GENTE QUE MUEVE SU CASA
Muy pocas veces en la breve historia de la televisión en lengua castellana hemos tenido ocasión de ver producciones audiovisuales propias de gran calidad. Si nos remitimos a la ficción televisiva casi podríamos hablar “infinito desierto”. Afortunadamente los tiempos están cambiando. Las causas de esta transformación son variadas y superan con mucho el somero análisis que aquí se quiere hacer. Desde la reformulación de las programaciones en los diferentes canales, el nacimiento de la televisión digital, el agotamiento del cine como escaparate de las ficciones audiovisuales o el boom de los seriales televisivos originado en los EEUU (con el fenómeno HBO a la cabeza) entre otros muchos factores. Así, están comenzando a surgir series propias con un nivel más que estimable cuyo interés está fuera de toda duda. “Vientos de agua” (2005) de Juan José Campanella es un ejemplo paradigmático de lo explicado y es sin duda, la punta de lanza de las maravillas que aún están por llegar en el futuro.
Estructurada en trece emocionantes episodios, “Vientos de agua” cuenta la historia de dos inmigrantes: por un lado, José Olaya (Ernesto Alterio maravilloso), un minero asturiano que abandona España en las postrimerías de la Guerra Civil Española embarcándose hacia Argentina en busca de la Tierra Prometida y soñada por su hermano fallecido. Y por otro lado, su hijo Ernesto (Eduardo Blanco en el mejor papel de su carrera hasta el momento), arquitecto argentino desempleado, que decide emigrar a España en el año 2001, en plena crisis económica (la del famoso “corralito”).
Asistimos por tanto, a la concepción, desarrollo y evolución de dos arcos arguméntales paralelos en dos tiempos históricos distantes. Ambas aventuras comparten rasgos comunes y cada una, a su manera, mantiene su carácter único. Además de un afán didáctico encomiable. Es decir, a Juan José Campanella sus dos personajes le sirven para desentrañar los misterios del fenómeno migratorio y arrojar luz sobre la Historia Oficial. Entender y hacer entender (que parece lo mismo y no es igual), que en poco más de medio siglo se puede pasar de “producir” inmigrantes por causa de guerras u otras miserias, a recibirlos por fuerza de la bonanza económica. Así son los caprichosos ciclos históricos y existenciales. De paso a Campanella le da tiempo para filmar un entramado dramático de altos vuelos. La soledad y el desarraigo, la esperanza y los sueños, el amor y la muerte, con la intensidad que solo la odisea migratoria produce en quienes la viven.
Cabe cuestionar porque esta exquisitez de nuestra televisión fue maltratada en su estreno (cambios de horario, suspensión de emisión, etc.) cuando tan huérfanos nos encontramos de ficciones ambiciosas capaces de contarnos nuestras realidades con la emoción y la épica de los grandes relatos. En estos días en lo que casi todo es intelectualmente simplón y vacuo. En los que cualquier pastiche foráneo trufado de mediocridad puede suponer un éxito sin precedentes. ¿Desde cuándo no es apasionante nuestra propia Historia? O ¿cuándo dejó nuestro pasado de ser prioritario? Sería inútil mencionar la importancia que otros países otorgan a su pasado. No es de extrañar, por tanto, que nuestras nuevas generaciones crezcan en la ignorancia y ajenas, no solo al mundo que les rodea (lo cual es gravísimo) sino inconscientes de los horrores cotidianos y faltos de fe en un prójimo (de raza y cultura diferente) que con frecuencia es simplemente un enemigo más que añadir a la lista (entre los que se incluyen padres y amigos). Y para muestra, cinco minutos de cualquier telediario.
Muy pocas veces en la breve historia de la televisión en lengua castellana hemos tenido ocasión de ver producciones audiovisuales propias de gran calidad. Si nos remitimos a la ficción televisiva casi podríamos hablar “infinito desierto”. Afortunadamente los tiempos están cambiando. Las causas de esta transformación son variadas y superan con mucho el somero análisis que aquí se quiere hacer. Desde la reformulación de las programaciones en los diferentes canales, el nacimiento de la televisión digital, el agotamiento del cine como escaparate de las ficciones audiovisuales o el boom de los seriales televisivos originado en los EEUU (con el fenómeno HBO a la cabeza) entre otros muchos factores. Así, están comenzando a surgir series propias con un nivel más que estimable cuyo interés está fuera de toda duda. “Vientos de agua” (2005) de Juan José Campanella es un ejemplo paradigmático de lo explicado y es sin duda, la punta de lanza de las maravillas que aún están por llegar en el futuro.
Estructurada en trece emocionantes episodios, “Vientos de agua” cuenta la historia de dos inmigrantes: por un lado, José Olaya (Ernesto Alterio maravilloso), un minero asturiano que abandona España en las postrimerías de la Guerra Civil Española embarcándose hacia Argentina en busca de la Tierra Prometida y soñada por su hermano fallecido. Y por otro lado, su hijo Ernesto (Eduardo Blanco en el mejor papel de su carrera hasta el momento), arquitecto argentino desempleado, que decide emigrar a España en el año 2001, en plena crisis económica (la del famoso “corralito”).
Asistimos por tanto, a la concepción, desarrollo y evolución de dos arcos arguméntales paralelos en dos tiempos históricos distantes. Ambas aventuras comparten rasgos comunes y cada una, a su manera, mantiene su carácter único. Además de un afán didáctico encomiable. Es decir, a Juan José Campanella sus dos personajes le sirven para desentrañar los misterios del fenómeno migratorio y arrojar luz sobre la Historia Oficial. Entender y hacer entender (que parece lo mismo y no es igual), que en poco más de medio siglo se puede pasar de “producir” inmigrantes por causa de guerras u otras miserias, a recibirlos por fuerza de la bonanza económica. Así son los caprichosos ciclos históricos y existenciales. De paso a Campanella le da tiempo para filmar un entramado dramático de altos vuelos. La soledad y el desarraigo, la esperanza y los sueños, el amor y la muerte, con la intensidad que solo la odisea migratoria produce en quienes la viven.
Cabe cuestionar porque esta exquisitez de nuestra televisión fue maltratada en su estreno (cambios de horario, suspensión de emisión, etc.) cuando tan huérfanos nos encontramos de ficciones ambiciosas capaces de contarnos nuestras realidades con la emoción y la épica de los grandes relatos. En estos días en lo que casi todo es intelectualmente simplón y vacuo. En los que cualquier pastiche foráneo trufado de mediocridad puede suponer un éxito sin precedentes. ¿Desde cuándo no es apasionante nuestra propia Historia? O ¿cuándo dejó nuestro pasado de ser prioritario? Sería inútil mencionar la importancia que otros países otorgan a su pasado. No es de extrañar, por tanto, que nuestras nuevas generaciones crezcan en la ignorancia y ajenas, no solo al mundo que les rodea (lo cual es gravísimo) sino inconscientes de los horrores cotidianos y faltos de fe en un prójimo (de raza y cultura diferente) que con frecuencia es simplemente un enemigo más que añadir a la lista (entre los que se incluyen padres y amigos). Y para muestra, cinco minutos de cualquier telediario.
1 comentario:
Muy buena la serie y los actores. Es muy entretenida y con momentos dramáticos de gran intensidad repartidos por sus capítulos. Por escribir sobre esta serie hispano-argentina, me ecuerdo de otra argentina de la HBO latina:"Epitafios". No se ha emitido en España, ni ha salido aquí en dvd, solo se consigue bajándola de internet. Doy fé de que merece la pena verla y sé que el Sr. Silverman la conoce y piensa como yo.
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