18 agosto 2010

Dublín: sombra de libros a orillas del Liffey




Dublín, 9 de agosto de 2010.


Estimado Amigo:

Si estuvieras aquí y vieras lo que yo estoy viendo seguramente las sensaciones y pensamientos serían similares. Te diría que en Dublín los días son luminosos en verano. Amanece prontísimo y anochece bastante tarde. El brillo y la luminosidad son tan intensos, que los colores de las casas resaltan sobremanera sobre el gris del asfalto (las puertas de Grafton Street) y la gente, debido a las agradables temperaturas, sale a la calle con más ganas.
No sé que te podría contar de estos primeros días en la capital de Irlanda que no sepas. Tal vez confirmarte o desmentirte algunas ideas previas que ya tenía respecto a este país y sus gentes.
Seguro que no soy muy original cuando digo que Dublín es precioso. En la forma y en el fondo. En su arquitectura georgiana y las esculturas que adornan sus calles. En la extensión exagerada y el verdor de sus parques (Phoenix Park es un ejemplo claro). En el aroma de efervescencia cultural y modernidad que respiras a cada paso, pues pese a que se puede confirmar un profundo respeto por el patrimonio, tanta tangible como intangible, también hay un anhelo por estar en consonancia con las últimas tendencias artísticas y musicales.
Y la gente, los irlandeses, como lo diría, son personas vitales y orgullosas de su Historia de luchas y penalidades. Gente recia como su clima pero de calado sensible como su paisaje. Hombres y mujeres hospitalarios, anfitriones perfectos, encantados de enseñarte su casa, felices de que sientas interés por lo suyo. Y cuando hablamos de lo "suyo" no hablo de literatura (que la tienen y buena) sino que hablamos de una identidad fuerte, arraigada en el tiempo, a su manera introvertida y reservada, pero a la vez transgresora. Capaz de sentir apasionadamente los versos de Yeats y al mismo tiempo beber whisky o cerveza negra (si es Guiness mejor) en un pub casi hasta el amanecer al ritmo de la música de The Dubliners. Te diré más, y lo digo como lo siento, desde el Trinity College hasta Parnell Square, desde el mítico Temple Bar (abierto las 24 horas) hasta Connoly Station, desde O´Connel Street hasta la ribera del Liffey (siguiendo a Joyce), no hay una sola persona que le niegue la mano a otra. Aún más, a riesgo de equivocarme porque la pasión irlandesa y la sombra de libros a orillas del río me obnubile, no creo que haya una sola mala persona en este país. Así de claro.

Sin más me despido mientras cae la noche dublinesa y encuentro en Ha´penny Bridge las atávicas huellas de Leopold Bloom. Volveré a escribirte pronto (tal vez mañana).

Te quiere.


JOSEPH SILVERMAN


2 comentarios:

Diebelz dijo...

Joer, una carta sonora que llega e invita a viajar a esa ciudad de Dublin, perderse en los pubs, en los vericuetos de sus arterias. ¡Esperaremos con esa alegría de los Dubliners la próxima carta desde el Norte!

¡Salu2!

Anónimo dijo...

crack total!!!!