UN TIC-TAC QUE SE NOS LLEVA
“Nada es para siempre”- afirma Benjamín Button (Brad Pitt) recostado en la cama a media luz con la mujer que amó toda su vida. La sentencia es ciertamente lapidaria y nos sitúa (tanto al personaje como a los espectadores) en la certidumbre de la mortalidad. La seguridad y el vértigo del fin. Y por tanto, que cada instante de la existencia tendrá la virtud de ser único sin posibilidad de parecerse a otro. Que el tiempo no da segundas oportunidades aunque el tren retorne a la misma estación. El tiempo, ese inexorable devorador de hombres, es quizás la clave fundamental sobre la que David Fincher reflexiona en “El curioso caso de Benjamín Button” (2008).
En el inicio de este filme se cuenta la historia de un relojero que a principios del siglo XX fabricó un reloj que caminaba hacia atrás. La ocurrencia, lejos de ser baladí, tenía un propósito absolutamente noble: recuperar el tiempo perdido y resucitar a los muertos de la Gran Guerra. Ya solo con esa inquietante y bellísima metáfora inicial, Fincher confirma su espléndida visión para esos relatos minuciosamente filmados, repletos de matices, de textura y de niveles alternos, delicadamente caligrafiados, medidos al milímetro en cada uno de sus planos. Tal vez, y como en su anterior película “Zodiac” (2007) Fincher reinventa la narración haciéndola imposible debido a la gran masa de información con la que satura sus imágenes.
Inspirada en un relato corto del gran Francis Scott Fitzgerald, la historia de Benjamín Button, el hombre que nació viejo y murió joven, es un material muy potente desde el punto de vista dramático. Es por ello que el guión de Eric Roth y del propio David Fincher es simplemente brillante. La historia de Benjamín es contada en una noche. La noche que el huracán Katrina llega a Nueva Orleáns. La realidad se mezcla con la ficción. Sin embargo, el relato central alcanza toda una vida, desde el nacimiento hasta la muerte del protagonista. ¿Es posible comprimir la vida de tal manera? La alternancia de ambas líneas arguméntales y temporales es francamente interesante.
A lo largo de dos horas y media Fincher, con un gran despliegue de medios, muestra unas imágenes ambiciosas. Conscientes de que habrán de quedar indeleblemente en el recuerdo de los espectadores. En este sentido, Benjamín Button es ya por méritos propios uno de los nuevos héroes del panteón norteamericano. Al igual que lo es Forrest Gump, el soldado Ryan y otros muchos. No nos engañemos, en ocasiones el filme conoce su propia fuerza (hasta el punto de entablar vínculos con las imágenes de los pioneros y todo el cine antiguo) y por ello no abusa del componente emocional. Vale la pena reseñar que en el último filme de Francis F. Coppola, “Youth without youth” (2007), también se reflexionaba sobre el tiempo y sus diatribas. Pero lo que para Coppola era un viaje trufado de barroquismo hacia el revival de un amor intenso e imposible en el Eterno Retorno, para Fincher supone el dolor de la propia existencia y esa intima rebelión con aroma a derrota, vana e ingenua, de vencer al tiempo.
¿Es más terrible vivir al revés? Creo que Fincher deja claro que la singularidad de su personaje es minúscula si la comparamos con la gran aventura de existir. Ese es el desafío. Vivir sabiéndonos finitos. Conociendo que el ayer no volverá y que la mayor parte de nuestra felicidad se tejió en los detalles. Muchos de ellos detalles efímeros aunque resistentes en el recuerdo. Habrá de quedar la memoria como legado. Las obras de lo que fuimos: el diario, la foto, el video, la carta, la película, el cine, en fin, retazos que son como sombras chinescas de un viaje fugaz.
“Nada es para siempre”- afirma Benjamín Button (Brad Pitt) recostado en la cama a media luz con la mujer que amó toda su vida. La sentencia es ciertamente lapidaria y nos sitúa (tanto al personaje como a los espectadores) en la certidumbre de la mortalidad. La seguridad y el vértigo del fin. Y por tanto, que cada instante de la existencia tendrá la virtud de ser único sin posibilidad de parecerse a otro. Que el tiempo no da segundas oportunidades aunque el tren retorne a la misma estación. El tiempo, ese inexorable devorador de hombres, es quizás la clave fundamental sobre la que David Fincher reflexiona en “El curioso caso de Benjamín Button” (2008).
En el inicio de este filme se cuenta la historia de un relojero que a principios del siglo XX fabricó un reloj que caminaba hacia atrás. La ocurrencia, lejos de ser baladí, tenía un propósito absolutamente noble: recuperar el tiempo perdido y resucitar a los muertos de la Gran Guerra. Ya solo con esa inquietante y bellísima metáfora inicial, Fincher confirma su espléndida visión para esos relatos minuciosamente filmados, repletos de matices, de textura y de niveles alternos, delicadamente caligrafiados, medidos al milímetro en cada uno de sus planos. Tal vez, y como en su anterior película “Zodiac” (2007) Fincher reinventa la narración haciéndola imposible debido a la gran masa de información con la que satura sus imágenes.
Inspirada en un relato corto del gran Francis Scott Fitzgerald, la historia de Benjamín Button, el hombre que nació viejo y murió joven, es un material muy potente desde el punto de vista dramático. Es por ello que el guión de Eric Roth y del propio David Fincher es simplemente brillante. La historia de Benjamín es contada en una noche. La noche que el huracán Katrina llega a Nueva Orleáns. La realidad se mezcla con la ficción. Sin embargo, el relato central alcanza toda una vida, desde el nacimiento hasta la muerte del protagonista. ¿Es posible comprimir la vida de tal manera? La alternancia de ambas líneas arguméntales y temporales es francamente interesante.
A lo largo de dos horas y media Fincher, con un gran despliegue de medios, muestra unas imágenes ambiciosas. Conscientes de que habrán de quedar indeleblemente en el recuerdo de los espectadores. En este sentido, Benjamín Button es ya por méritos propios uno de los nuevos héroes del panteón norteamericano. Al igual que lo es Forrest Gump, el soldado Ryan y otros muchos. No nos engañemos, en ocasiones el filme conoce su propia fuerza (hasta el punto de entablar vínculos con las imágenes de los pioneros y todo el cine antiguo) y por ello no abusa del componente emocional. Vale la pena reseñar que en el último filme de Francis F. Coppola, “Youth without youth” (2007), también se reflexionaba sobre el tiempo y sus diatribas. Pero lo que para Coppola era un viaje trufado de barroquismo hacia el revival de un amor intenso e imposible en el Eterno Retorno, para Fincher supone el dolor de la propia existencia y esa intima rebelión con aroma a derrota, vana e ingenua, de vencer al tiempo.
¿Es más terrible vivir al revés? Creo que Fincher deja claro que la singularidad de su personaje es minúscula si la comparamos con la gran aventura de existir. Ese es el desafío. Vivir sabiéndonos finitos. Conociendo que el ayer no volverá y que la mayor parte de nuestra felicidad se tejió en los detalles. Muchos de ellos detalles efímeros aunque resistentes en el recuerdo. Habrá de quedar la memoria como legado. Las obras de lo que fuimos: el diario, la foto, el video, la carta, la película, el cine, en fin, retazos que son como sombras chinescas de un viaje fugaz.
FICHA TÉCNICA:
Dirección: David Fincher.País: USA.Año: 2008.Duración: 166 min.Género: Drama romántico.Interpretación: Brad Pitt (Benjamin Button), Cate Blanchett (Daisy), Taraji P. Henson (Queenie), Julia Ormond (Caroline), Jason Flemyng (Thomas Button), Elias Koteas (Sr. Gateau), Tilda Swinton (Elizabeth Abbott), Jared Harris (capitán Mike), Elle Fanning (Daisy con 6 años), Mahershalhashbaz Ali (Tizzy), Joeanna Sayler (Caroline Button).Guión: Eric Roth; basado en un argumento de Eric Roth y Robin Swicord; sobre un relato de F. Scott Fitzgerald.Producción: Kathleen Kennedy, Frank Marshall y Ceán Chaffin.Música: Alexandre Desplat.Fotografía: Claudio Miranda.Montaje: Angus Wall y Kirk Baxter.Diseño de producción: Donald Graham Burt.Vestuario: Jacqueline West.
2 comentarios:
veremos lo que pasa esta noche
Creo que se esperaban más Oscars que lo que consiguió el domingo pasado. Una pena, creo que se merecía alguno más.
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