23 agosto 2007

VARSOVIA: Lluvia sobre las piedras en una ciudad de otro tiempo







Camino por Varsovia, la capital administrativa de Polonia, a 24 horas de mi llegada al país. País que no ha dejado de sorprenderme desde que llegué. Policías y soldados se agolpan en las esquinas de las calles más céntricas como salidos de un túnel del tiempo. Velan concienzudamente por mantener una calma que es absolutamente gratificante aunque casi antinatural para una gran ciudad. Siento que estoy en el lugar más seguro del mundo.
Esa imagen, originada quizás en otro tiempo, me lleva palabras al pensamiento. Palabras como Unión Europea, libre mercado, modernización, globalización, etc. Vocablos que actualmente definen nuestra realidad pero que en Polonia, pese a sus innegables y progresivos cambios, son simplemente palabras vacías para quien no entienda que en esta ciudad la Historia dejó una huella profunda, una incurable herida llamada Siglo XX.
Por tanto, Varsovia se muestra como un anacronismo en el que relucen con fulgor los neones de las multinacionales. Desde el centro histórico (Stare Miasto) en la plaza de la Ciudad Vieja presidido por una columna coronada por la escultura de Segismundo III, rey que trajo la capitalidad del país desde la vecina Cracovia. En medio de un irregular trazado urbano, sueño con aquellos días del pasado glorioso de un país cuya historia es tan apasionante como fatal. Por el Palacio Real y la Iglesia de los Jesuitas a este lado del Vístula, camino de la Plaza presidida por la Sirena, símbolo y reina de los polacos. Sin embargo, Varsovia no existe. ¿Qué estoy viendo si fue destruida por los nazis en más de un 85%?
Un anciano me vende en una carpeta sellos emitidos durante la ocupación alemana (1939-1945). Son tan auténticos que empiezo a comprender. Comprendo a la manera gatopardiana que es posible cambiarlo todo para que todo siga igual. Podrás cambiar gobiernos, introducir nuevas estrategias económicas, intentar olvidar incluso en el nuevo siglo. Sin embargo, el ejercicio será inútil: la sombra del conflicto bélico y de la posterior presencia soviética es tan acusada que aún habrá que esperar. Tal vez más de lo que pensamos.
Camino, vago como en un trance, deambulo bajo la copiosa tormenta varsoviana de un domingo de verano. La ciudad se oscurece y los infinitos edificios del realismo socialista se muestran como gigantes, en especial el Palacio de la Cultura (rascacielos comunista imponente). No para de llover cuando dejo atrás la tumba del Soldado Desconocido y el monumento a los Deportados al Este (Siberia) por los soviéticos.
Voy en busca del Gueto de Varsovia que ya no existe, en busca de un vacío que la memoria rellene. La lluvia resuena como un lamento por las calles cuando vislumbro el único pedazo de muro auténtico que queda del gueto. Sangra aún. Cruzo la calle hacia Umschlagplatz: restos del andén mortal que se dirigía al campo de exterminio de Treblinka. Varsovia rinde culto y duelo a sus héroes nacionales y mártires. En cada esquina, en cada parque se amontonan velas y flores por los que se fueron. Es una ciudad de luto perpetuo. De repente llego al monumento de la Insurrección del Gueto, en pleno corazón de los cruentos enfrentamientos en el gueto de Varsovia. Coloso de roca negra traído por Hitler desde Suecia (paradojas de la Historia) en el que judíos de todo el mundo tratan de rastrear a sus amados ancestros. Cementerio vital repleto de rocas y lápidas en todos los idiomas, banderas que recuerdan que aquella fue una tragedia de todos.
Abrazo una de aquellas rocas fría y mojada. No habrá de quebrarla la lluvia pues aún gime de dolor. Y en medio del vendaval tomo conciencia de que realmente no está lloviendo. Simplemente llora Varsovia en su duelo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Increible, aun resuena el Telón de Acero...

Anónimo dijo...

joder, es increible... digno de ver