18 enero 2008

A la memoria de Bobby Fischer: el hombre escapando a su destino


Nunca fue una persona normal. Más bien fue un prodigio con un cociente intelectual superior al que hubiera podido tener Einstein. Esto explica probablemente, porque para aprender a jugar al ajedrez con 6 años y ser el campeón estadounidense más joven de todos los tiempos (13 años), se requieren no solo altas capacidades sino también la creatividad y la agresividad que solo Bobby supo imprimir a un juego dominado por jugadores del otro lado del planeta.
Desgraciadamente, un buen día el bueno de Bobby Fischer se fue a la guerra. Fue en 1972. En aquel Campeonato del Mundo de ajedrez disputado contra Boris Spassky en Reykjavík había algo más que dos hombres a cada lado del tablero. En plena ebullición de la Guerra Fría, la bipolaridad del mundo era ya algo asimilado por todos. Fischer y Spassky encarnaron física y mentalmente aquel conflicto de la Historia reciente. Dos formas opuestas de entender el mundo eran dirimidas sobre el tablero. El ajedrez, una vez más, se convertía en metáfora acertada de la vida. Ganó Fischer y de alguna manera las piezas del tablero auguraron lo que posteriormente se dio en llamar “El Fin de la Historia”.
Después de aquello, Bobby Fischer ya no quiso ganar más. Se cansó de enarbolar banderas ajenas y de representar a poderes ocultos cuando él tan solo era feliz jugando al ajedrez. Rechazó la gloria y abrazó la rebeldía para con aquellos que habían manipulado su figura negándose a defender el Título Mundial contra Anatoli Karpov. Desapareció para siempre y ese vacío lejos de sumirlo en el olvido engrandeció su leyenda de jugador desordenado basado en el talento puro. No sabíamos donde estaba ni cuál sería su aspecto hasta que un día le descubrimos “exiliado” (o enrocado) en Reykjavík con pinta desaliñada pero más feliz. Reeditó su duelo con Spassky en el año 1992 en Belgrado en pleno conflicto de los Balcanes y desoyendo las ordenes del gobierno estadounidense sobre las sanciones impuestas por la ONU a Yugoslavia.
La ciudad que le hizo inmortal también ha visto el anochecer de su existencia que finalizó ayer a los 64 años (como cada uno de los cuadros de un tablero de ajedrez). Y a pesar de que siempre tendremos el recuerdo de aquel chico alto y desgarbado de Chicago que hizo feliz y dichoso al mundo capitalista aunque realmente fue siempre más comprendido y respetado por los que veían en el juego más un arte que una forma de imponerse al “otro”.
Politicamente controvertido pero siempre él mismo sin dejar a nadie indiferente, Bobby Fischer es un ejemplo claro y contundente de cómo el talento sublime puede causar desequilibrios severos y hacer infeliz a un hombre pero también es la muestra palpable del coraje para rebelarse contra ese talento en busca del propio destino. Descanse en paz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Del todo impresentable el trato que recibió por parte de su gobierno durante los últimos años de su vida.Una vergüenza.

Running is Life dijo...

pues sí, pero como usted ya sabe el que se mueve no sale en la foto sobre todo cuando los que mandan son adeptos a la "línea dura"