VALIOSA NIEVE SOBRE MEDELLÍN
Esperábamos con cierta impaciencia el estreno de la última película de Victor Gaviria. Y a fe mía que no ha decepcionado el cineasta colombiano en ésta, su incursión en el funcionamiento, relaciones y conflictos de los emergentes narcotraficantes de la ciudad de Medellín a mediados de los años 80. Vuelve Gaviria, al que le cabe el honor de ser el autor de una obra maestra impactante: “La vendedora de rosas” (1998), a mostrar un cine muy tenso, auténtico y multipremiado en los festivales de medio mundo.
De corte radical y transgresor, opta por una historia más convencional y no en formato documental como era la citada “La vendedora de rosas”. Ahora se centra en las andanzas de Santiago Restrepo (Juan Uribe), un joven ingeniero burgués de Medellín que se asocia con un narcotraficante. Poco a poco, verá como su vida cambiará hasta el punto de temer por ella debido a la espiral de violencia brutal que levantan los asuntos de droga en aquel país. Esta trama está contada de forma fácil y fluida. Esa es su virtud. Sin embargo, a Gaviria le sirve para exponer los orígenes de los males de su país y de paso mantener sus inquietudes sociales. A saber, el negocio de la droga en Colombia mantiene en guerra al Estado con los narcotraficantes, la guerrilla, paramilitares, etc. Y la sociedad civil sufre fatalmente las consecuencias con desplazamientos masivos (por no decir éxodos) de las zonas rurales a las grandes ciudades, con secuestros, robos y asesinatos.
Le atribuíamos al filme una narración muy sencilla. Dividida en bloques muy diferenciados. Una primera parte en la que se presentan los personajes, algunos pertenecientes a estratos sociales diferentes (por no decir opuestos). Una segunda en la que el protagonista se introduce en los asuntos sucios y comienza a tener éxito. Y una última parte en la que se exponen los conflictos y la toma de conciencia del protagonista. Por tanto, cabe hablar del clásico relato de auge y caída del individuo. Un hombre atrapado en las redes del crimen organizado, en la cual es relativamente fácil entrar y casi imposible salir, si exceptuamos la modalidad de “con los pies por delante”.
Desde el punto de vista cinematográfico, Gaviria realiza un filme impecable de atmósfera claustrofóbica en el que los actores están todos sensacionales. La planificación de los planos es muy buena. El juego de planos-contraplanos en medio de diálogos lo destapa como un cineasta brillante. La cámara acude rauda a mostrar la realidad del crimen y la condición miserable de las personas que se dedican al mismo. A pesar de las indudables virtudes de esta película, el nivel altísimo alcanzado por “La vendedora de rosas” en la que las limitaciones de presupuesto se paliaban con ingenio y creatividad, hacen que la percepción general sea algo descafeinada. Esto no debe empañar un conjunto más que aceptable y considerarla como un excitante fresco (al que deben unirse títulos como la original “La virgen de los sicarios” (2000) de Barbet Schroeder o la más reciente y atractiva ópera prima del director Emilio Maillé: “Rosario Tijeras” (2005)) de las cloacas de un país cuyo conflicto aún está por resolver.
Esperábamos con cierta impaciencia el estreno de la última película de Victor Gaviria. Y a fe mía que no ha decepcionado el cineasta colombiano en ésta, su incursión en el funcionamiento, relaciones y conflictos de los emergentes narcotraficantes de la ciudad de Medellín a mediados de los años 80. Vuelve Gaviria, al que le cabe el honor de ser el autor de una obra maestra impactante: “La vendedora de rosas” (1998), a mostrar un cine muy tenso, auténtico y multipremiado en los festivales de medio mundo.
De corte radical y transgresor, opta por una historia más convencional y no en formato documental como era la citada “La vendedora de rosas”. Ahora se centra en las andanzas de Santiago Restrepo (Juan Uribe), un joven ingeniero burgués de Medellín que se asocia con un narcotraficante. Poco a poco, verá como su vida cambiará hasta el punto de temer por ella debido a la espiral de violencia brutal que levantan los asuntos de droga en aquel país. Esta trama está contada de forma fácil y fluida. Esa es su virtud. Sin embargo, a Gaviria le sirve para exponer los orígenes de los males de su país y de paso mantener sus inquietudes sociales. A saber, el negocio de la droga en Colombia mantiene en guerra al Estado con los narcotraficantes, la guerrilla, paramilitares, etc. Y la sociedad civil sufre fatalmente las consecuencias con desplazamientos masivos (por no decir éxodos) de las zonas rurales a las grandes ciudades, con secuestros, robos y asesinatos.
Le atribuíamos al filme una narración muy sencilla. Dividida en bloques muy diferenciados. Una primera parte en la que se presentan los personajes, algunos pertenecientes a estratos sociales diferentes (por no decir opuestos). Una segunda en la que el protagonista se introduce en los asuntos sucios y comienza a tener éxito. Y una última parte en la que se exponen los conflictos y la toma de conciencia del protagonista. Por tanto, cabe hablar del clásico relato de auge y caída del individuo. Un hombre atrapado en las redes del crimen organizado, en la cual es relativamente fácil entrar y casi imposible salir, si exceptuamos la modalidad de “con los pies por delante”.
Desde el punto de vista cinematográfico, Gaviria realiza un filme impecable de atmósfera claustrofóbica en el que los actores están todos sensacionales. La planificación de los planos es muy buena. El juego de planos-contraplanos en medio de diálogos lo destapa como un cineasta brillante. La cámara acude rauda a mostrar la realidad del crimen y la condición miserable de las personas que se dedican al mismo. A pesar de las indudables virtudes de esta película, el nivel altísimo alcanzado por “La vendedora de rosas” en la que las limitaciones de presupuesto se paliaban con ingenio y creatividad, hacen que la percepción general sea algo descafeinada. Esto no debe empañar un conjunto más que aceptable y considerarla como un excitante fresco (al que deben unirse títulos como la original “La virgen de los sicarios” (2000) de Barbet Schroeder o la más reciente y atractiva ópera prima del director Emilio Maillé: “Rosario Tijeras” (2005)) de las cloacas de un país cuyo conflicto aún está por resolver.
FICHA TÉCNICA:
Dirección: Víctor Gaviria. Países: Colombia y España. Año: 2005. Duración: 108 min. Género: Drama. Interpretación: Juan Uribe (Santiago), Fabio Restrepo (Gerardo), María Isabel Gaviria (Paula), Fredy York Monsalve (El Duende), José Roberto Rincón (Leopoldo), Giovanny Patiño (Machete), Luis E. Torres Meneses (Alberto), Alonso Arias (La Liebre), Carlos Mario Duque (Guido), Carlos Arturo Valencia (El Primo). Guión: Víctor Gaviria y Hugo Restrepo. Producción: Fernando Mejías. Música: Víctor García. Fotografía: Rodrigo Lalinde. Montaje: Víctor García. Dirección artística: Ricardo Duque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario