NOS QUEDARÁ GODARD
“No sé si esto es una tragedia o una comedia pero si es una Obra Maestra”. Este pensamiento en voz alta mirando a la cámara, interrogando directamente al espectador, de Jean Paul Belmondo en esta maravillosa “Una mujer es una mujer” (1961) de Jean-Luc Godard denota ya una forma de ser y sentir el cine que no se corresponde con nada que uno haya podido ver antes. Se puede pensar en cierta soberbia del cineasta poniendo en la boca de sus criaturas palabras tan atrevidas. Sin embargo, más allá del debate verdadero sobre si “Una mujer es una mujer” es una Obra Maestra, Godard provoca siempre con sus juicios, vuelve y revuelve indagando, descomponiendo y recomponiendo todo el cine posible y realizado. También el imposible, el ni siquiera inventado ni soñado. Godard por sí mismo representa la utopía del cine.
Como en toda su filmografía, “Una mujer es una mujer” no puede dejar indiferente. Lo que para unos es una exquisita digresión sobre la condición de la mujer y su capacidad de manipular a los hombres, para otros son un cúmulo de payasadas. ¿Cómo juzgar algo que no tiene precedentes formales? ¿Cómo digerir ese trasfondo repleto de referencias y homenajes? ¿Cómo calificar algo que aspira a representarlo todo y a aparenta ser nada?
Porque Godard en “Una mujer es una mujer” experimenta con una puesta en escena absolutamente hipnotizante aprovechando los recursos y optimizando al máximo sus limitados recursos. Juega con la imagen y el sonido, elimina la banda sonora diegética buscando realismo documental e intensifica ciertas escenas triviales con una música sentimental. Se trata de jugar e interactuar con los espectadores a medio camino entre el silencio y el fragor de un musical que no es ni aspira a ser un musical por más que suene un tema completo de Aznavour desde el jukebox.
Un Godard contagiado de cinefilia establece un triángulo amoroso como en el “Jules y Jim” (1961) de Francoise Truffaut. Pero en lo que en Truffaut es una melodrama contenido sobre la imposibilidad de la relación triangular, en Godard es un juego en el que su musa Anna Karina fagocita con guiños, saltos, gestos, triquiñuelas y bailes a los dos hombres (Belmondo y Jean-Claude Brialy) que la cortejan. Es un triángulo que se sabe demiurgo omnisciente de una narración que no es una narración, que es un viaje vertiginoso por la historia del cine incluyendo la Nouvelle Vague (las referencias a Hollywood o Truffaut no son gratuitas) que lidera el propio cineasta. Un viaje que, para ser sinceros, le sirve para volcar toda su filosofía sobre un mundo que, visto desde hoy, es casi un espejismo. “Una mujer es una mujer” se adelanta a Mayo del 68 en su ilusión por cambiar, casi mejor, por metamorfosear el mundo, por romper con las convenciones y la corrección, por tumbar al poder despiadado, por reivindicar a la mujer como garante de ese nueva sociedad. Antes de desengañarse (un poco como todos) con la resaca de fin de siglo, Godard fue un militante de las causas perdidas. ¿Acaso se puede militar en otras causas?
Es imposible concebir este filme sin pensar quién está detrás de la cámara jugando con el tiempo, cortando el plano o dilatándolo, intercalando o sobreponiendo textos. Una máquina de crear emociones y hacernos pensar. Y al final, cuando la luz se apague, y el olvido alcance a las nuevas generaciones certificando que algo, que una vez de verdad llamamos Cine, ha muerto. Entonces, nos quedará Godard como un hallazgo perpetuo, como un regalo de lo que pudo ser y no fue.
FICHA TÉCNICA:
TÍTULO ORIGINAL Une femme est une femme AÑO 1961 DURACIÓN 85 min.PAÍS Francia DIRECTOR Jean-Luc Godard GUIÓN Jean-Luc Godard MÚSICA Michel Legrand FOTOGRAFÍA Raoul Coutard REPARTO Anna Karina, Jean Paul Belmondo, Jean-Claude Brialy, Guorgy Cserhalmi
“No sé si esto es una tragedia o una comedia pero si es una Obra Maestra”. Este pensamiento en voz alta mirando a la cámara, interrogando directamente al espectador, de Jean Paul Belmondo en esta maravillosa “Una mujer es una mujer” (1961) de Jean-Luc Godard denota ya una forma de ser y sentir el cine que no se corresponde con nada que uno haya podido ver antes. Se puede pensar en cierta soberbia del cineasta poniendo en la boca de sus criaturas palabras tan atrevidas. Sin embargo, más allá del debate verdadero sobre si “Una mujer es una mujer” es una Obra Maestra, Godard provoca siempre con sus juicios, vuelve y revuelve indagando, descomponiendo y recomponiendo todo el cine posible y realizado. También el imposible, el ni siquiera inventado ni soñado. Godard por sí mismo representa la utopía del cine.
Como en toda su filmografía, “Una mujer es una mujer” no puede dejar indiferente. Lo que para unos es una exquisita digresión sobre la condición de la mujer y su capacidad de manipular a los hombres, para otros son un cúmulo de payasadas. ¿Cómo juzgar algo que no tiene precedentes formales? ¿Cómo digerir ese trasfondo repleto de referencias y homenajes? ¿Cómo calificar algo que aspira a representarlo todo y a aparenta ser nada?
Porque Godard en “Una mujer es una mujer” experimenta con una puesta en escena absolutamente hipnotizante aprovechando los recursos y optimizando al máximo sus limitados recursos. Juega con la imagen y el sonido, elimina la banda sonora diegética buscando realismo documental e intensifica ciertas escenas triviales con una música sentimental. Se trata de jugar e interactuar con los espectadores a medio camino entre el silencio y el fragor de un musical que no es ni aspira a ser un musical por más que suene un tema completo de Aznavour desde el jukebox.
Un Godard contagiado de cinefilia establece un triángulo amoroso como en el “Jules y Jim” (1961) de Francoise Truffaut. Pero en lo que en Truffaut es una melodrama contenido sobre la imposibilidad de la relación triangular, en Godard es un juego en el que su musa Anna Karina fagocita con guiños, saltos, gestos, triquiñuelas y bailes a los dos hombres (Belmondo y Jean-Claude Brialy) que la cortejan. Es un triángulo que se sabe demiurgo omnisciente de una narración que no es una narración, que es un viaje vertiginoso por la historia del cine incluyendo la Nouvelle Vague (las referencias a Hollywood o Truffaut no son gratuitas) que lidera el propio cineasta. Un viaje que, para ser sinceros, le sirve para volcar toda su filosofía sobre un mundo que, visto desde hoy, es casi un espejismo. “Una mujer es una mujer” se adelanta a Mayo del 68 en su ilusión por cambiar, casi mejor, por metamorfosear el mundo, por romper con las convenciones y la corrección, por tumbar al poder despiadado, por reivindicar a la mujer como garante de ese nueva sociedad. Antes de desengañarse (un poco como todos) con la resaca de fin de siglo, Godard fue un militante de las causas perdidas. ¿Acaso se puede militar en otras causas?
Es imposible concebir este filme sin pensar quién está detrás de la cámara jugando con el tiempo, cortando el plano o dilatándolo, intercalando o sobreponiendo textos. Una máquina de crear emociones y hacernos pensar. Y al final, cuando la luz se apague, y el olvido alcance a las nuevas generaciones certificando que algo, que una vez de verdad llamamos Cine, ha muerto. Entonces, nos quedará Godard como un hallazgo perpetuo, como un regalo de lo que pudo ser y no fue.
FICHA TÉCNICA:
TÍTULO ORIGINAL Une femme est une femme AÑO 1961 DURACIÓN 85 min.PAÍS Francia DIRECTOR Jean-Luc Godard GUIÓN Jean-Luc Godard MÚSICA Michel Legrand FOTOGRAFÍA Raoul Coutard REPARTO Anna Karina, Jean Paul Belmondo, Jean-Claude Brialy, Guorgy Cserhalmi
2 comentarios:
Nos quedará Godard, Truffaut, Rohmer, Chabrol, Rivette, Resnais, Eustache, Demy y así siempre
Y ya que estamos, Chaplin, Visconti, Lang, etc.
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