ADICTO A LA GUERRA
Hay una sentencia muy clara cuando hablamos de cine bélico. Las mejores películas de guerra, absolutamente las mejores, tienen un fuerte componente antibelicista. En palabras más claras, el filme de guerra magistral siempre ha mantenido (de manera explícita) un fuerte discurso de paz. No solo eso, sus directores han intentado mostrar con imágenes desgarradoras toda la barbarie y la sinrazón de los enfrentamientos bélicos. Los ejemplos a lo largo de la historia son claros, ¿o no nos emocionamos con las magistrales diatribas sobre justicia militar en “Senderos de gloria” (1957) de Stanley Kubrick? ¿Y aquella búsqueda del paraíso y de Dios mientras se mataban los hombres en “La delgada línea roja” (1998) de Terrence Mallick?
Es por eso que quien esto escribe echa de menos el fervoroso discurso, pacifista o de otra noble índole, en este multipremiado filme (incluso con el Oscar a la Mejor Película del año) de “En tierra hostil” (2009) de la inquietante Kathryn Bigelow. Aunque hay que decir que si miramos, aunque sea artificialmente, a la filmografía de esta directora norteamericana, no debería sorprendernos lo que este filme nos aporta. Bigelow, siempre más cerca de la promesa del buen cine que de sus realidades, ha optado siempre por una suerte de narrativa basada en el efectismo de la acción violenta y la espectacularidad de personajes al filo del abismo. Ahí están filmes (más bien olvidables) como “Le llaman Bodhi” (1991) o “Días extraños” (1995) para corroborarlo.
“En tierra hostil” es un compendio de los ingredientes anteriores. No es un filme bélico al uso. Es un híbrido entre diferentes géneros. Desde el documental a la Ciencia-ficción pasando de puntillas por el melodrama. Un “cadáver exquisito”, que dirían los surrealistas, en el que la Guerra de Irak es un contexto que, no por conocido, deja de sorprendernos. Y esto es así, porque en manos de Bigelow, Irak parece un paisaje desolador, casi lunar, y el trabajo del protagonista (artificiero militar) un viaje solitario al Más Allá del espacio exterior. Y sin embargo, estamos en el mundo cruento de las lamentables aventuras del Tío Sam. Exportando la democracia a golpe de invasiones y tratando de comprender lo incomprensible. Poco a nada se cuestiona esto en el filme.
Toda la película gira continuamente sobre las situaciones de acción que los militares deben afrontar. El montaje es frenético, las tomas cortas, y el ritmo acelera y frena para volver a acelerar aún más como si de una montaña rusa se tratase. La guerra según Bigelow es pura adrenalina y adicción. No hay espera ni transición. Ni reflexión, ni crítica valida. Todo es caminar en el alambre. En este sentido la película gustará a los amantes de las sensaciones fuertes y de acción trepidante, y defraudará a los que tratamos de desentrañar mensajes más ambiciosos.
En conclusión, poco a nada aporta “En tierra hostil”, no solo al género bélico, sino a todo lo que ya hemos visto anteriormente sobre esta guerra sucia e injusta con la que nació el nuevo siglo. Resulta difícil olvidar el realismo y la radicalidad de una Obra Maestra como “Redacted” (2007) de Brian De Palma o la incontinencia verbal de la más que transgresora serie televisiva “Generation Kill” (2008) de David Simon y Ed Burns. Cierto es que debe haber cine para todos los gustos y paladares pero es de esperar que lo que se “vende” como el filme definitivo de todas las guerras sea un verdadero tratado sobre la condición humana y no un catalogo de videojuegos divertidos en el que uno expone su vida (la virtual me refiero) para ganar o perder sin que esto tenga consecuencias serias. Como si al final de la partida (la de la vida real) pudiéramos volver al mismo lugar en que perdimos lo que nos hacía seres humanos con capacidad para amar y no ser indiferentes a la muerte.
Hay una sentencia muy clara cuando hablamos de cine bélico. Las mejores películas de guerra, absolutamente las mejores, tienen un fuerte componente antibelicista. En palabras más claras, el filme de guerra magistral siempre ha mantenido (de manera explícita) un fuerte discurso de paz. No solo eso, sus directores han intentado mostrar con imágenes desgarradoras toda la barbarie y la sinrazón de los enfrentamientos bélicos. Los ejemplos a lo largo de la historia son claros, ¿o no nos emocionamos con las magistrales diatribas sobre justicia militar en “Senderos de gloria” (1957) de Stanley Kubrick? ¿Y aquella búsqueda del paraíso y de Dios mientras se mataban los hombres en “La delgada línea roja” (1998) de Terrence Mallick?
Es por eso que quien esto escribe echa de menos el fervoroso discurso, pacifista o de otra noble índole, en este multipremiado filme (incluso con el Oscar a la Mejor Película del año) de “En tierra hostil” (2009) de la inquietante Kathryn Bigelow. Aunque hay que decir que si miramos, aunque sea artificialmente, a la filmografía de esta directora norteamericana, no debería sorprendernos lo que este filme nos aporta. Bigelow, siempre más cerca de la promesa del buen cine que de sus realidades, ha optado siempre por una suerte de narrativa basada en el efectismo de la acción violenta y la espectacularidad de personajes al filo del abismo. Ahí están filmes (más bien olvidables) como “Le llaman Bodhi” (1991) o “Días extraños” (1995) para corroborarlo.
“En tierra hostil” es un compendio de los ingredientes anteriores. No es un filme bélico al uso. Es un híbrido entre diferentes géneros. Desde el documental a la Ciencia-ficción pasando de puntillas por el melodrama. Un “cadáver exquisito”, que dirían los surrealistas, en el que la Guerra de Irak es un contexto que, no por conocido, deja de sorprendernos. Y esto es así, porque en manos de Bigelow, Irak parece un paisaje desolador, casi lunar, y el trabajo del protagonista (artificiero militar) un viaje solitario al Más Allá del espacio exterior. Y sin embargo, estamos en el mundo cruento de las lamentables aventuras del Tío Sam. Exportando la democracia a golpe de invasiones y tratando de comprender lo incomprensible. Poco a nada se cuestiona esto en el filme.
Toda la película gira continuamente sobre las situaciones de acción que los militares deben afrontar. El montaje es frenético, las tomas cortas, y el ritmo acelera y frena para volver a acelerar aún más como si de una montaña rusa se tratase. La guerra según Bigelow es pura adrenalina y adicción. No hay espera ni transición. Ni reflexión, ni crítica valida. Todo es caminar en el alambre. En este sentido la película gustará a los amantes de las sensaciones fuertes y de acción trepidante, y defraudará a los que tratamos de desentrañar mensajes más ambiciosos.
En conclusión, poco a nada aporta “En tierra hostil”, no solo al género bélico, sino a todo lo que ya hemos visto anteriormente sobre esta guerra sucia e injusta con la que nació el nuevo siglo. Resulta difícil olvidar el realismo y la radicalidad de una Obra Maestra como “Redacted” (2007) de Brian De Palma o la incontinencia verbal de la más que transgresora serie televisiva “Generation Kill” (2008) de David Simon y Ed Burns. Cierto es que debe haber cine para todos los gustos y paladares pero es de esperar que lo que se “vende” como el filme definitivo de todas las guerras sea un verdadero tratado sobre la condición humana y no un catalogo de videojuegos divertidos en el que uno expone su vida (la virtual me refiero) para ganar o perder sin que esto tenga consecuencias serias. Como si al final de la partida (la de la vida real) pudiéramos volver al mismo lugar en que perdimos lo que nos hacía seres humanos con capacidad para amar y no ser indiferentes a la muerte.
FICHA TÉCNICA:
Título original: The hurt locker. Dirección: Kathryn Bigelow. País: USA. Año: 2008. Duración: 131 min. Género: Acción, bélico, drama. Interpretación: Jeremy Renner (sargento William James), Anthony Mackie (sargento J.T. Sanborn), Brian Geraghty (Owen Eldridge), Ralph Fiennes (Jefe de equipo), Guy Pearce (sargento Matt Thompson), David Morse (coronel Reed), Evangeline Lilly (Connie James), Christian Camargo (coronel John Cambridge). Guión: Mark Boal. Producción: Kathryn Bigelow, Mark Boal, Nicolas Chartier y Greg Shapiro. Música: Marco Beltrami y Buck Sanders. Fotografía: Barry Ackroyd. Montaje: Bob Murawski y Chris Innis. Diseño de producción: Karl Júlíusson. Vestuario: George Little.
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