
VAMPIRA SUECA
“Déjame entrar” (2008) de Tomas Alfredson no es una película de terror. Ni un thriller. Puede parecer ambas cosas pero es más que eso. Podríamos hablar sin temor a equivocarnos de un hallazgo cinematográfico importante. Asistimos al emocionante visionado de un filme diferente. Y lo que es más importante y a la vez paradójico, celebrado y disfrutado tanto por la crítica como por el público.
Alfredson nos propone una fábula cruda que, por un lado bebe de conflictos contemporáneos como el acoso escolar infantil, y por otro nos retrotrae a crónicas vampíricas de corte melancólico-romántico. Es curiosa la mezcla y sin embargo, el conjunto es tan interesante como atractivo. La puesta en escena es sencillamente sensacional, y siendo un filme intimista en toda su extensión, alterna con soltura la distancia de los cuerpos (en las acciones) con el acercamiento hacia los jóvenes protagonistas (en los diálogos). La realidad es que Tomas Alfredson nos remite con lucidez al Alfred Hitchcock de “La ventana indiscreta” (1954) o al Kieszlowski de “No amarás” (1988). Es decir, hay implícito un cierto voyeurismo, un apasionamiento por saber lo que “el otro” hace, quién es o incluso, desear ser ese “otro”, suplantarlo, fundirse en él.
Desde el punto de vista meramente conceptual, Alfredson renueva el género de los vampiros en el cine. Lo refresca y adapta a los nuevos tiempos de la infancia, a contextos nuevos. Sin embargo, la carga de romanticismo, de melancolía y profunda tristeza que desprende esta vampira sueca solo es comparable a los orígenes literarios de Bram Stoker o a adaptaciones cinematográficas del calado estético del “Drácula” (1992) de Francis Ford Coppola o “Nosferatu” (1979) de Werner Herzog. Y pese a esta irremediable tristeza inherente a la naturaleza de estas “sobrenaturales” criaturas, Alfredson aporta un filme cimentado (y muy bien además) en una relación personal entre dos niños que se pasan el metraje haciéndose confidencias y conociéndose el uno al otro.
En conclusión, una joyita excepcional digna de disfrute. Y es así porque “Déjame entrar”, más allá de su dimensión fantástica pone de relieve la magia y la vulnerabilidad infantil así como su tendencia a sobredimensionarlo todo. Y desde esa exageración o hipérbole, el vampirismo se presenta como una anécdota cotidiana frente a la tragedia del acoso. ¿Quién se atrevería a contradecir esta tesis desde la perspectiva de un niño de doce años? Y finalmente aunque no menos importante, la habilidad para filmar la vampirización moderna. Esto es no solo la mordedura cruel de cuellos inocentes, sino también la vampirización sentimental e intelectual de la persona que representa todos nuestros anhelos. En este sentido, ¿no somos todos un poco vampiros?
FICHA TÉCNICA:
3 comentarios:
fantastica, me la bajé y la disfruté como un enano
tristemente bella
Me ha gustado por su originalidad de tratar el tema de los vampiros desde el punto de vista de un niño y ubicándolo cronológicamente en tiempos bastante actuales.
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