Dublín, 9 de agosto de 2010.
Estimado Amigo:
Si estuvieras aquí y vieras lo que yo estoy viendo seguramente las sensaciones y pensamientos serían similares. Te diría que en Dublín los días son luminosos en verano. Amanece prontísimo y anochece bastante tarde. El brillo y la luminosidad son tan intensos, que los colores de las casas resaltan sobremanera sobre el gris del asfalto (las puertas de Grafton Street) y la gente, debido a las agradables temperaturas, sale a la calle con más ganas.
No sé que te podría contar de estos primeros días en la capital de Irlanda que no sepas. Tal vez confirmarte o desmentirte algunas ideas previas que ya tenía respecto a este país y sus gentes.
Seguro que no soy muy original cuando digo que Dublín es precioso. En la forma y en el fondo. En su arquitectura georgiana y las esculturas que adornan sus calles. En la extensión exagerada y el verdor de sus parques (Phoenix Park es un ejemplo claro). En el aroma de efervescencia cultural y modernidad que respiras a cada paso, pues pese a que se puede confirmar un profundo respeto por el patrimonio, tanta tangible como intangible, también hay un anhelo por estar en consonancia con las últimas tendencias artísticas y musicales.
Y la gente, los irlandeses, como lo diría, son personas vitales y orgullosas de su Historia de luchas y penalidades. Gente recia como su clima pero de calado sensible como su paisaje. Hombres y mujeres hospitalarios, anfitriones perfectos, encantados de enseñarte su casa, felices de que sientas interés por lo suyo. Y cuando hablamos de lo "suyo" no hablo de literatura (que la tienen y buena) sino que hablamos de una identidad fuerte, arraigada en el tiempo, a su manera introvertida y reservada, pero a la vez transgresora. Capaz de sentir apasionadamente los versos de Yeats y al mismo tiempo beber whisky o cerveza negra (si es Guiness mejor) en un pub casi hasta el amanecer al ritmo de la música de The Dubliners. Te diré más, y lo digo como lo siento, desde el Trinity College hasta Parnell Square, desde el mítico Temple Bar (abierto las 24 horas) hasta Connoly Station, desde O´Connel Street hasta la ribera del Liffey (siguiendo a Joyce), no hay una sola persona que le niegue la mano a otra. Aún más, a riesgo de equivocarme porque la pasión irlandesa y la sombra de libros a orillas del río me obnubile, no creo que haya una sola mala persona en este país. Así de claro.
Sin más me despido mientras cae la noche dublinesa y encuentro en Ha´penny Bridge las atávicas huellas de Leopold Bloom. Volveré a escribirte pronto (tal vez mañana).
Te quiere.
JOSEPH SILVERMAN
2 comentarios:
Joer, una carta sonora que llega e invita a viajar a esa ciudad de Dublin, perderse en los pubs, en los vericuetos de sus arterias. ¡Esperaremos con esa alegría de los Dubliners la próxima carta desde el Norte!
¡Salu2!
crack total!!!!
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