EXISTIR Y SENTIR
Para empezar caeré en lo obvio: Ingmar Bergman falleció. Nos queda su cine. El vacío que deja el maestro sueco es tan profundo que ni todo el talento de los cineastas actuales podría rellenarlo. Puede ser una exageración aunque no es una crítica a los cineastas actuales, los cuales, merecen mi respeto además de admiración. Es simplemente que al ver cualquier filme de Bergman no acertamos a calibrar la grandeza de su legado a todos los niveles.
“Saraband” (2003) es el testamento fílmico de Bergman. Testamento no porque haya sido de facto su último proyecto sino porque encierra con acierto infinito y arrebatadora intensidad todas aquellas (benditas) inquietudes que han salpicado su celebérrima filmografía. “Saraband” viene a ser una especie de secuela crepuscular, treinta años después, del filme “Escenas de un matrimonio” (1973). Los mismos actores (Erland Josephson y la sublime Liv Ulmann), más jóvenes entonces, se meten en la piel de aquellos personajes atormentados y a la vez encantadores. Personajes que encarnaban un matrimonio enfermo por la rutina y las infidelidades, ávidos de seducción no solo sexual sino intelectual. En aquellos tiempos esa reflexión cinematográfica sobre los conflictos de pareja le sirvió a Bergman para exorcizar sus propios demonios y elevar sus inquietudes existenciales a la categoría de arte. Casi nada.
“Saraband” supone de alguna manera un dulce reencuentro. Una indagación honesta justo al final del camino sobre el tiempo transcurrido y el balance espiritual y sentimental de lo realizado. Los personajes son más viejos pero Bergman deja claro que no han cambiado. Siguen siendo seres humanos que, en la mayoría de los casos, cometen los mismos errores de antaño y además presumen de ello. No son personajes que quieran redimirse por nada excepto por la posibilidad de un beso furtivo o un abrazo perdido. Han dejado de sentir intensamente por causa de la edad pero mientras la existencia se les escapa de las manos no renuncian a captar el renacimiento fugaz del amor otoñal. Y es mucho decir que después de tantas dificultades, problemas, traiciones, depresiones y agonías. Después de buscar respuestas sobre Dios y la muerte, de encontrar refugio en la perfección del arte ante la imperfección de una absurda existencia. Al final de todo, el consuelo podria ser el cuerpo de la persona que velaba nuestros sueños. ¿Es que puede hallarse anhelo más simple y maravilloso?
Cinematográficamente impecable, con una puesta en escena deliciosa tratando de extraer el alma de cada uno de los actores. Explotando los recursos narrativos hasta el máximo (Liv Ulmann se dirige en algunas ocasiones hacia la cámara para hablarle a los espectadores) y siendo más moderno que los propios modernos, Bergman se supera a sí mismo. Se añade una tensión dramática exacerbada, más propia de algún autor joven, no iniciado en las emociones extremas. En este sentido, “Saraband” desvela y confirma algo que ya sabíamos: Ingmar Bergman siempre fue un anciano “jovenzuelo” atraído por la agitación propia de la filosofía y la dramaturgia nordica. Desde Kierkegaard pasando por Henrik Ibsen o Strindberg. Cada rodaje es un “tour de force”. Una forma visceral de existir y sentir que el hombre tiene una razón en el mundo y que, lamentablemente, una sola vida no es suficiente para conocer esas razones.
Para empezar caeré en lo obvio: Ingmar Bergman falleció. Nos queda su cine. El vacío que deja el maestro sueco es tan profundo que ni todo el talento de los cineastas actuales podría rellenarlo. Puede ser una exageración aunque no es una crítica a los cineastas actuales, los cuales, merecen mi respeto además de admiración. Es simplemente que al ver cualquier filme de Bergman no acertamos a calibrar la grandeza de su legado a todos los niveles.
“Saraband” (2003) es el testamento fílmico de Bergman. Testamento no porque haya sido de facto su último proyecto sino porque encierra con acierto infinito y arrebatadora intensidad todas aquellas (benditas) inquietudes que han salpicado su celebérrima filmografía. “Saraband” viene a ser una especie de secuela crepuscular, treinta años después, del filme “Escenas de un matrimonio” (1973). Los mismos actores (Erland Josephson y la sublime Liv Ulmann), más jóvenes entonces, se meten en la piel de aquellos personajes atormentados y a la vez encantadores. Personajes que encarnaban un matrimonio enfermo por la rutina y las infidelidades, ávidos de seducción no solo sexual sino intelectual. En aquellos tiempos esa reflexión cinematográfica sobre los conflictos de pareja le sirvió a Bergman para exorcizar sus propios demonios y elevar sus inquietudes existenciales a la categoría de arte. Casi nada.
“Saraband” supone de alguna manera un dulce reencuentro. Una indagación honesta justo al final del camino sobre el tiempo transcurrido y el balance espiritual y sentimental de lo realizado. Los personajes son más viejos pero Bergman deja claro que no han cambiado. Siguen siendo seres humanos que, en la mayoría de los casos, cometen los mismos errores de antaño y además presumen de ello. No son personajes que quieran redimirse por nada excepto por la posibilidad de un beso furtivo o un abrazo perdido. Han dejado de sentir intensamente por causa de la edad pero mientras la existencia se les escapa de las manos no renuncian a captar el renacimiento fugaz del amor otoñal. Y es mucho decir que después de tantas dificultades, problemas, traiciones, depresiones y agonías. Después de buscar respuestas sobre Dios y la muerte, de encontrar refugio en la perfección del arte ante la imperfección de una absurda existencia. Al final de todo, el consuelo podria ser el cuerpo de la persona que velaba nuestros sueños. ¿Es que puede hallarse anhelo más simple y maravilloso?
Cinematográficamente impecable, con una puesta en escena deliciosa tratando de extraer el alma de cada uno de los actores. Explotando los recursos narrativos hasta el máximo (Liv Ulmann se dirige en algunas ocasiones hacia la cámara para hablarle a los espectadores) y siendo más moderno que los propios modernos, Bergman se supera a sí mismo. Se añade una tensión dramática exacerbada, más propia de algún autor joven, no iniciado en las emociones extremas. En este sentido, “Saraband” desvela y confirma algo que ya sabíamos: Ingmar Bergman siempre fue un anciano “jovenzuelo” atraído por la agitación propia de la filosofía y la dramaturgia nordica. Desde Kierkegaard pasando por Henrik Ibsen o Strindberg. Cada rodaje es un “tour de force”. Una forma visceral de existir y sentir que el hombre tiene una razón en el mundo y que, lamentablemente, una sola vida no es suficiente para conocer esas razones.
FICHA TECNICA:
Dirección y guión: Ingmar Bergman.País: Suecia.Año: 2003.Duración: 107 min.Género: Drama.Interpretación: Liv Ullmann (Marianne), Erland Josephson (Johan), Börje Ahlstedt (Henrik), Julia Dufvenius (Karin), Gunnel Fred (Martha).Producción: Pia Ehrnvall.Fotografía: Raymond Wemmenlöv, Per-Olof Lantto, Sofi Stridh, Jesper Holmström y Stefan Eriksson.Montaje: Sylvia Ingemarsson.Dirección artística: Göran Wassberg.Vestuario: Inger Pherson.
1 comentario:
Película exquisita y sensible.Lección de cine y del poder de la cámara para transmitir vida en estado puro.
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