26 enero 2011

Cinema Revival (CXXII): Gritos y susurros (1972)


FUNDIDOS EN ROJO PARA UNA MORIBUNDA

Con Ingmar Bergman siempre queda algo que aprender. Su legado es inagotable. No hay película suya en la que no se localice con frecuencia una segunda lectura. Ir más allá y entender que tras esas imágenes aparentemente complejas hay (nada más y nada menos) un deseo de alcanzar el clímax existencial de los momentos inevitables. El ansia inexorable por inmortalizar (valga la paradoja) la mortalidad del ser humano. El dolor de vivir. El misterio imposible.
“Gritos y susurros” (1972) es una de sus filmes paradigmáticos (¿acaso no lo sean todos?) pues en su metraje se condensan prácticamente todas las obsesiones del maestro sueco. Las relaciones de tres hermanas, sus filias y fobias. El trauma y los recuerdos que asolan su cotidianidad mientras una de ellas agoniza moribunda en su cama. Y es a partir de este personaje que se va modulando el drama, como un eje del que se ramifican las tramas y narraciones de lo divino y lo profano. Los flash-backs de lo que fue y las ensoñaciones de lo que puedo ser.
“Gritos y susurros” es también un filme radicalmente feminista en el que los hombres son como fantasmas. Meras abstracciones de un pasado infeliz. El hombre, el marido, el sacerdote y el médico son una frustración perpetua. Ni siquiera se atisba esa guerra de sexos futura que vendrá. Más cerca de “La casa de muñecas” de Henrik Ibsen que de “La señorita Julia” de Auguste Strindberg.
Tal vez no sea “Gritos y susurros” el filme más inspirado del maestro como sí lo fueron “Fresas salvajes” (1957), “El séptimo sello” (1957), “Secretos de un matrimonio” (1973), “Fanny y Alexander” (1983) o la última y maravillosa “Sarabanda” (2003). Y no lo es porque carezca de la brillantez de todos esos filmes. Todo lo contrario, la depuración técnica, el mimo en la puesta en escena, la soberbia dirección artística y la fotografía (una vez más con Sven Nykvist) ofrecen una suerte de collage excepcional sobre el dolor humano. El problema de “Gritos y susurros” radica en su atroz realismo. En ese contraste inefable entre la riqueza de los escenarios y decorados y la tragedia extrema de los sentimientos. Por primera y casi única vez, Bergman (como un conductista) centra su cámara en las criaturas que ha creado y se olvida (¿por primera vez?) de Dios. Pero no de la muerte que viene y va. En esos gritos desesperados suplicando el último aliento. ¿Es qué es tan grande el cine para recordarnos lo insignificante que somos? Y siendo tan poca cosa ¿es tanta la complejidad, tantos los sueños, tal la huella y la ausencia que otros cargarán en su breve vida?
En conclusión, “Gritos y susurros” es un filme demasiado importante por más que uno asiste a una serie de fundidos en rojo agónicos. Es puro Bergman, más duro y maduro, más desengañado pero también más concluyente en sus pensamientos. Un filme que se desenmascara en el mismo escenario antes que caiga el telón e interpela directamente (cara a cara) al espectador sobre lo esencial. Una lección de vida sin ambigüedades ni retóricas posibles apta para todos aquellos que han decidido vivir de verdad (sin prisa y sin amnesia) rechazando lo que nos quieren vender como importante cuando es solamente accesorio.

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL Viskningar och rop AÑO 1972 DURACIÓN 91 min. PAÍS Suecia DIRECTOR Ingmar Bergman GUIÓN Ingmar Bergman MÚSICA J.S. Bach, Fréderic Chopin
FOTOGRAFÍA Sven Nykvist REPARTO Harriet Andersson, Ingrid Thulin, Liv Ullmann, Kari Sylwan, Erland Josephson, Henning Moritzen

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy duro aunque tan cierto como el respirar..