24 junio 2009

Crítica de Cine (CI): Vals con Bashir (2008)


ANIMACIÓN CON MEMORIA

Decía Frederick Wiseman, padre del llamado direct cinema, que la animación y el documental eran dos conceptos totalmente opuestos. Imposible concebir un híbrido entre ambas formas. Sin embargo, en “Vals con Bashir” (2008) de Ari Folman el intento por lograr esa imposibilidad se convierte, por momentos, en una realidad palpable.
¿Qué es “Vals con Bashir”? ¿Documental de animación? ¿Narración realista? ¿Un puñado de recuerdos que nunca pasaron? Tal vez sean todas estas cosas y ninguna. La respuesta subyace en la propia experiencia del autor y su capacidad para hacer comprender al espectador el trauma reprimido de una tragedia inigualable. La matanza perpetrada en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en Líbano a manos de las Falanges Cristianas (después del asesinato de Bashir Gemayel) con el beneplácito del ejército israelí (al cual pertenecía el propio Ari Folman) supone uno de los episodios más tenebrosos de la Historia reciente de la humanidad. A partir de tan desgraciados hechos, Folman transita por todas las aristas y recovecos que la memoria ha elaborado. ¿La Historia real y oficial? Ante la fragilidad de la memoria y la tentación de ésta por reelaborar la verdad según el bando y las ideologías, es prácticamente imposible responder la pregunta.
Asistimos impertérritos a una animación sencilla pero de una expresividad muy realista. Se siente la humanidad en cada trazo y en cada gesto. Folman parte de una base documental muy sólida como son siempre los testimonios de los protagonistas históricos, testigos directos de la masacre, sobrevivientes del trauma al modo de “Shoah” (1985) de Claude Lanzmann. Pero si este cineasta retrataba y reinventaba el genero documental y la percepción del Holocausto desde el vacío y el minimalismo, Folman opta por ir rellenando los testimonios orales de diferentes niveles. Cada nivel ahonda más en los recuerdos, modelándolos y definiéndolos hasta concebir una esbozada narración repleta de matices y atmósferas varias. Se mezclan los recuerdos y la realidad, el estrés pos-traumático y el psicoanálisis con ciertos cauces surrealistas. Afloran, ante una complicadísima puesta en escena, metáforas virulentas aunque repletas de pedagogía. El dibujo, la animación atenúan la crudeza pero la universalizan. ¿Cómo aprehender esta inasible fuga de recuerdos? Y por último, auque no por ello menos importante, Folman afronta un momento histórico especialmente triste, pero su mirada está enfocada hacia el presente, y es una mirada esperanzada que le hace guiños incluso a la poesía. No en vano, desde Sabra y Chatila hasta el momento actual, nada parece haber cambiado en Próximo Oriente.
“Vals con Bashir” es, con todas las letras, una pequeña Obra Maestra porque cumple con creces los requisitos imprescindibles para ser recordada en el futuro. Esto es, el tratamiento de un tema delicado con rigor y precisión, el anhelo por llegar a la verdad o a una catarsis colectiva que, al menos, restituya el maldito olvido y elabore un mensaje humanista y de paz contundente. Y sobre todo, la capacidad que mediante registros tan dispares (animación y documental) es posible traspasar los límites de lo local hacia lo universal pudiendo fascinar, emocionar y enseñar al mismo tiempo. ¿Se puede dar más?

FICHA TÉCNICA:

Dirección y guión: Ari Folman.Países: Israel, Francia y Alemania.Año: 2008.Duración: 90 min.Género: Animación, biopic, drama.Producción: Ari Folman, Yael Nahlieli, Serge Lalou, Gerhard Meixner y Roman Paul.Música: Max Richter.Montaje: Nili Feller.Dirección artística: David Polonsky

1 comentario:

Diebelz dijo...

Sinceramente, es lo que dices: una (¿pequeña?)obra maestra. Más allá de lo que describes tan acertadamente, Vals con Bashir es también una reflexión profunda sobre el mecanismo tan complejo de la memoria, son sus olvidos, recuerdos y hechos que lindan entre lo real y lo ficticio, pero que a fin de cuentas es colectivo y que yace en un mensaje sublime. En momentos se me asemejaba a "Waking a life", no por su estética, sino por el despertar abrupto del final.

Gran reflexión, Mr.Silverman!