Angela Walsh, Dean Williams, Lorraine Ashbourne, Drew Schofield
No hay comentarios:
Publicar un comentario