BIOGRAFÍAS DE GUERRA
Cuando caminas por la explanada del Mall en Washington D.C. puedes visitar muchos monumentos. La mayoría de ellos están dedicados a la memoria de viejos presidentes o también al recordatorio de los caídos en las numerosas guerras del Tío Sam. De entre todo este mosaico de nostalgia imperialista y dejando atrás el obelisco de George Washington, camino del Lincoln Memorial, uno termina tropezando con el templete dedicado a la II Guerra Mundial. Es un sitio amplio, una especie de espacio para la reflexión y el silencio. Su arquitectura te demanda tiempo pues la simbología es abrumadora. A un lado el frente europeo, al otro el Pacífico. Y escritos uno detrás de otro todos los lugares inscritos ya en el imaginario de las tragedias masivas. Sus imágenes alegóricas requieren paciencia para ser decodificadas y al mismo tiempo uno no puede evitar diseñar algunas ideas. Cómo la guerra y la muerte son capaces de inspirar tanta belleza. Puñados de metáforas del presente que ayudan a comprender el mundo (aquel y éste). “This was the greatest generation of our nation”, la generación más grande, los hombres más especiales, los más generosos, me repite con vehemencia el Ranger que custodia el monumento casi entre lágrimas.
Y ahora, tiempo después, cuando se tiene la oportunidad de ver la serie de HBO “The Pacific” (2010) retornan aquellos recuerdos. Parece como si el sueño se culminara a lo largo de cada uno de sus diez capítulos. La historia de la guerra del Pacífico, la verdadera guerra norteamericana que no ha cambiado, aunque si la perspectiva de esta miniserie impulsada por Steven Spielberg y Tom Hanks.
El producto final es algo moderno. Alejado de la ya clásica y célebre “Hermanos de sangre” (2001), su narración se aleja de la narración factual para centrarse en un relato menos consistente repleto de puntos de fuga. Los esfuerzos se centran en acompañar (más que seguir) y consolar (más que sufrir) a tres soldados norteamericanos. Las tres biografías (Eugene Sledge, Robert Lecki y John Basilone) son reales lo cual hace que el material sea más atractivo. Desde la emoción y la tragedia del enfrentamiento bélico hasta la introspección psicológica y el absurdo vacío que produce matar a un semejante. En este sentido “The Pacific” se aleja de “Salvar al soldado Ryan” (1998) de Steven Spielberg para mirarse más en filmes como “Banderas de nuestros padres” (2006) de Clint Eastwood y en series como “Generation Kill” (2008) de David Simon y Ed Burns.
Si algo aporta “The Pacific” como ya decíamos, es retar a la biografía de guerra con la óptica de la modernidad. Tensar la narración hasta que se rompe, probablemente porque la vida no es tan parecida a la ficción ni la guerra consiste todo el tiempo en matar. Hay transiciones, tiempos muertos, distensiones, pensamientos, espera y aburrimiento. Desmitificando la violencia, salpicando la sangre, el sudor y las lágrimas del combatiente. Enseñando Historia a los más jóvenes con apasionamiento y objetividad. Y por supuesto, respetando a los soldados y sus convicciones, de uno y otro bando, mostrando las heridas y los traumas. Pero también y aunque suene a tópico, esa gigantesca humanidad que brota solo en los momentos trascendentes, en lugares infames de apariencia paradisiaca como Guadalcanal, Cabo Gloucester, Peleliu, Iwo Jima y Okinawa. Cuando todo se torna oscuro y descubrimos que el infierno no es un lugar sino el veneno que llevamos dentro. Y que por más grandiosa que sea la imagen de los memoriales (ya sabemos que no hay sangre ni ecos de terror que el mármol no soporte), desgraciadamente, los únicos mundos que somos capaces de plasmar en la realidad son los de nuestras pesadillas en el campo de batalla.
Cuando caminas por la explanada del Mall en Washington D.C. puedes visitar muchos monumentos. La mayoría de ellos están dedicados a la memoria de viejos presidentes o también al recordatorio de los caídos en las numerosas guerras del Tío Sam. De entre todo este mosaico de nostalgia imperialista y dejando atrás el obelisco de George Washington, camino del Lincoln Memorial, uno termina tropezando con el templete dedicado a la II Guerra Mundial. Es un sitio amplio, una especie de espacio para la reflexión y el silencio. Su arquitectura te demanda tiempo pues la simbología es abrumadora. A un lado el frente europeo, al otro el Pacífico. Y escritos uno detrás de otro todos los lugares inscritos ya en el imaginario de las tragedias masivas. Sus imágenes alegóricas requieren paciencia para ser decodificadas y al mismo tiempo uno no puede evitar diseñar algunas ideas. Cómo la guerra y la muerte son capaces de inspirar tanta belleza. Puñados de metáforas del presente que ayudan a comprender el mundo (aquel y éste). “This was the greatest generation of our nation”, la generación más grande, los hombres más especiales, los más generosos, me repite con vehemencia el Ranger que custodia el monumento casi entre lágrimas.
Y ahora, tiempo después, cuando se tiene la oportunidad de ver la serie de HBO “The Pacific” (2010) retornan aquellos recuerdos. Parece como si el sueño se culminara a lo largo de cada uno de sus diez capítulos. La historia de la guerra del Pacífico, la verdadera guerra norteamericana que no ha cambiado, aunque si la perspectiva de esta miniserie impulsada por Steven Spielberg y Tom Hanks.
El producto final es algo moderno. Alejado de la ya clásica y célebre “Hermanos de sangre” (2001), su narración se aleja de la narración factual para centrarse en un relato menos consistente repleto de puntos de fuga. Los esfuerzos se centran en acompañar (más que seguir) y consolar (más que sufrir) a tres soldados norteamericanos. Las tres biografías (Eugene Sledge, Robert Lecki y John Basilone) son reales lo cual hace que el material sea más atractivo. Desde la emoción y la tragedia del enfrentamiento bélico hasta la introspección psicológica y el absurdo vacío que produce matar a un semejante. En este sentido “The Pacific” se aleja de “Salvar al soldado Ryan” (1998) de Steven Spielberg para mirarse más en filmes como “Banderas de nuestros padres” (2006) de Clint Eastwood y en series como “Generation Kill” (2008) de David Simon y Ed Burns.
Si algo aporta “The Pacific” como ya decíamos, es retar a la biografía de guerra con la óptica de la modernidad. Tensar la narración hasta que se rompe, probablemente porque la vida no es tan parecida a la ficción ni la guerra consiste todo el tiempo en matar. Hay transiciones, tiempos muertos, distensiones, pensamientos, espera y aburrimiento. Desmitificando la violencia, salpicando la sangre, el sudor y las lágrimas del combatiente. Enseñando Historia a los más jóvenes con apasionamiento y objetividad. Y por supuesto, respetando a los soldados y sus convicciones, de uno y otro bando, mostrando las heridas y los traumas. Pero también y aunque suene a tópico, esa gigantesca humanidad que brota solo en los momentos trascendentes, en lugares infames de apariencia paradisiaca como Guadalcanal, Cabo Gloucester, Peleliu, Iwo Jima y Okinawa. Cuando todo se torna oscuro y descubrimos que el infierno no es un lugar sino el veneno que llevamos dentro. Y que por más grandiosa que sea la imagen de los memoriales (ya sabemos que no hay sangre ni ecos de terror que el mármol no soporte), desgraciadamente, los únicos mundos que somos capaces de plasmar en la realidad son los de nuestras pesadillas en el campo de batalla.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo. No hay sangre suficiente para mancillar la propaganda
La serie es bastante peor e irregular que "Hermanos de sangre" aunque tiene sus momentos....
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