LA DIGNIDAD DE SER POBRE
Cuando John Ford filmó “Las uvas de la ira” (1940) no solo estaba adaptando uno de los grandes clásicos de la literatura del siglo XX (a cargo del Nobel John Steinbeck) sino que (¿inconscientemente?) representó una época absolutamente cruda de la Historia de los Estados Unidos como fue la de la Gran Depresión de los años 30. Lo que seguramente no se imaginaba el cineasta de origen irlandés era que, en los albores del siglo XXI, más de medio siglo después, aquellas imborrables imágenes tuvieran un significado tan importante estando inmersos (como estamos) en una crisis económica de incierto final.
Hablar del cine de Ford es poner de relieve la maestría de un artista de genio inigualable. Gran pilar del cine clásico, su celebérrima filmografía (desde el mudo hasta el crepúsculo de la época dorada de Hollywood) abarcaría varias vidas de estudio. En “Las uvas de la ira” Ford plasmó el alma de un país en crisis material y espiritual. Filmó los rostros dignos de la pobreza deambulando por el gran paisaje norteamericano insuflándole un halo de misticismo que perdura aún hoy. Y es ese aliento épico del que están extraídas las grandes historias de leyenda. Los relatos que resuenan en las más profundas y atávicas raíces del emprendedor espíritu de la nación más poderosa de la tierra.
El retrato de la familia Joad y en especial del hijo mayor Tom (en impecable interpretación de Henry Fonda) supone un cambio de registro. Es decir, el sujeto histórico y fílmico se despoja de lo extraordinario para entrar a formar parte de los subalternos del mundo. De aquellos grupos humanos cuyos derechos, entonces y ahora, no alcanzan ni a ser considerados ni comprendidos. Hay en “Las uvas de la ira” una minuciosa exploración sobre la pobreza y su dignidad. Un sentimiento fuerte de desesperación ante la impersonalidad, casi diríamos abstracción, de un sistema económico injusto que empuja a los hombres a abrazar las más variadas y horribles formas de autodestrucción. Y ahondando en esta dirección, existe en el filme un mensaje pesimista sobre la posibilidad de prosperar en la vida por medios honestos. Nada más triste y verdadero.
En conclusión, resulta obvio constatar que se trata de un filme indispensable. De obligada visión en las escuelas si esto fuera un mundo que aprendiera de sus errores. Y ahora, en los tiempos de la crisis económica en la que todo el sistema se tambalea, en la que los especuladores e impulsores de este estropicio siguen enriqueciéndose con el favor del poder político, en el que los ricos son más millonarios y opulentos y los pobres más miserables, ahí tal vez, puedan resurgir como los oasis en el desierto las obras de arte que hagan despertar al hombre de su letargo. Que así sea.
Cuando John Ford filmó “Las uvas de la ira” (1940) no solo estaba adaptando uno de los grandes clásicos de la literatura del siglo XX (a cargo del Nobel John Steinbeck) sino que (¿inconscientemente?) representó una época absolutamente cruda de la Historia de los Estados Unidos como fue la de la Gran Depresión de los años 30. Lo que seguramente no se imaginaba el cineasta de origen irlandés era que, en los albores del siglo XXI, más de medio siglo después, aquellas imborrables imágenes tuvieran un significado tan importante estando inmersos (como estamos) en una crisis económica de incierto final.
Hablar del cine de Ford es poner de relieve la maestría de un artista de genio inigualable. Gran pilar del cine clásico, su celebérrima filmografía (desde el mudo hasta el crepúsculo de la época dorada de Hollywood) abarcaría varias vidas de estudio. En “Las uvas de la ira” Ford plasmó el alma de un país en crisis material y espiritual. Filmó los rostros dignos de la pobreza deambulando por el gran paisaje norteamericano insuflándole un halo de misticismo que perdura aún hoy. Y es ese aliento épico del que están extraídas las grandes historias de leyenda. Los relatos que resuenan en las más profundas y atávicas raíces del emprendedor espíritu de la nación más poderosa de la tierra.
El retrato de la familia Joad y en especial del hijo mayor Tom (en impecable interpretación de Henry Fonda) supone un cambio de registro. Es decir, el sujeto histórico y fílmico se despoja de lo extraordinario para entrar a formar parte de los subalternos del mundo. De aquellos grupos humanos cuyos derechos, entonces y ahora, no alcanzan ni a ser considerados ni comprendidos. Hay en “Las uvas de la ira” una minuciosa exploración sobre la pobreza y su dignidad. Un sentimiento fuerte de desesperación ante la impersonalidad, casi diríamos abstracción, de un sistema económico injusto que empuja a los hombres a abrazar las más variadas y horribles formas de autodestrucción. Y ahondando en esta dirección, existe en el filme un mensaje pesimista sobre la posibilidad de prosperar en la vida por medios honestos. Nada más triste y verdadero.
En conclusión, resulta obvio constatar que se trata de un filme indispensable. De obligada visión en las escuelas si esto fuera un mundo que aprendiera de sus errores. Y ahora, en los tiempos de la crisis económica en la que todo el sistema se tambalea, en la que los especuladores e impulsores de este estropicio siguen enriqueciéndose con el favor del poder político, en el que los ricos son más millonarios y opulentos y los pobres más miserables, ahí tal vez, puedan resurgir como los oasis en el desierto las obras de arte que hagan despertar al hombre de su letargo. Que así sea.
FICHA TÉCNICA:
Título Oríginal: The Grapes of Wrath Año:1940 Duración: 129 min. Director: John Ford
Guión: Nunnally Johnson (Novela: John Steinbeck) Música: Alfred Newman Fotografía:
Gregg Toland (B&W) Reparto: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen, Charley Grapewin
Guión: Nunnally Johnson (Novela: John Steinbeck) Música: Alfred Newman Fotografía:
Gregg Toland (B&W) Reparto: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen, Charley Grapewin
1 comentario:
impresionante y cuidsdo que esto es lo que nos espera
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