27 septiembre 2006

DESDE EL FONDO DEL AULA, EN EL ÚLTIMO PUPITRE (y IV): Sala de Urgencias


Un triste cuento comienza. Silencio. Acostado. Abro los ojos. Una intensa luz ilumina la estancia. Cierro los ojos. No se dónde estoy. Abro los ojos. Intento incorporarme. Un poderoso brazo aparece de forma repentina y me lo impide. Me palpo el rostro y descubro que llevo puesta una mascarilla de oxígeno. Cierro los ojos. Me duermo.
Abro los ojos. Ha debido pasar algún tiempo. Seguramente no más de un cuarto de hora aunque a mí me parecen cien días. La mascarilla sigue incrustada en mi cara. Leves murmullos en la habitación contigua. Alguien se acerca. Hago por preguntarle por el lugar en el que me encuentro. Solamente me responde si me encuentro mejor o no. Le digo que sí pero que no recuerdo nada. Me explica con paciencia y mirándome como si estuviera loco que he sufrido una especie de crisis nerviosa. La intensidad de esta crisis ha sido, al parecer, bastante importante porque he perdido la conciencia y me han traído hasta el Centro de Salud arrastrándome. Comienzo a recordar...
Aquel día amenazaba ser como otros días. Ni más ni menos. Nunca te imaginas, al lavarte la cara por la mañana, dónde acabarás al final de la jornada. Yo ni me lo planteaba. En aquellos momentos lo único que quería era llegar al trabajo puntualmente como los últimos días.Recuerdo el cielo gris. Y sin embargo, un calor bochornoso. Las paradojas de este clima. Recuerdo una jornada de trabajo muy intensa. Y recuerdo una larga reunión. Allí se dijeron muchas cosas, todas incomodas, algunas horribles, y otras absolutamente demenciales. Mirando a los nuevos profesores sonaron algunas frases altisonantes, como tambores de guerra, que me pusieron bastante nervioso, que me superaron, que me hundieron... Frases como "evaluación externa al centro", "entregar las programaciones didácticas anuales en dos semanas", "trabajar todo el día y todas las horas posibles hasta el final del año porque el prestigio del centro está en juego y todos, absolutamente todos estamos implicados, porque, de hecho el centro es nuestro".
Todo se oscureció, ¿cómo podría yo responder a estas exigencias sectarias?, ¿sería capaz de realizar lo que me estaban demandando?, ¿8 programaciones anuales en dos semanas?¿es que nos estaban puteando?. No tenía ni el consuelo de saber que todos mis compañeros tenían que trabajar como yo. No era cierto. Su labor estaba hecha, tristemente ellos maquillarían un poco lo del curso anterior. Solo los "nuevos" tendrían que afrontar la hazaña de internarse en el desierto y atravesarlo a pie.
En el trayecto de regreso a casa era de noche. Y sin embargo eran las 14:30 horas. Por primera vez, me confesé a mí mismo que tal vez no estaba hecho para esto. Que mi sueño era mentira porque era un incapaz, un inadaptado, un perdedor... Aquellos pensamientos me aterraron.
La angustia no decreció al llegar a casa, más bien al contrario... y así por circunstancias extrañas que no conviene relatar aquí, acabé solicitando asistencia sanitaria en un Centro de Salud en un barrio lejano y periférico de nuestra capital (los caminos del Señor son inescrutables). Allí curiosamente me pincharon algo muy doloroso que calmaría mi dolor interior, que me relajaría. El médico me aconsejó estar sentado unos minutos allí para que la pócima que me había inyectado hiciera efecto. Fui a la Sala de Espera. Miré a mi alrededor. Había un tipo en un extremo de la sala sangrando por la boca y la nariz a causa de una pelea. Al otro lado una mujer con el rostro hinchado y las piernan doloridas sollozando y diciendo que su pareja le había dado una paliza. Justo enfrente de mí, un muchacho jóven de origen saharaui pedía agua insistentemente: había padecido un ataque de hipoglucemia o algo parecido.
Yo estaba allí. Miré al techo y me dije: "Dios mio, ayudalos, yo no tengo problemas al lado de esta pobre gente" ¿qué me ha pasado para llegar aquí?, ¿cuándo traspasé la línea hacia aquella "Ciudadanía más cara" (como aseguraba Susan Sontag) de los que han perdido el equilibrio y la salud?.
Poco después salí del Centro de Salud,comencé a caminar sorprendido y avergonzado. No recorrí ni cien metros cuando decidí sentarme en un banco a llorar. Pensé en lo mucho que podían sufrir mis seres queridos si me veían en ese estado. Seguí llorando hasta perder la conciencia. Y eso nos lleva desgraciadamente a rehacer el camino, a recorrer los cien metros de regreso al Centro de Salud, otra vez al principio de este triste cuento.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿estás de broma?

Anónimo dijo...

Empiezo a pensar que esta sección no es del todo realista. Me parece que está inventada

Anónimo dijo...

ANIMO!!! SALDRÁS DE ÉSTA. QUEDA VIDA Y TRABAJOS POR HACER... Y CINE QUE VER

Diebelz dijo...

Es una temporada provisoria. Algo tenebrista, lo admito, donde el acompañamiento musical de un Yan Thiersen resultaría funesto. No en balde amigo, la historia continua, la lucha contra lo cotidiano y atroz es una permanente necesaria en nuestras vidas; por lo menos es una constante. Y recojo lo que en su día se preguntó Mario Benedetti : ¿ Será que el hombre eso ? ¿ Esa batalla ? Animo.

Running is Life dijo...

Ante todo agradeceros vuestras palabras. En especial a Diebelz (hace tiempo que no nos vemos y ya es hora despues de tu experiencia en Germany). En cuanto a los que dudan de la veracidad de los acontecimientos de esta sección, solamente un aviso: todo está basado en acontecimientos ocurridos recientemente. No está en mi ánimo actual la capacidad de fabular o deformar la realidad, aunque si así fuera (que no es el caso), éste es mi blog y me reservo el derecho a hacerlo. UN ABRAZO AFECTUOSO A TODOS. Y una sugerencia: me gustaría que hiciérais más aportaciones a otras secciones del blog que a las estrictamente (o presuntamente)autobiográficas.

Anónimo dijo...

No se que pensar